Ver, escuchar, sentir, pensar
Los conciertos se escuchan, los conciertos se ven. El primer impacto que provoca la Sinfónica de la Juventud Venezolana es visual. Tan jóvenes, tan desenfadados. Con una explosión de color desde la piel. Con una ilusión que se percibe en cada gesto, en cada mirada. Pelos rizados, tacones de aguja. Y todos en trajes negros impecables. Las plantillas orquestales son numerosas: hasta una docena de contrabajos en Chaikovski, y el resto de las secciones guardando a partir de ahí las proporciones.
Gustavo Dudamel -27 años hoy: felicidades- los electriza. Tiene técnica depurada, un estilo cada vez más cercano a Rattle, una manera de marcar la melodía que le aproxima a Abbado, una actitud extrovertida a lo Barenboim. Son sus maestros. Él pone la energía de su edad, un instinto salvaje e intuitivo, una capacidad de organización fabulosa, una insolencia que enternece. Sonó un móvil antes de que la orquesta empezase a sonar. Sonó otro en los primeros compases. Dudamel paró la ejecución y el público le aplaudió. Antes de reanudarla sonó un tercer teléfono. Sin comentarios.
ORQUESTA SINFÓNICA DE LA JUVENTUD VENEZOLANA
Director: Gustavo Dudamel. Sinfonías de Beethoven -Séptima- y Chaikovski -Quinta-. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo, 24 de enero 2008.
Ante este delirio de entrega, la música muestra su cara más social y dialogadora
Un Beethoven poderoso, compacto y aguerrido se impuso desde el primer movimiento. En el alegreto las cotas de poesía volaron alto. Para el alegro con brío final se reservaron los venezolanos el frenesí. Fue un movimiento diabólico, un tsunami. Eso sí, perfectamente controlado desde la batuta. Dejaron al auditorio sin respiración y a los móviles enmudecidos. Si Beethoven fue de impacto, Chaikovski fue apabullante. No es extraño que la Quinta sea una de las sinfonías con las que van a comparecer este verano en el Festival de Salzburgo. Les va este tipo de música excesiva, desgarrada, hiperromántica, desesperada. Dudamel se mueve en ella desde la solemnidad hasta el despojamiento, desde el apasionamiento a la confidencialidad. Inmensa interpretación.
Los conciertos se sienten, los conciertos se piensan. Dudamel y sus músicos excitan la sensibilidad del espectador con su despliegue de fuerza y luz, que diría Luigi Nono. E invitan a la reflexión desde la emoción que despiertan. Ante este delirio de entrega, la música muestra su cara más universal, más social, más dialogadora. Establecer un juego de comparaciones es inútil. Dudamel no se parece a Mravinski o Gergiev, pongamos por caso, en la manera de enfrentarse a Chaikovski. Su lectura es otra. Irresistible y con una demostración de confianza en la humanidad y sus posibilidades. Tocaron un mambo de propina y el público enloqueció. Es una lástima que nadie de la Casa Real asistiese al concierto. En Venezuela no se hablaría de otra cosa durante una larga temporada.
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