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Neige Sinno, la escritora que salió del infierno del incesto, agita el debate sobre las agresiones en Francia

La autora relata en ‘Triste tigre’ los abusos sexuales que sufrió por parte de su padrastro. El libro no es solo un testimonio, sino también una historia cultural y política de la violación a la luz del cambio impulsado por el MeToo

Álex Vicente
La escritora Neige Sinno, retratada este lunes en Guéthary, en el País Vasco francés.
La escritora Neige Sinno, retratada este lunes en Guéthary, en el País Vasco francés.MARKEL REDONDO

Violeta, violín, viola, violonchelo, ravioli. Las palabras que contienen una sílaba emparentada con violación provocan en Neige Sinno (Vars, Francia, 1977) un rechazo instintivo. Dice que el cuerpo se le tensa como en un acto reflejo. Antes sentía una descarga eléctrica. Ahora es solo un malestar temporal. El motivo de su desasosiego es que, entre los siete y los 14 años, la escritora francesa fue víctima de repetidas agresiones sexuales por parte de su padrastro, un guía de senderismo en alta montaña, alto, fuerte y simpático, fan de Johnny Hallyday y con “un agudo sentido de la injusticia”, o eso juraba él. Sinno presentó una denuncia en el año 2000 junto a su madre. Sería condenado a nueve años de cárcel. Durante mucho tiempo, la autora prefirió no poner por escrito esta experiencia. Tenía aversión por lo autobiográfico desde que le encontraron un diario íntimo de adolescente, que acabó quemando en la hoguera. Y se negaba a escribir literatura usando su historia, a componer una obra estética a partir de la violencia sufrida, porque le parecía una falta de rigor artístico.

Lo acabó haciendo con su tercer libro, Triste tigre (Anagrama), un testimonio desgarrador sobre lo indecible, pero también una especie de historia cultural del incesto y las agresiones a menores, que explora la violación como tema literario y político en una sociedad que no siempre la ha considerado especialmente grave. “Es muy complicado asumir esa violencia, el hecho de que mi autobiografía se base en haber sido víctima de incesto”, responde Sinno, envuelta en un rebozo mexicano, en su casa de Guéthary, en el País Vasco francés, donde se acaba de instalar tras casi 20 años viviendo en el Estado de Michoacán. “Es normal que este proceso me haya llevado años. Me ha permitido encontrar y forjar mis armas a través de la escritura para no dejarme aplastar por la violencia de ese material. Quienes han escrito sobre la tortura o sobre los campos de concentración también necesitaron tiempo”, dice en una mezcla de francés y español perfecto (ella misma ha traducido su libro al castellano).

El regreso a su país natal no le está resultando fácil, pese al magnífico jardín que circunda su recién estrenado hogar, con vistas sobre el océano. Sus encuentros con desconocidos le parecen adulterados por el peso de su nueva fama en Francia, donde el libro ha vendido casi 300.000 ejemplares, en medio de un gran debate nacional sobre las agresiones que ha puesto fin a una funesta excepción cultural francesa. “Es un país que se ha vuelto desconocido para mí. Lo veo como un lugar crispado, tenso, con un rechazo brutal a los extranjeros. Por otra parte, tengo una hija de 12 años y quiero que pueda crecer con la libertad que tuve yo. En Michoacán es más difícil ser adolescente”, dice para justificar su regreso, tras haber trabajado durante años como profesora de literatura y traducción en la Universidad de Morelia. Nos encontramos a pocos kilómetros de Biarritz, en la llamada California francesa, epicentro de la cultura surfera, donde grupos de jóvenes aprovechan las últimas olas del verano y hasta los ancianos visten ropa de sport, como si esto fuera un remake de Cocoon en la costa vasca. Una estrella literaria como Frédéric Beigbeder vive a la vuelta de la esquina. En medio de este lugar, Sinno parece una extraña, una chamana lúcida y doliente, una especie de fantasma.

