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Columna
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Zona alta

La clínica Teknon, donde va a morir la calle de Vilana, por encima del paseo de la Bonanova, es toda una metáfora de la evolución de la ciudad. Tuvo su anterior ubicación en la calle de Tres Torres esquina con Ganduxer, donde adquirió en la década de 1970 un notable prestigio en el tratamiento de la leucemia y el cáncer linfático. A principios de los años noventa se trasladó al solar actual, que había estado ocupado por el siniestro Asilo Durán, un internado al que iban a parar los chicos que el nacionalcatolicismo victorioso conceptuaba de rebeldes o malnacidos, y que tras el paso por semejante institución salían todavía más rebeldes y malnacidos. Véase al respecto la excelente novela Tanguy (1957), de Michel del Castillo, quien evoca su terrible experiencia. A finales de los años sesenta aún se veía algún chico, pero la sensación era ya de abandono del imponente edificio. Había un frontón que daba a la calle de Planella, siempre vacío, en el que se colaban a jugar a veces algunos niños del barrio. El parque, con palmeras y parterres bien ordenados frente a la soleada fachada neoclásica, tenía un evocativo aire colonial. El centro médico actual, que rebosa actividad, ha respetado esa fachada y gran parte del parque.

Más arriba de la clínica, la verja de la torre de Bellesguard, de Gaudí, sigue abierta. La muralla, reconstruida con supuestos restos de la residencia de verano de Martí l'Humà, siempre ha sido de fireta, no impone respeto. A esa sensación hay que añadir que la familia Guilera siempre ha permitido a los visitantes darse un paseo por el jardín para ver de cerca la casa. Justo delante se encuentra una importante obra civil del arquitecto, los ocho contrafuertes recostados que permiten al camino que lleva al cementerio -por encima de la ronda de Dalt- salvar el torrente de Betlem, que descendía bravo de Collserola. Tengo para mí que para un innovador como Gaudí el paso del túnel del AVE cerca de los cimientos de su obra mayor le supondría un reto apasionante y moderno.

El tremendo conjunto residencial metido en la ingle del parque natural todavía no está acabado. Por detrás de los bloques de viviendas han surgido pistas de tenis y una gran piscina, todavía no estrenada. Antes en esta zona había una perrera triste, pintada de verde y blanco, que olía a zotal y que fácilmente hubiera podido ser escenario de una película de quinquis de la época: la retama y sobre todo el polvo que el viento te metía en los ojos daban a este lugar un aire reseco, mísero. A la perrera iban a parar muchos chuchos abandonados que ladraban toda la noche, pero nadie les oía, simplemente porque la ciudad no había llegado hasta allí para poner la oreja. La ronda cambió abruptamente el decorado: la retama y el polvo han cedido el terreno al césped bien regado y a los caminitos asfaltados que llevan al aparcamiento. El alto standing lleva su propia estética, que excluye la retama, el polvo y el Asilo Durán.

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