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LIBROS | Ensayo

Placer literario

Jorge M. Reverte

En otoño de 1936 el pueblo toledano de Numancia de la Sagra dejó de llamarse Azaña. El militar que lo tomó interpretó los deseos de su sanguinario caudillo para que tampoco un topónimo evocara al gran político español del siglo XX, a Manuel Azaña. El tiempo, a veces, es justiciero, y aunque no ha devuelto todavía su nombre legítimo a la población, sí ha permitido que el trabajo de Santos Juliá, de una delicadeza y rigor como hay pocos ejemplos en nuestra cultura, nos permita disfrutar el completo de la producción literaria de aquel hombre crucial.

Una edición pasmosa en su contenido. Pasmosa para quienes (como el que esto firma) pensaban que conocían bien la obra de Azaña después de haber consultado la edición de Juan Marichal (espléndida para el momento en que la hizo) y los diarios completos, editados también por Juliá.

Y es que los siete tomos, que por su volumen parecen condenar la obra a las estanterías de bibliotecas públicas, se pueden convertir en una fuente inagotable de placer literario casero. Al menos, ése está siendo mi caso. Desde los primeros artículos de juventud, en la revista Brisas, repletos de ironía y fundamento, hasta su última gran narración, la carta a su amigo Ángel Osorio en junio de 1939, en la que describe sus últimos quince días en España, Azaña se revela como un prosista lleno de talento y capaz de reflexionar con una distancia extraordinaria sobre los acontecimientos políticos y la condición humana.

Es difícil quedarse con algo. Los artículos periodísticos son exactos. Pero donde, en mi opinión, resulta más enriquecedora la lectura es en sus apuntes de viajes, como la descripción de los frentes de Verdun en Francia o Udine en Italia en 1917, o en los discursos políticos, plenos de enjundia, construidos con un rigor prodigioso, dotados de una retórica directa y cultivada que tanto se echa de menos en nuestros parlamentos de ahora.

No falta la risa en esta relectura, como la que puede hacer hasta llorar cuando describe Madrid en la revista La Pluma. Ni el terrible dolor que destilan sus discursos de guerra. O la compasión que le provoca la torpe historia de nuestro país y sus dirigentes, monarcas, clérigos o menestrales. O la perplejidad ante la chata visión de la historia de los hombres que discuten en la estación de Benicarló. Para los amantes de la ucronía, tampoco es mala receta leer sus descripciones, repletas de seny y sabiduría, sobre el problema catalán. Poco hay de nuevo, y nada mejor, en lo que oímos ahora.

Los análisis sobre la Gran Guerra y la posición de España, las tentaciones germanófilas de la derecha; la disección del Estado hegeliano fundado por Bismarck, como gran responsable de la catástrofe… y la política militar tout court. Unos análisis que, si es que los leyeron, aumentarían el odio que Franco y sus lacayos sentían por quien escribía: "Si existe en serio un arte militar, no hay en él nada inaccesible para el simple buen sentido". Azaña e Indalecio Prieto fueron los mejores analistas de la materia en los años veinte y treinta.

Un homenaje debido, una imprescindible obra recuperada. Un disfrute para quien se decida a buscar acomodo para esos siete volúmenes en casa. Falta que le devuelvan a Azaña su nombre.

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