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Columna
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A vueltas con la unidad

Josep Ramoneda

Los mensajes reales se confeccionan siempre de acuerdo con el mismo criterio: bajo un envoltorio retórico, de palabras plagadas de buenos deseos, se deslizan un par de señales con sentido político explícito, que la prensa convierte inmediatamente en titulares. Cumpliendo el rito del mensaje navideño, el Rey nos ha dejado una interpretación de la España constitucional, construida sobre el doble tópico de la unidad y la diversidad, y dos admoniciones a los políticos para que hagan "mayores esfuerzos para alcanzar el necesario consenso en los grandes temas de Estado" y para que den el "debido apoyo" a instituciones y poderes. Todo ello aliñado con la necesidad de encontrar cuanto antes "una cultura de la unidad".

La Constitución ha sido el punto de partida de la democracia, pero no es ningún punto de llegada

La coincidencia del discurso del Rey con el último atentado de ETA en el País Vasco y con las palabras del lehendakari Ibarretxe comparando los atentados terroristas con las actuaciones judiciales contra el entorno de ETA juega a favor de una aceptación acrítica de las palabras del Rey. De modo que lo más probable es que los ecos del discurso tomen forma de disputa sobre cuál de los dos partidos -PP y PSOE- tiene mayor responsabilidad en la pérdida de la unidad que don Juan Carlos considera imprescindible. El problema de la presunta neutralidad del jefe del Estado es que ésta se convierte en una injusticia cuando se utiliza para acusar a todos por igual, sin diferenciar las responsabilidades de cada uno en la evolución de la lucha política hacia la imposibilidad del consenso. Y, sin embargo, la película de la legislatura que acaba de terminar deja bastantes pocas dudas sobre quién ha boicoteado el consenso antiterrorista y sobre quién ha puesto en riesgo instituciones como el Tribunal Constitucional para conseguir en los tribunales lo que perdió en las urnas. El PP debe algo más que una explicación a los españoles.

Sin embargo, el discurso del Rey podría ser una ocasión de reflexionar sobre lo que él llama la cultura de la unidad. ¿Falta cultura de la unidad en este país o cuando el Rey habla de unidad lo hace en unos términos que responden a otra fase de la historia reciente? Para dar cuenta de una transición, en líneas generales exitosa, que se fue tejiendo día a día, sin hoja de ruta alguna, evaluando fuerzas en cada momento, y buscando compromisos para ir saltando obstáculos, se construyó el mito del consenso. Ahora el consenso se utiliza como arma arrojadiza para descalificar al adversario cuando no se quiere pactar con él. Cuando el Rey apela al consenso urgente en la lucha antiterrorista podemos entenderle, porque es difícil aceptar que en este tema haya el nivel de confrontación que se ha dado en esta legislatura. Cuando el Rey apela a un mayor apoyo a las instituciones y poderes del Estado, sería exigible que diera una mayor precisión, pero se puede asumir que todo lo que ha ocurrido en esta legislatura en torno al poder judicial, debilita efectivamente al sistema.

Pero cuando apela a la cultura de la unidad hay materia para el debate.

En el ámbito político, ni el consenso ni la unidad pueden ser lo mismo en una democracia consolidada que en la transición. El consenso en la transición era necesario para sentar las bases del nuevo Estado. La confrontación es elemento esencial de la democracia. Y los momentos de unidad sólo pueden salir de ella. Lo que es exigible a los dirigentes políticos es claridad en la presentación de sus propuestas y en la definición de sus objetivos. Y consecuencia en la confrontación política. Esto es lo que se echa de menos. Y esto es lo que desprestigia a los políticos. Y si hay algunos terrenos en los que se puedan llegar a acuerdos de consenso tiene que ser como fruto del debate y la deliberación democrática, no por una especie de imperativo a priori. Esta es la única cultura democrática de la unidad. Tal como ha ido la última legislatura, a día de hoy, la unidad no es posible en España. Y si ahora precipitadamente los dos grandes partidos empezaran a ponerse de acuerdo en todo lo que les ha separado sonaría a estafa.

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El Rey habla de unidad en un año en que los engranajes de la Corona han dado algunos síntomas de fatiga. Y lo hace apelando a la Constitución como horizonte insuperable. También aquí el tópico es ya insuficiente. La Constitución ha sido el punto de partida de la democracia, pero no es ningún punto de llegada. Tengo la sensación que más que insistir en un discurso voluntarista sobre la unidad hay que seguir aprendiendo a convivir con las diferencias. Sólo a partir de ellas pueden tejerse los mínimos denominadores comunes a compartir. Así fue en los mejores momentos de la transición. La apología de la unidad suena a unificación forzosa.

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