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Entrevista:MARÍA EMILIA CASAS | ENTREVISTA

"He tenido el sentido de la corrección"

Juan Cruz

Ana Nance, la fotógrafa, quiso llevar a María Emilia Casas al salón de actos del Tribunal Constitucional para retratarla allí, en medio de aquel enorme espacio teatral que está hecho para acoger los actos más solemnes de la institución que ella preside, y que desde hace meses está en la boca de la gente más por la política que por la justicia.

Ella preguntó si debía llevar chaqueta para las fotos, y sus ayudantes, León -di¬¬plomático, responsable de su gabinete- e Íñigo -su responsable de comunicación-, le dijeron que sí, que mejor iba con chaqueta. Hasta entonces, María Emilia Ca¬¬sas Baamonde, gallega de Monforte de Lemos, catedrática de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, presidenta del citado y altísimo tribunal, había estado sentada, en mangas de camisa, en un sillón largo de su amplísimo despacho, con las manos cruzadas, muy atenta a las preguntas, risueña muchas veces; nos habían dicho que era seria y lacónica, y que, entre sus pasiones, la de ser entrevistada estaba en uno de los últimos lugares.

Nos habían dicho tanto sobre su laconismo que íbamos con la idea de que al cabo de un rato ya estaríamos con el cuestionario tachado. No puso ninguna objeción a ninguna pregunta, pero en el aire flotaba que algunas de las cuestiones que están bajo el escrutinio constitucional, como el Estatuto de Cataluña y otros asuntos que tienen que ver con la mecánica del tribunal, no debían ponerse sobre la mesa. Porque, simplemente, María Emilia Casas no las iba a responder.

Es gallega, muy gallega, muy de Monforte; allí se hizo y allí halla la paz. Vive ahora en medio de un fuego cruzado que tiene que ver con el debate político nacional, y en esa reyerta, en la que ella es mu¬¬chas veces el espejo roto, debe de haberse herido muchas veces; hasta el punto de que un día interrumpió su laconismo prudente para dar un golpe virtual sobre algunas de estas mesas de madera que la rodean para decir: "Han puesto al tribunal contra las cuerdas".

Ese asunto, el de su herida y el de las heridas del Tribunal Constitucional, for¬¬ma parte de sus silencios públicos; acaso algún día, cuando el temporal esté en el pasado, podrá explicar cómo se ha sentido dirigiendo una casa donde, como es¬¬cribió alguien, "la mitad de los inquilinos está peleada con la otra mitad", y esto, esta pelea latente, incluso aquella imagen de una supuesta discusión con la vicepresidenta del Gobierno, resulta evidente por las recusaciones que se han presentado durante el último año, y de las que los medios de comunicación hablan muchísimo más (y de esto se resienten en el tribunal, y se resiente ella), que de las sentencias que aquí se promulgan.

Éstas son cuestiones, seguramente, que se han instalado en alguna parte de las comisuras de sus labios, en las que de vez en cuando se sustituye la sonrisa a la que le lleva la evocación de la paz que busca por una sombra que ella ahuyenta como si se estuviera quitando de encima la cicatriz de una batalla.

Esa sombra fue la que apareció cuando nosotros empezamos a buscar en sus respuestas alguna referencia a esas crisis que han traído a mal traer al alto tribunal; pero le vimos en el rostro tal grado de defensa que nos pareció que ahondar más era re¬¬volver en las zonas que, tácitamente, quedan fuera de lo que ella puede decir sin violentar el delicado equilibrio en el que ahora vive esta decisiva institución.

