Mediación en Kenia
El presidente Kibaki propone un Gobierno de unidad tras las jornadas de violencia
La manipulación de las elecciones presidenciales del pasado 27 de diciembre en Kenia, las primeras de su historia que se celebran con aceptables garantías democráticas, fue la chispa que hizo estallar la llamarada de violencia que está devastando el país, donde ya se contabilizan más de tres centenares de muertos. Sería un error explicar en términos étnicos los enfrentamientos entre los partidarios del presidente Mwai Kibaki y del opositor Raila Odinga, líder del Movimiento Democrático Naranja, que reclama la victoria en los comicios. También resultaría equivocado calificar las atroces matanzas de estos días de "crisis humanitaria", con episodios tan sobrecogedores como el incendio de una Iglesia en Eldoret en el que perecieron 35 personas.
Lo que Kenia está viviendo es un sangriento conflicto político, motivado, no porque el presidente Kibaki pertenezca a la etnia de los kikuyus, sino por su pretensión de permanecer en el poder mediante el fraude electoral. Sus rivales han preferido tomarse la justicia por su mano en lugar de recurrir a los procedimientos constitucionales, por más que sean débiles y el Gobierno se haya preocupado de instrumentalizarlos a su favor. Si la oposición no se distancia de manera inequívoca de los asesinatos en masa y no colabora para que los responsables sean llevados ante la justicia, su eventual acceso al poder estará lastrado por una mancha que tarde o temprano acabará comprometiendo su manera de ejercerlo.
Tras las gestiones del premio Nobel surafricano Desmond Tutu y de la secretaria de Estado adjunta para Asuntos Africanos Jendayi Frazer, el presidente Kibaki ha propuesto la formación de un Gobierno de unidad. Ninguna fórmula dirigida a terminar de inmediato con el horror que vive Kenia puede ser rechazada sin explorar sus posibilidades. Pero no es una buena fórmula. Tiene razón el líder opositor Odinga en la cuestión de principio: quien pierde unas elecciones debe abandonar el poder, no presidir un gabinete para resolver los problemas que ha creado. Existen, además, razones pragmáticas para dudar de la conveniencia de la fórmula propuesta por Kibaki: es inverosímil que pueda formarse y mucho menos subsistir un Gobierno integrado por los líderes de formaciones cuyos partidarios se matan en las calles.
La salida de la grave crisis que atraviesa Kenia sólo podrá llegar de la mano de una mediación internacional, y es necesario que la Unión Europea se haga más presente que hasta ahora. En cualquier caso, una mediación internacional que no actúe desde el entendimiento de que, como se trata de un país africano, habrán de servir fórmulas que no se osaría plantear en cualquier otra región del mundo. Hay que exigir a los partidos kenianos que condenen la violencia y contribuyan a detenerla. A partir de ahí, sería necesario un nuevo recuento de votos con garantía internacional, y la condena judicial de los responsables de las matanzas.
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