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Columna
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Gestionar la crisis en tiempo de elecciones

Antón Costas

Hace unos meses les hablé en esta misma columna de que lo que venía era "algo más que una suave desaceleración". Lo que en aquel momento pudo ser visto como la expresión de la llamada "enfermedad de los economistas", es decir, el pesimismo crónico, ahora es una realidad evidente.

Ya nadie duda, ni el propio Gobierno, de que hemos entrado en una fuerte desaceleración de la actividad económica y del empleo. Desaceleración que será especialmente intensa en el sector de la construcción residencial, en el que el frenazo puede convertirse en recesión hacia final de este año.

No se trata de una nueva manifestación de pesimismo antropológico, sino de simple deducción de los datos que vamos conociendo. Por ejemplo, los publicados anteayer, domingo, por este diario, que muestran que el 45% de ciudadanos cree que la situación económica es mala o muy mala, y que el 41% cree que este año la situación económica empeorará, percepción negativa que no se producía desde la crisis de inicios de los noventa.

Los recortes de impuestos a los más ricos no son una buena medida para frenar la desaceleración

Hace seis meses, el Panel de Previsiones elaborado por FUNCAS, el servicio de estudios de las Cajas de Ahorro, situaba el crecimiento económico español para 2008 en el 3,3%. La nueva previsión dada a conocer la semana pasada lo reduce al 2,7%. Y la tendencia es a la baja. (La previsión de The Economist para la economía española en este año es de 2,4%).

Para el sector de la construcción, los analistas esperan para 2008 un crecimiento medio de 0,3%. Si ése es el crecimiento medio esperado para el conjunto del año y hemos comenzado el año con tasas superiores, eso significa que las tasas del último trimestre tendrán que ser negativas. Es decir, estará en recesión. Dado que la construcción es ahora nuestra principal locomotora productiva, una recesión en este sector puede contaminar profundamente al resto de la economía. Pero lo que toca ahora no es lamentarse de la falta de previsión, sino actuar ante la crisis para limitar el alcance y la profundidad de la desaceleración.

La gestión de esta crisis, sin embargo, va a ser más compleja que la que se produjo a inicios de los noventa, la posolímpica de 1992. Ahora no disponemos de varios instrumentos que sí teníamos antes. De la política monetaria propia, para abaratar el precio del dinero y favorecer la demanda. Del tipo de cambio de la peseta, para corregir el fuerte desequilibrio exterior. Tampoco se podrán utilizar ayudas públicas para auxiliar a sectores en crisis, ya que pueden ser rechazadas por la Unión Europea como anticompetitivas.

Sin esos instrumentos, la palanca principal que le queda al Gobierno para combatir la recesión es la política fiscal. Es decir, el uso de los gastos y los ingresos públicos. Pero mucho me temo que la coincidencia de crisis económica y tiempo de elecciones puede llevar a utilizar la política fiscal más como instrumento para ganar votos que como palanca para la expansión del gasto y la salida de la crisis.

Permítanme que me explique.Metidos en una fuerte desaceleración como la que vivimos, que deprime la confianza de los consumidores en el futuro y retrae la demanda de consumo de bienes y servicios, el objetivo a corto plazo de la política fiscal debe ser frenar esa caída de la confianza y del consumo.

Para estimular el consumo a corto plazo lo mejor es dar dinero a los que tienen más propensión o necesidad de gastárselo. Por el contrario, si el Gobierno da dinero a ciudadanos que en vez de gastarlo lo meten en su cuenta bancaria, el remedio es peor que la enfermedad, porque profundizará en la desaceleración de la economía y del empleo y además habrá menos recursos para atender los mayores gastos sociales que trae la crisis.

Ahora piensen en lo que probablemente hará alguien que gane 40.000 o más euros al año cuando el Gobierno le diga, pongo por ejemplo, que le va a devolver 400 euros de los impuestos. ¿Cree que esa persona acomodada dará saltos de alegría y se pondrá a pensar en qué necesidades podrá cubrir ahora con los 400 euros que le devolverá el Gobierno? Seguramente, los verá con indiferencia y sencillamente los mantendrá en su cuenta bancaria. Toda la evidencia teórica y empírica que tenemos los economistas dice claramente que la gente que tiene buenos ingresos, acceso fácil al crédito y está cubierta frente al desempleo toma sus decisiones de gasto basándose en sus ingresos de largo plazo, no en unos pocos euros que les pueda devolver el gobierno de turno, que pasarán a engrosar su cuenta bancaria.

Si es así, ¿por qué entonces el Gobierno de Rodríguez Zapatero y el Partido Popular de Rajoy nos anuncian medidas fiscales que, en general, tienden a dar dinero a los que ya lo tienen? Porque estamos en tiempos de elecciones y ambos suponen que las reducciones de impuestos ganan votos. No sé si es cierto o no que los anuncios de recortes fiscales atraen los votos de los acomodados. Pero considero que los recortes de impuestos a los más ricos no son una buena medida para frenar la desacelaración y evitar el peligro de recesión.

Los superávit presupuestarios que se consiguieron en estos últimos de años de vacas gordas dan ahora un margen para llevar a cabo una política fiscal anticíclica. Y eso es una buena cosa. Pero siempre que se empleen en dar el dinero a quien más lo necesita y que además lo gaste de inmediato, para tirar del consumo, tanto en bienes corrientes como en bienes duraderos.

Suerte que las elecciones durarán poco. Quiero creer que el Gobierno que los ciudadanos elijan para gestionar la crisis, ya sea presidido por Zapatero o por Rajoy, será más coherente en el uso de la política fiscal como instrumento anticrisis de lo que son ahora sus propuestas electorales.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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