_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Burguesía de Internet

¿Qué es Nicolas Sarkozy -y no ¿quién es?, lo que no está demostrado que sea de particular interés-, ese presidente que, a todas luces, se cree capaz de interpretar tantos papeles al mismo tiempo? ¿Es el precursor de una nueva concepción francesa de hacer política? ¿Una versión garbancera del general De Gaulle, que osa poseer, también, una cierta idea de Francia? O, simplemente, ¿un despistado mayúsculo que se ha equivocado de hora y de país y que cuando se despierte va a comprobar que la nación a la que dijo "estar seduciendo" lo despide a patadas, como al gañán que, entonces, todo el mundo dirá que siempre ha sido?

Por lo pronto, está claro que su idea de la política es radicalmente diferente a todo lo que se había conocido al norte de los Pirineos. Ha organizado una corte en la que se celebra el culto de Sarko, o de Nicolás I como ironiza en un libro de reciente aparición el Goncourt Patrick Rambeaud, a extramuros de la cual piafan los sarkó-fobos y hasta los sarkó-fagos, y ya en alguna deliberada lejanía de ese Versalles mediático emiten su docta palabra los sarkólogos, pero lo ha hecho de forma radicalmente distinta a sus predecesores. De Gaulle consentía pero hacía como si esa corte no existiera; Pompidou la prefería en forma de tertulia de amigos; Giscard la organizaba en forma de tabla meritocrática; Mitterrand mantenía una doble distancia, en público y en privado, para jugar a la esfinge; Chirac guardaba las formas, pero en el cuerpo a cuerpo quería convencer de que era uno de los nuestros; Sarkozy, a diferencia de todo lo anterior, no distingue entre dentro y fuera, todo en él es un continuum de la política desarrollada por otros medios, y, por ello, los programas de gobierno tanto valen para su exposición parlamentaria como para escenificarlos en ruedas de prensa, en un todo amalgamado como si fuera una única materia prima: las vacaciones pagadas por un multimillonario sin costo para el erario público, el anuncio de que puede que se case con una figura del mundo del espectáculo, o el conjunto de proposiciones de ley con las que espera convertir a Francia en un Estado plenamente capitalista, especialmente en lo que atañe al empleo de Estado. Y esas grandes maniobras se celebran en medio de una saturación del espacio mediático, como si el presidente fuera el decorado imprescindible de todos los paisajes.

¿No será el cargo o la función, más que el contenido, lo que denota la esencia del 'sarkozysmo'?
En medio de la saturación del espacio mediático, el presidente parece el decorado imprescindible

Hay quien afirma que eso significa el fin de la política, su banalización como medio de gobierno, de manera que antes que cámaras elegidas haya plaza pública televisada y sólo se acuda al Parlamento una vez valorada la reacción del público, razón por la cual hay también -el escritor y periodista Jacques Julliard- quien, contrariamente, sostiene que nos hallamos ante una idolatría de la opinión, a la que constantemente se está consultando. ¿Habrá una nueva burguesía de Internet, dispuesta a apoyar a un gobernante tan globalizado, como para que su vida sea una sola representación, pública y privada, sin entreactos ni final, como es el propio medio electrónico? El comentarista norteamericano William Pfaff, que se declara "católico de izquierda" y es vecino de París, aventura, sin embargo, que el presidente puede causar "una cierta incomodidad a una ciudadanía que le ve demasiado".

¿Ha cambiado tanto Francia o Sarko ha leído tan sabiamente las runas del cambio como para que el país acepte lo que ayer habría merecido su más virulento anatema? Su prometida, la ex modelo y puede que aún cantante Carla Bruni, protagoniza estas fechas el anuncio publicitario de un coche que se está pasando en las televisiones europeas, para el que es evidente que la firma automovilística no habría solicitado su concurso si no pareciera que está a punto de convertirse en la nueva primera dama de Francia. ¿Dónde queda el deportivo desapego de las cosas materiales que los notables franceses, aunque no sepan quién es Ortega, han exhibido históricamente en su vida pública? ¿No será el cargo o la función más que el contenido, lo que denota la esencia del sarkozysmo? Prestidigitador o sonámbulo, Nicolas Sarkozy, hijo de húngaro, casado en anteriores nupcias con una señora descendiente de españoles y pareja estable de una oriunda de la península Itálica, ha incendiado de histeria los medios de comunicación franceses. ¿Asistiremos en su mandato a un duelo entre la Francia eterna y esa presunta nueva burguesía -sarkozysta- de Internet?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_