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Eficacia económica y complejos de la izquierda

Algo falla en el discurso económico de la izquierda. Cuatro años creando más de 2.000 empleos diarios, incrementos del salario mínimo del 30%, crecimientos del PIB cercanos al 4% anual y superávit públicos, no han impedido que, según el CIS, la percepción de la situación económica haya ido empeorado a lo largo de la legislatura.

La existencia de fallos de comunicación ha sido la excusa recurrente admitida desde el Gobierno y el PSOE. No es suficiente. La debilidad del mensaje está también asociada a cierto complejo intelectual, común en la izquierda actual, que no se atreve a reivindicar las reformas sociales como algo imprescindible para aumentar la eficacia económica. Algo latente en el programa electoral y en el giro al centro que parece asumir que el gasto social es necesario pero improductivo, que lo único eficaz son las medidas que liberan al capital de trabas -impuesto del patrimonio- y no al trabajo.

Hoy la política vuelve al 'puesto de mando', tras décadas oscurecida en la economía

No es así, pero hay que creérselo para poderlo comunicar. Más derechos y más dignidad para el trabajo son elementos esenciales de una dirección económica igualmente rigurosa, adecuados a otro modo de entender la convivencia. No es caridad ni sólo justicia, también es economía.

La mejor forma de activar recursos productivos es liberar a la mujer de su dependencia en el hogar y requiere más guarderías para los niños y más ayudas públicas para los ancianos. La regularización masiva de inmigrantes significa, al tiempo, mejoras de derechos, empleo y crecimiento. La estabilidad en los contratos y la mejora en la capacidad adquisitiva de los sueldos son imprescindibles para producir más y mejor conocimiento. El incremento del salario mínimo es también una apuesta por una economía basada en una mayor productividad. El impulso al I+D+i y a las nuevas tecnologías es el impulso a la nueva autonomía del trabajo que representan los investigadores y los emprendedores. No hay mejor destino para el superávit fiscal que facilitar las condiciones de vida a los ciudadanos activos. Una economía basada en el conocimiento requiere fortalecer los derechos civiles, mejorar los niveles sociales y dignificar el trabajo: no es posible lo contrario, digan lo que digan ciertos "analistas" y "expertos". Al propiciarlo, política y economía se funden en otro modelo de convivencia que supera el paradigma neoliberal de crecimiento basado en la desigualdad y la falta de cohesión social.

Hoy los desequilibrios sociales y geopolíticos vuelven a elevar la política al puesto de mando, después de décadas oscurecida en la economía. Ocurría mientras Europa se miraba en EE UU y el elitismo tecnocrático defendía la "no intervención" para que la mano invisible del mercado gobernara el mundo. Hoy ya no es así. Hoy la política se está haciendo cada vez más evidente, pero no de la mano de cierta izquierda avenida a la ortodoxia: es la derecha neocons, con Bush -y Sarkozy a la cabeza- la que no sólo desprecia el paradigma del equilibrio presupuestario sino que recupera el mayor símbolo del intervencionismo, la guerra, para apropiarse de las riquezas ajenas. En paralelo, los poderes dominantes de medio mundo, desde Rusia a China o a América Latina, se suman a la evidencia que los impulsos públicos son imprescindibles en la economía.

La recuperación de la política debe coincidir con una mayor iniciativa de la izquierda, también en la defensa de la eficiencia económica. El modelo social de bienestar formó parte de un pacto social que se ha ido degradando a medida que la globalización iba precarizando el trabajo. La pérdida de altura política ha estado acompañada por un innegable reduccionismo conceptual: lo que representaba un modelo de sociedad quedó limitado a un modelo de Estado, el Estado del Bienestar, que luego fue rebajado a sus prestaciones sociales y, más adelante, a sus aspectos financieros, y a su inviabilidad futura.

Recuperar la unidad entre el lenguaje y la realidad es fundamental. Las palabras y los hechos se han distanciado progresivamente en los últimos 25 años en los que dos realidades opuestas, la revalorización y la depreciación del trabajo, han caminado juntos. Si, como decía Machado, "de necios es confundir valor y precio", una gran confusión ha convertido en necios a más de media humanidad. La época de los bajos salarios y los contratos basura, la de las prejubilaciones forzosas, la época en la que la contribución del trabajo a la renta nacional ha descendido en el país más rico del mundo, los EE UU, a los niveles de 1929, ha coincidido con la profusión de literatura sobre la economía del conocimiento y la creciente importancia del capital humano. Cuanto más bombo más degradación.

Es hora de propiciar un nuevo reequilibrio del capital humano respecto al capital dinero. La futura escasez de jóvenes talentos, asociada al envejecimiento de las poblaciones, es una oportunidad para reivindicar un nuevo empoderamiento del trabajo, pero, también, para reinterpretar las empresas como el espacio central donde se construye, simultáneamente, riqueza y ciudadanía. La conciliación de la vida laboral y familiar es parte de esa batalla.

Ésta ha sido la política del Gobierno de España. Saludémoslo, pero requiramos a sus responsables que superen las rutinas ideológicas y expliquen la coherencia y el rigor que impregna el reformismo social. Por pura eficiencia.

Ignacio Muro Benayas es economista.

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