El espanto cotidiano

La convicción existencialista de que el infierno son los otros. La invencible sensación de vivir en el peor de los mundos posibles. La colectiva miseria moral que puede imponer el poder totalitario a sus obligados y temerosos súbditos. La sospecha o la certidumbre de que el vecino te está espiando continuamente y que delatará cualquier indicio de transgresión ante un estado policial que reprime implacablemente no solo la heterodoxia sino el intento de sobrevivir con metodología ilícita a una desesperada situación personal. La mediocridad vital, el pragmático conformismo, la resignación sombría, el chantaje y el abuso contra el débil o el acorralado, la corrupción cotidiana como aceptada y glorificada moneda de cambio en las relaciones entre la gente. Éstas son algunas de las temibles cuestiones que retrata esta película angustiosa y terrorífica que te hace palpar el vértigo mental y la asfixia de sus dos memorables y trágicas protagonistas.
CUATRO MESES, TRES SEMANAS, DOS DÍAS
Dirección: Cristian Mungiu.
Intérpretes: Anamaria Marinca, Laura Vasiliu, Vlad Ivanov, Ion Sapdaru.
Género: drama. Rumania, 2007.
Duración: 113 minutos.
Ocurre en la indeseable y sórdida Rumanía de hace 20 años y narra la preparación, ejecución y epílogo de un aborto clandestino, algo penado con la cárcel y la ruina a perpetuidad. Se lo van a realizar a una estudiante sin excesivas defensas emocionales ni sentido práctico, pero que tiene la suerte de disponer incondicionalmente de una amiga con coraje y solidaridad, generosa y valiente, lista y capacitada para la acción, una mujer con aparente estabilidad sentimental a la que se le van a derrumbar todos sus refugios al constatar dolorosamente que los monstruos están por todas partes, que amenazan, te miran de reojo, sientes su aliento en la nuca, intentan degradarte, te violan en el cuerpo y en el alma, van disfrazados de asépticos recepcionistas de hotel o de estraperlistas, de civilizados miembros de la clase instalada (burguesía es un concepto anatemizado en el universo proletario que ha construido el grado timonel Ceausescu) o del tortuoso y arriesgado médico que va a solucionar su problema exigiendo un precio salvaje.
Esta película tan austera como sugerente, tan veraz como tenebrosa, tan realista como crítica, tiene en muchos momentos el aire de una pesadilla, el aroma del cine de terror. No hay asesinatos en ella, ni sustos, ni golpes de efecto, aunque la imagen de una mujer frenética que va buscando ayuda en la noche, chapoteando en esas calles embarradas y rodeadas de perros sin dueño, inspira el desasosiego, el suspense, el mal rollo y el pavor que caracterizan al género del estremecimiento.
Sólo se le puede hacer un reproche a Cristian Mungiu, este director con sentido de la atmósfera y de la elipsis, sutil y profundo, magistral en la descripción de ambientes y estados de ánimo, y es que se complazca restregándonos la imagen física e insoportable del horror en un plano innecesario, efectista y agresivo, más propio del cine gore que de este inteligente y durísimo retrato de la supervivencia cuando todo lo que te rodea te invita a la rendición.
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