“Necesité tiempo antes de escribir, como quienes han hablado de la tortura y los campos de concentración”

Cree posible que el libro no hubiera existido sin la emergencia del Me Too. Incluso con ella fue difícil. “Ya tuve bastantes dificultades para publicarlo el año pasado. Tardé un año en encontrar un editor y recibí 20 cartas de rechazo. Me decían que ya había muchos textos sobre el mismo tema”. En efecto, Triste tigre llega en la estela de una serie de libros que han explorado las agresiones sexuales y las relaciones con menores en una sociedad que fue relativamente permisiva con ellas. Retrocedamos hasta 1977. Un grupo de intelectuales de primer nivel publicó una tribuna en la prensa francesa para exigir que se derogaran las leyes que impedían las relaciones sexuales entre adultos y menores. Entre los firmantes estaban Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Louis Aragon, Gilles Deleuze, André Glucksmann, Michel Foucault y Françoise Dolto, pionera del psicoanálisis infantil.

En los últimos años, una serie de textos de gran repercusión social en Francia, que es el país de los derechos humanos pero también el de Gisèle Pelicot, rompieron con la ley del silencio. Por ejemplo, La familia grande, de Camille Kouchner, que reveló el incesto que su padrastro, el politólogo y antiguo diputado socialista Olivier Duhamel, impuso a su hermano. O El consentimiento, de Vanessa Springora, que relataba el caso de pedofilia del escritor Gabriel Matzneff, de la que fue víctima la autora cuando tenía 14 años. O los libros de Christine Angot, sometida a los abusos de su padre, pero acusada de distorsionar los hechos, de airear intimidades y de utilizar un lenguaje “demasiado violento”. También está el reciente podcast Ou peut-être une nuit, citado por Sinno en su libro, donde Charlotte Pudlowski narra el caso de incesto entre su madre y su abuelo.

La autora Neige Sinno, en Guéthary, cerca de Biarritz, este lunes.
La autora Neige Sinno, en Guéthary, cerca de Biarritz, este lunes.MARKEL REDONDO

“La primera persona que habló sobre una situación de incesto en Francia en televisión lo hizo en 1983″, señala Sinno. “Christine Angot lo hizo en sus libros a partir de los noventa, pero la respuesta social fue complicada. El problema no era su obra, sino cómo la sociedad quiso hacer la vista gorda, como sucedió en el caso de Nabokov”. La autora, hija de hippies que creció en el departamento rural de los Altos Alpes, alterna su historia con una lectura crítica de Lolita, cuya protagonista era, igual que ella, una niña white trash, como se autodefine en el libro. Casos como el suyo existían desde hace décadas en todo el mundo. Fue la mirada social la que cambió, casi de un día para otro. “Tengo la impresión de que el MeToo se produjo cuando hubo una gota que colmó el vaso. Pero no empieza en 2016, ha sido un proceso acumulativo que ha provocado un desbordamiento”, sostiene Sinno. “Estoy contenta, porque no estaba segura de poderlo ver en vida. Y tampoco estoy segura de que este espacio que nos damos como sociedad para repensar el patriarcado vaya a durar”. Por eso, la autora no cree que nos encontremos todavía en el mejor momento para abrir debates internos. “Del otro lado se abalanzan en esa brecha en cuanto la abrimos. Sería genial poder discutir sobre quién es más feminista que quién, pero yo apuesto más por las alianzas”.

“Tardé un año en encontrar editor y recibí 20 rechazos. Decían que ya había muchos textos sobre el mismo tema”