Mientras tanto, mientras la conversación discurrió por los senderos de su vida y de sus opiniones sobre la vida, María Emilia Casas Baamonde, ciudadana ga¬¬llega y a muchísima honra, hija de registrador de la propiedad y de ama de casa, de 57 años, lectora impenitente de novela policiaca y de toda clase de novelas y de libros de su especialidad, fue una mujer tranquila de memoria suculenta y diversa, risueña a veces, atravesada por una me¬¬lancolía rabiosa cuando evocó el asesina¬¬to de su antecesor y amigo Francisco To¬¬más y Valiente, agradecida a sus maestros, y privada, muy privada. Un amigo suyo nos había dicho, antes de que fuéramos a verla: "Suele ser callada, es muy seria, siempre cumple sus compromisos. Há­¬blale de Monforte, y de libros. ¿Qué estará leyendo? Pues, fíjate, pienso que le puede estar gustando Vida y destino, de Vassili Grossman. Claro, si lo está leyendo". Hace tres años, cuando asumió esta silla, Bo¬¬nifacio de la Cuadra la entrevistó aquí, y estaba leyendo La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón; pero en este momento estaba leyendo una novela policiaca, "y a punto de leer ese libro, Vida y destino. Qué curioso, cómo lo podía saber ese amigo que dices".

Y cuando nos levantamos de la entrevista fue cuando Ana Nance le pidió que posara en el salón de actos. Cuando se hacían los preparativos, María Emilia Casas Baamonde se sentó en el suelo del escenario, se enroscó sobre sí misma y se dispuso a esperar. Ensimismada y tranquila, adoptó el aire de una muchacha que espera el resultado de un examen y está atravesada, en ese instante, por un pensamiento difuso acerca del porvenir; sus ojos, de pronto, adquirieron la indecisión de quien sabe que su porvenir inmediato depende del juicio de otro; sus manos se enroscaron a sus piernas, y esa actitud de espera la convirtió en una muchacha despojada, en ese mismo minuto, de todas las cargas que luego le esperarían en las carpetas de su despacho. Parece que uno no debe sentir ternura por gente que manda tanto, pero en ese instante María Emilia fue la chiquilla de la que ella misma habló al principio de esta conversación.

¿Y cómo fue esa infancia en Monforte? Usted dijo, cuando ganó el Premio Pelayo, que se sentía orgullosa del lugar. ¿Qué había allí? Es donde yo me asomé a la vida. Ahí están los primeros recuerdos que tengo, de sentimientos, de lo que eran mis padres, de lo que era mi familia, de lo que empezaron a ser mis inquietudes; fue donde aprendí a leer. Las cosas más elementales siempre tienen relación con una determinada casa, con unas determinadas personas y con un determinado lugar. En¬¬tonces, ese lugar es parte de mí. Monforte, donde viví con mis padres, donde siempre ha estado mi familia.

Siempre vuelve. ¿Qué en¬¬cuentra allí? Los sentimientos. Es tan importante que ahí encuentro la paz; un momento de tranquilidad, de sosiego, en el que estar con el espíritu calmado. Estoy agradecidísima a la vida por todo lo que me ha tocado vivir; me ha permitido asomarme al mundo con mucha tranquilidad, muy apoyada por mi familia, que es excepcional, muy comprensiva, que me apoyó también en mi condición de mujer. Es una familia muy luchadora. Me he sentido tan apoyada que, en momentos de decaimiento, aquello me daba una sensación de tranquilidad. También es verdad que lo asocio con los momentos más felices y más trágicos, porque mis padres están enterrados allí. Por tanto, sentirse de un sitio creo que es un apoyo muy importante que te permite estar abierta al mundo; estar en otro sitio, pero sabiendo que las raíces están echadas.

¿Y cuando se fue a estudiar pensaba lo mismo del sitio que dejaba atrás? Para mí siempre ha sido un lugar de permanente ida y vuelta, porque el trabajo de mi padre le obligaba a ejercer su profesión en distintos lugares de España. Aunque, en de¬ter¬minado momento de la vida, uno quiera hacer una carrera, y comerse el mundo, y se apodera de ti esa sensación de que todo te viene pequeño, para mí nunca ha sido un lugar que me hiciera prisionera. Siempre me he sentido acogida al llegar, y siempre que me he ido ha sido con deseo de hacerlo, pero con la pena de abandonar el sitio.

Y antes de querer comerse el mundo, ¿qué quería ser? No lo tenía definido. Lo que deseaba era conocer, estudiar. Siempre me inculcaron que para decidir había que hacerlo con cierto fundamento. Hice dos carreras a la vez, filosofía y letras y derecho. Tenía una gran vocación por la filología clásica. Me matriculé en derecho por mi padre, y luego resulta que me enganchó de tal manera que a eso me he dedicado siempre.

