Valldemossa, más allá de Chopin
Una habitación en la Cartuja y un paseo por el pueblo mallorquín
Hasta Valldemossa, en plena sierra de Tramontana, llegan todos los días autobuses con turistas dispuestos a visitar la cartuja donde Federico Chopin y George Sand pasaron el otoño de 1838 y el invierno de 1839. Aquí, el best seller se titula Un invierno en Mallorca, el libro donde la escritora francesa saldó cuentas con los valdemosinos, y en las postales más vendidas aparecen el piano, algunas partituras y la máscara mortuoria del músico polaco.
Con todos los respetos hacia aquellos ilustres extranjeros y los románticos mechones de pelo que dejaron por doquier, lo cierto es que Valldemossa, sin ellos, seguiría impresionando al visitante desde el primer momento. Ahí está, para empezar, el desfiladero de S'Estret, tan angosto que hasta no hace mucho el agua lo hacía a menudo intransitable, y tan umbrío que a nadie sorprendería la aparición de un bandolero de los de ¡la bolsa o la vida!
El compositor polaco dejó una leyenda romántica a su paso, acompañado de la escritora George Sand. Aun sin ellos, el lugar seguiría siendo un imán. El emplazamiento, la historia y el encanto así lo piden.
1 UN POCO DE HISTORIA.
Una vez cruzado S'Estret se abren los primeros valles del interior de la sierra de Tramontana y aparecen, colgadas de la ladera, las casas y las torres de Valldemossa. El nombre, según los lingüistas, tendría su origen en Vall de Muza porque Muza se llamaba el terrateniente moro que lo poseyó hasta que Jaime I el Conquistador recuperó la isla, convirtiéndose en el primer rey de Mallorca.
Más tarde, Jaime II decidió construir un pabellón de caza, el palau de Pujol, donde se encontraban los palacios del mítico Muza, y poco después se lo regaló a su hijo Sancho. Pero la fundación de la Cartoixa no se produjo hasta más tarde, en 1399, cuando Martín el Humano donó el palau del rey Sancho a una comunidad de monjes de la regla de san Bruno para que instauraran allí la Real Cartuja de Jesús de Nazaret.
Durante más de cuatrocientos años, la congregación habitó el convento ininterrumpidamente, hasta que en 1836 la desamortización de los bienes de la Iglesia obligó a los monjes a abandonarlo. El templo pasó a manos del obispado, que lo mantuvo, mientras que las dependencias monacales se dividieron en nueve lotes y se sacaron a subasta. Hace ya años, ocho de los nueve dueños se pusieron de acuerdo para abrir sus habitaciones al turismo.
2 LA CARTUJA.
La visita empieza por la iglesia, una contundente nave de piedra del siglo XVIII que permanece fresca todo el año. En el altar mayor se encuentra la imagen de una santa valdemosina, santa Catalina Tomàs (1533-1574), que tenía visiones de ángeles y santos y se topó varias veces con el demonio, siempre empeñado en tentarla. La santa, como era de esperar, no sucumbió a las flaquezas de la carne.
Desde la iglesia pasamos al claustro encalado. Aquí se encuentra la antigua botica dieciochesca, que guarda una colección de botes azules de loza catalana contemporáneos de esta parte del convento. Las celdas, a lo largo de una galería amplia y larga, son como manda la regla de la orden: pequeñas casas adosadas con huerto.
Los ventanillos que hay junto a las puertas servían para dejar la comida a los monjes, que hacían voto de silencio y pasaban buena parte del tiempo rezando y estudiando en soledad. Para no embotar sus facultades, los cartujos alternaban la oración y la lectura con pequeños trabajos artesanos, el cuidado de sus celdas y el cultivo de los huertos. Aunque con la desamortización estos huertos se transformaron en jardines, todos conservaron el mismo sistema de riego, con acequias integradas en los muretes y sus correspondientes albercas.
La visita termina en el palacio del rey Sancho, la parte más antigua de la cartuja, que fue decorado en el siglo XIX con paredes enteladas y muebles dorados, y albergó a visitantes famosos. Por aquí pasó el deslumbrante poeta Rubén Darío ("¡Juventud, divino tesoro! / Ya te vas para no volver..."), conocido por su vida disipada y teatrera, pero que no dudó en fotografiarse con el hábito blanco de los cartujos.
3 EL PAISAJE.
Valldemossa no termina en la Cartoixa. Quedan por ver las calles adornadas con macetas, las plazas y las fuentes, y también los azulejos con representaciones de santa Catalina Tòmas junto a las puertas de las casas. En la calle de la Rectoría, junto a la parroquia de San Bartolomé (siglo XIII), hay un pequeño oratorio en la que fue casa natal de esta visionaria valdemosina.
Finalmente queda por admirar el paisaje del valle, que desciende en bancales de olivos y algarrobos, mientras en las laderas más altas crecen los pinos y las encinas. A lo lejos, por el paso de S'Estret, se adivina el Mediterráneo en la bahía de Palma. Todo ello sin Sand y sin Chopin, que, a la vista está, también tuvieron su punto visionario.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- Easyjet (www.easyjet.com) y Air Berlin (www.airberlin.com) ofrecen vuelos directos entre Madrid y Palma de Mallorca desde 30 euros, tasas incluidas.- Iberia (902 400 500; www.iberia.com), Spanair(902 13 14 15) y Air Europa(902 401 501; www.aireuropa.com) vuelan directo a Palma desde Madrid desde unos 60 euros, precio final.Viajes organizados- Marsans (902 30 60 90; www.marsans.es). Fin de semana en Mallorca (vuelos, traslados y dos noches de hotel), con salida desde Madrid, desde 193 euros, precio final.- Halcón Viajes (902 300 600; www.halconviajes.com). Vuelos, traslados y cinco noches de hotel, desde 388 euros, tasas incluidas.- Viajes Iberia (902 11 62 21; www.viajesiberia.com). Vuelos, traslados, siete noches de hotel y media pensión, desde 326 euros.Información- www.illesbalears.es.- www.mallorcaonline.com.
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