En su libro, Sinno desconfía de todo el mundo. También de su capacidad como narradora. “Sí, fui muy cruel con todo el mundo, incluida yo misma. Esa crueldad es como un cuchillo que permite tocar el hueso, que es cuando las cosas se vuelven interesantes”. Hay en Triste tigre una tensión constante entre la experiencia vivida, el recuerdo de la misma y la interpretación de los hechos desde el presente. La autora cuestiona las categorías binarias de víctima y verdugo, porque le parece la forma más precisa de narrar lo que ocurrió. “Para mí, es la única manera, porque percibo una enorme complejidad en mi propia experiencia. Es una historia difícil de contar a los demás. ¿Con qué enfoque narrativo debes hacerlo? Cada vez lo haces de una manera distinta. Nunca he dejado de cuestionarme sobre mi propia historia en su calidad de relato”, afirma Sinno, experta en teoría literaria. “La puerta que se nos abre en este momento histórico provocado por el Me Too es la oportunidad de explorar esas ambivalencias. Podría haber contado mi historia desde una superioridad moral, como persona de la que han abusado. Pero esa posición me impediría explorar la complejidad de mi historia, que es lo que me interesaba”.

Sinno se marchó de Francia antes de que terminara el juicio a su padrastro. Primero, con una beca para estudiar en Estados Unidos. Y, desde ahí, a México, donde se encontró con “una sociedad en la que las relaciones humanas son lo más importante”. ¿Diría que quiso huir? “A posteriori, sí, pero entonces no fue algo consciente. Hoy diría que fue una forma de reinventarme en otro lugar”. En el relato viaja en el tiempo para adoptar, a la manera de Annie Ernaux en Memoria de chica —”Es como descender al abismo con los ojos abiertos”, ha dicho la premio Nobel sobre Triste tigre—, el punto de vista de la superviviente en la que se convirtió tras esos abusos. Una joven huraña, silenciosa e insolente con los adultos, que más tarde padecería un cáncer de ovario a los 35 años (Sinno cita en el libro estudios científicos que sugieren una posible relación entre ambos hechos). Lo más desconcertante es que también asuma la perspectiva de su padrastro en una serie de pasajes que no se olvidan fácilmente tras la lectura. “El objetivo de todo el libro es deconstruir esa fascinación por el personaje, por su personalidad, el interés por el que ostenta el poder y ejerce el mal, una fascinación cultural que yo también compartí”. En un capítulo perturbador, se mete en la piel de su agresor mientras acaricia la espalda de su hija a la hora de acostarla. “Es un asunto del que no tenemos derecho a hablar, ni siquiera pensar. Lo incluí por motivos de coraje literario”, afirma. “Los niños viven sometidos a nuestro poder, en una situación de vulnerabilidad absoluta. Quise plantear que todos los padres tienen momentos de ternura con sus hijos que pueden transformarse en algo absolutamente atroz”.

“Quise plantear que todos los padres tienen momentos de ternura con sus hijos que pueden transformarse en algo absolutamente atroz”

Triste tigre está dirigido a un lector, y a una sociedad, capaces de escuchar. “E incluso de encajar la historia con un poco de sarcasmo. Hubiera querido escribir algo todavía más divertido y ligero, pero me salió así”, dice Sinno. “Puedo compartir algunas anécdotas de carácter más o menos sexual para no defraudar a los lectores que han tenido la paciencia de leer estas pequeñas memorias hasta aquí”, escribe en el libro. El humor termina pronto: acto seguido, describe la emancipación simbólica que supuso empezar a escupir el semen cuando tuvo relaciones de adulta. Su padrastro la obligaba a tragarlo.

Pese a todo lo que ha vivido (o tal vez por ello), Sinno está en contra de las penas de cárcel, ya que cree que no resuelven el problema a escala social, incluso cuando es terapeutico para las víctimas. “La justicia no tiene la misión de hacer terapia, no fue concebida para eso. No estoy en contra de la justicia: presenté una denuncia como una acción colectiva, para que quedase claro que la violencia sexual contra los niños era un asunto social y político que no me concernía solo a mí”, explica. “Una persona de cada 10 es víctima de violencia sexual en Francia, en España, en Italia y en China. Como sociedad, ¿qué solución tenemos frente a la existencia de esos cientos de miles de agresores? Es imposible aislarlos a todos metiéndolos en la cárcel, como si los mandáramos a una isla lejana. A escala política, ver la prisión como una solución definitiva nos impide reflexionar sobre la profundidad de este problema”. ¿Qué propone la autora? “Lamentablemente, no tengo una solución que ofrecer”.