¿Y qué la enganchó? A partir de tercero de derecho, yo vi que el sistema jurídico tenía un sentido y que me importaba mu¬¬chísimo. Luego, ya en cuarto de derecho, el profesor Manuel Alonso Olea me preguntó si quería trabajar con él, y aquello ya me definió completamente el camino. Quizá lo que quería era aprender, y ser de una ciudad pequeña a lo mejor te acelera esa necesidad de ver un mundo que no está a tu alcance. Quizá, si hubiera nacido en una gran ciudad, hubiera tenido menos necesidad de esto.

Pero para hacerlo, para irse, había que tener una gran voluntad. En sitios equivalentes de España lo que se hacía era quedarse en casa, formar una familia, olvidarse de que había horizontes… No, no siempre; hay mucha gente de mi generación que ha hecho carrera, muchos han obtenido cátedra, y no sólo hablo de hombres, sino de mujeres. Mi padre se había buscado la vida por sí mismo; sus hermanos, también. Toda la familia tenía un sentido del trabajo y de la independencia, vinculado siempre a la profesión.

Decía Ángel Gabilondo, el rector, que sus padres siempre fueron adonde tenían que ir, jamás se rindieron. Como mis padres, siempre iban adonde tenían que ir. Re¬¬cuerdo que en mi familia eran importantes las sobremesas. Había un sentido de que la vida está para vivirla con plenitud, lo que significa una cierta dignidad profesional. Eso lo transmitieron siempre.

¿Cómo era su madre? Era una persona muy llena de sentimientos, absolutamen¬te entregada. Si yo hubiera tomado esa decisión de quedarme en mi casa, para mi padre hubiera sido un disgusto mortal. No lo hubiera entendido. Y mi madre, sí. Era una opción que hoy podríamos calificar de tradicional, pero que encajaba con su manera de ver el mundo.

¿Y cómo era su padre? Era la bondad uni¬¬da a la inteligencia. Tan de vuelta de todo, tan inteligente. Sensatísimo. Y era una persona generosa, no cuestionaba a los otros. Siempre fue muy amante de la lectura, de la investigación; vivía en pueblos, y allí seguía manteniendo un espíritu cultivado. Cuando yo tomé la decisión de quedarme en la universidad se empapó del mundo universitario. Lo acogió con un interés llamativo. No sé si yo he sido capaz de involucrarme en la vida de mis hijos tanto como él. Me interesa muchísimo el mun¬¬do de mis hijos, pero creo que no lo he hecho tan bien como lo hizo mi padre.

Las sobremesas. Las de antes y las de ahora. ¿Qué ha cambiado en la conversación? Mucho. Aquellas sobremesas eran maravillosas, pero en ellas se hablaba de cómo iba la feria del ganado, de cómo ha¬¬bía sido la cosecha, de cómo estaba la uva. Y en la medida en que se podía, de política, de libros, del futuro. El cambio ha sido y es vertiginoso. Lo que lamento es que las personas que participaban en aquellas sobremesas no puedan ver este mundo. En aquel momento había carreteras infames, los viajes a lugares cercanos duraban un día, o varios, y se accedía de manera dificultosa a la información. ¿Qué hubieran pensado en el mundo de hoy?

¿Percibía usted la presión política existente en la España de entonces, antes de venir a Madrid? Sí y no. En los pueblos se percibía, pero…, siempre existía un sentimiento de ocultación, las cosas no se de¬¬cían porque todo se sabía.

Y cuando vino a Madrid, ¿cómo vio esta ciudad? Ya conocía la ciudad. Parte de la familia vivía aquí, y venía de vez en cuan¬do. Recuerdo que mi padre me llevó al Museo del Prado, y recuerdo también que aquí me sabían diferente el pan y el chocolate. Aquí descubrí cosas que en el pueblo no había. Mi fa¬¬mi¬lia no era muy amante de la televisión, así que el Ma¬¬drid que vi me entraba por los ojos. Luego, de cuando vine a estudiar, recuerdo los frenazos de los autobuses; esa sensación de chirridos no la había tenido nunca.