Neige Sinno, en el jardín de su casa, en Guéthary (Francia), este lunes.
Neige Sinno, en el jardín de su casa, en Guéthary (Francia), este lunes.MARKEL REDONDO

Tras el juicio, su padrastro se puso en contacto con su madre. Le propuso empezar de cero como si nada hubiera ocurrido. “Durante la audiencia, empezó a hablar de mí en tercera persona. Me di cuenta de que había sido un objeto en su sistema, que quizás ni siquiera había existido [como persona] para él”, asegura. Al salir de la cárcel, conoció a una mujer 20 años menor, católica devota, con la que coincidió haciendo el Camino de Santiago. Tuvieron cuatro hijos más. Sinno hubiera preferido no contarlo. “Quise dejar fuera del libro a esos hijos, porque ellos no tienen nada que ver. Pero no era posible mostrar la complejidad de esta historia sin decir que él pudo rehacer su vida”. Con la autora nunca se volvió a poner en contacto. “Hace poco, alguien me dijo que no se puede perdonar si no te piden perdón. La verdad es que no sé cómo habría reaccionado si lo hubiera hecho”.

“No creo en las penas de cárcel. Verlas como solución nos impide reflexionar sobre lo profundo del problema”

La autora entiende que muchas víctimas prefieran callar: hay que prepararse para perder muchas cosas cuando se toma la decisión de hablar. “Destruyes a tu familia. Al ponerle palabras y hacerlo visible ante los demás, la unidad familiar se desmorona. Y cuando la familia se viene abajo, todo se desmorona, porque pierdes lo que te proporcionaba estabilidad. Por eso, la mayoría de las víctimas prefieren sacrificarse y actuar como si todo fuera bien”, opina. La relación con su familia se ha visto, por descontado, bastante perjudicada. “Tengo relación con mis hermanos y con mi madre; nos queremos, pero la violencia que arrebató nuestra historia familiar es demasiado grande”, relata la autora. “Aun así, al hablar también nos desprendemos de una máscara. Vivimos de una manera más intensa porque nos la hemos quitado”. Sinno pudo exiliarse en México y no expresarse nunca más sobre el asunto. “Pero quise hacerlo, opté por un juicio público, hablé de ello en mi escritura y con mi entorno. Elegí perder todas esas cosas para ganar otras”. ¿Qué ha ganado exactamente? “No sabría ponerle un nombre, pero sé que es algo importante”.

Sinno tampoco fue nunca a terapia. En su clase social, dice, a nadie se le ocurriría hacer eso. “Se pueden tener vidas ricas y felices sin haber resuelto todos nuestros traumas. Hay una doxa, una imposición de que debemos curarnos. Es importante querer sentirse mejor, pero es peligroso que se convierta en una obligación. Si no lo logramos, nos sentimos más culpables, porque no conseguimos sanar, porque no somos buenas víctimas que han seguido el camino correcto, como ir a ver un psicólogo”, dice la escritora. “Soy una persona fuerte. De lo contrario, no habría podido realizar todas estas entrevistas. Hay algo en mí que es muy sólido, pero también hay algo destruido que no será reparado, porque me hicieron cosas imperdonables. Lo que es hermoso y consolador, y tal vez terapéutico, es el vínculo que se crea con las personas que han leído el libro. Ahora me siento menos sola. Siento que formo parte de un colectivo”. Decía Antonin Artaud que uno escribe para salir del infierno. Sinno corrige esa cita célebre con educación: uno solo logra hacerlo cuando ha salido de él.

Portada de 'Triste tigre', de Neige Sinno.

Triste tigre

Neige Sinno.
Traducción de la autora (también disponible en catalán, traducción de Marta Marfany).
Anagrama, 2024.
256 páginas. 19,90 euros.


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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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