¿Qué efecto le produjo el encuentro con la universidad? Pues un efecto muy positivo. Esas clases en la Complutense, tan llenas de gente tan distinta, con ideas tan diferentes. Sobre todo en letras. Luego descubrí el mundo de la Biblioteca Nacional, que me pareció espectacular.

¿Y cómo, en medio de esa fascinación, le prendió el derecho? Hice primero y se¬¬gundo con interés, pero cuando llegué a tercero todo cobró un sentido; el derecho me pareció decisivo para ordenar la vida, la convivencia. Eso me atrajo muchísimo, y me metí muy de lleno.

¿No puede ser que en ese momento usted ya era usted misma? Puede ser. Cuando vine a matricularme en primero de derecho, lo hice porque me lo pidió mi padre. Lo hice como una concesión. Él me dijo: "Hazlo y luego tú decides".

¿Qué otras cosas quiso hacer usted? Yo quería ese mundo para vivirlo con plenitud. En todos los sentidos. Si se hacía teatro, me interesaba el que se hacía en la facultad. Si había un ciclo de conferencias, me interesaba el ciclo. Nunca viví aquello con una perspectiva achatada o limitada. Aquello me parecía un regalo. Y disfruté de las fiestas, de los amigos, de la universidad.

¿Cómo vivió usted el franquismo? Viví toda la parte crítica del franquismo: los cierres de las facultades, las manifestaciones, las carreras ante los guardias… Viví la lucha por la democracia como militante democrática. Iba a las reuniones convocadas por partidos antifranquistas del mismo modo que iba a todas las reuniones que se hacían en la facultad. Había seminarios donde leíamos y comentábamos El capital y otros textos prohibidos. A mí quizá el Derecho del Trabajo me interesó tanto porque Alonso Olea explicaba las cosas con tantísimo sentido común. Me metí en Derecho del Trabajo con entusiasmo, pero pensando que tal vez iba a tener que hacer otra cosa con el paso del tiempo. Pero he querido ser catedrática de Derecho del Trabajo, y conscientemente debo decir que trabajé mucho para serlo. Si he opositado a una cátedra de Derecho del Trabajo, he querido estar en condiciones de hacerlo. He tenido el sentido de la corrección. Las cosas que no sé hacer, no puedo aparentar que las sé hacer. Para eso soy francamente un desastre.

Siempre está a punto de ser sorprendida.Y creo que eso ha sido muy positivo. No tengo un sentido absoluto y permanente de la finitud del ser humano. Eso me ayuda a vivir. El sentido de que la vida puede depararme otras fases u otras facetas, trabajos, inquietudes… Vivirlo plenamente me ayuda a so¬¬brellevar responsabilidades.

Una de sus luchas ha sido a favor de los derechos de la mujer. ¿Qué queda pendiente en esa batalla? Queda muchísimo pendiente, pero estoy muy satisfecha. A mí me parece un cambio radical.

¿Y dónde ve el cambio mayor? La presencia de la mujer en la sociedad es radicalmente distinta a la de hace algunos años. Subsisten ambientes de discriminación enormes, empezando por lo más básico: que a igual formación o a una superior que la del varón haya para éste un trabajo y, en todo caso, una retribución superior. Esto sigue existiendo. Pero la comprensión y la valoración del papel de la mujer es totalmente distinto hoy día en relación con lo que pasaba hace unos años. Hoy hablamos de la historia de la mujer y del hombre, ya no ha¬¬blamos sólo de la historia del hombre.

Usted hace historia. Ahora es la presidenta del Tribunal Constitucional, una mujer. Para mí es un orgullo presidir una institución que es absolutamente esencial en la Constitución y que ha dado tan buenos beneficios a nues¬tra sociedad, a nuestra democracia, en la defensa diaria de la Constitución. Y que lo seguirá haciendo.

¿Y usted se imaginaba, el 17 de diciembre de 1998, cuando entró aquí como magistrada, que el Tribunal Constitucional fuera a ser un día el foco de tanta controversia? No, porque ésta empezó siendo y ha sido una institución absolutamente respetada. El tribunal inicial hizo una labor impecable de la Constitución, de la democracia y de España, una labor que se ha mantenido.

¿Qué ha pasado para que exista esta incertidumbre que hay ahora? No vivimos incertidumbre porque el Tribunal, sus decisiones, siempre son certezas. A pesar de lo que ha generado este ambiente, el Tribunal Constitucional trabaja cada día, aprueba mu¬¬chísimas resoluciones, el Boletín Oficial del Estado tiene cada mes una entrega de jurisprudencia constitucional donde está la certeza jurídica. Y seguirá haciendo esta tarea que el ruido ambiente no ha dejado ver.

¿Qué no ha dejado ver el ruido ambiente? El trabajo que se hace en esta casa, que es verdaderamente inmenso. Todos los días se dictan resoluciones, numerosas providencias, sentencias, autos…

De las que han hecho, ¿cuáles son las que a usted le satisfacen más? A mí me parece que la línea de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional se mueve entre dos valores básicos: el mantenimiento del caudal de doctrina y jurisprudencia del tribunal y la aplicación y, en su caso, acomodación de ese caudal recibido cada día. La doctrina del Tribunal Constitucional en ma¬¬teria penal es una doctrina decisiva, pero igualmente lo es la que ha sentado sobre la discriminación de la mujer o sobre la discriminación de las minorías. El Tribunal Constitucional aborda la defensa de los derechos fundamentales, la defensa de las libertades. Es una tarea de la que no somos plenamente conscientes en este país, pero es respetada, y muy valorada, en muchísimas partes del mundo.

¿Qué es lo que más le perturba de este ruido? El ruido mismo, y en la medida que ha llevado descalificaciones que he considerado irrespetuosas para el tribunal. Se dice que el tribunal está politizado, cuando no es así. Y se dice que está desprestigiado, y tampoco es así. La cifra del prestigio del tribunal es su obra y sus decisiones, y esas decisiones se toman prácticamente cada día.

¿Sigue manteniendo que ha habido "un intento intolerable de desestabilización"? He hablado de intentos intolerables de desestabilización y de falta al respeto ha¬¬cia el Tribunal Constitucional, y he di¬¬cho que están producidos por determinados medios, no todos, y tampoco por todos los responsables políticos.

Hay un clima en el que sucede todo esto, un clima que usted como ciudadana percibe. ¿Cómo ve usted la sociedad? Veo una sociedad muy evolucionada y muy rica, llena de contrastes, llena de controversias. Pero la controversia es natural en las relaciones humanas. Yo valoro la calma, el sosiego, la quietud. Puedo coincidir en determinados debates, puedo lamentar que en otros se eleve la voz más de lo ne¬¬cesario, y desde luego lamento las descalificaciones hacia el tribunal, vengan de quienes vengan. Exijo el respeto debido a la institución, pero lo veo todo con una cierta tranquilidad y con sentido del análisis. Y con sentido de comprensión, de conocer y entender las causas de lo que sucede. El ga¬¬llego tiene algo que se llama sentidiño. El sentido de la moderación, de la consideración, del respeto, del límite.

Sería un olvido imperdonable por mi parte estar aquí y no preguntarle por su memoria de Francisco Tomás y Valiente [presidente del tribunal y amigo suyo, asesinado por ETA el 14 de febrero de 1995]. Aparte del respeto intelectual que le profeso, debo decir que le disfruté como amigo. Era un hombre tan entrañable, tan cariñoso, tan noble.

¿Qué le enseñó? Me enseñó dignidad. Co¬¬rrección. Pueden ser palabras que suenen a muy dichas, pero en su caso se quedan cortas. Yo he tenido la suerte de per¬¬tenecer a un ámbito científico muy va¬¬lioso, donde investigar con honestidad es bá­¬sico. Él era honesto y brillante en su in¬¬vesti¬ga¬ción, llenó la institución de esas virtudes, y cuando la dejó siguió preocupándose de los problemas de España. Y lo hacía con gran lucidez, con capacidad para ir directamente a los problemas, y lo sabía transmitir. En sus palabras encuentras respuestas a problemas que hoy se plantean también.

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