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Reportaje:CINE

Una borrasca llamada Sean Penn

Cualquiera que haya tenido la oportunidad de conocer a Sean Penn en persona sabe que el actor impone respeto. Su fama le precede. Y todos esos epítetos de "mejor-actor-de-su-generación" o de "nuevo-Marlon-Brando" que acompañan a una carrera quizá breve en número de títulos (poco más de 30 para una estrella que lleva 26 años en la profesión), pero intensa en calidad e incluso en premios, incluidas sus cuatro candidaturas al Oscar y una estatuilla lograda con su papel en Mystic River. Además está ese otro Penn, el que supuestamente disparó contra los helicópteros que sobrevolaron como buitres durante su boda con Madonna o que entró en la cárcel tras su trifulca a puñetazos con un extra (y supuesto paparazzi) en el rodaje de Colors. Y es imposible olvidar al Penn comprometido que, más allá de las típicas declaraciones de apoyo a la causa demócrata, no duda en remangarse y coger el primer avión a Irak, Irán, Venezuela o Nueva Orleans para conocer de primera mano los problemas. Todo esto llega en un solo formato al hotel Beverly Hilton de Los Ángeles: cara de chuleta y pelo pompadour. Ni se molesta en decir hola, a menos que al gruñido y el gesto al tirar su cigarrillo antes de entrar en el hotel puedan interpretarse como un saludo. Expresa su deseo de ir al grano sin mediar más palabras que el deseo (dicho con tono de orden) de que no quiere hacerse fotos, aunque no hay fotógrafos en los alrededores ni nadie los haya solicitado. Se entiende que The New York Times lo haya descrito como "una tempestad humana y un actor de talento".

Pero hoy está dispuesto a dar algo más. Debajo de ese aspecto de gruñón con piel más ajada y morena de lo habitual, bajo esa mano que apenas se quita de la boca sujetando uno de sus perennes cigarrillos American Spirit mientras habla casi en murmullos, hay un Penn que hasta se podría decir que sonríe. Sí, hay una sonrisa que resalta aún más con el brillo de sus ojos, una jovialidad inusual cercana a la de un enamorado. La sonrisa es más marcada cuando la periodista se lo comenta. "Mis hijos piensan que soy gracioso". (Ríe). "De hecho, lo primero que dicen de mí los que me rodean es que soy bastante tontorrón", se regodea en su humor muy personal. "Te puedo decir incluso lo último que me ha hecho gracia. No creo que le ofenda… Un hombre va al médico, y el doctor le dice: '¿Puede dejar de masturbarse?'. '¿Por qué?', pregunta el paciente. 'Para poder examinarle", concluye a carcajadas.

La anécdota es inusual, al menos para quienes sólo conocen al actor que se hizo el digno cuando escuchó una broma en los Oscar sobre su amigo Jude Law o el que se puso rabioso cuando su nombre y su imagen fueron masacrados por los irreverentes creadores de South Park en Team America. Pero esto es diferente. Penn está realmente enamorado, y su amor se llama Into the wild, su última película como director. "Yo disfruto del lujo de contar con un trabajo diario como actor para cuidar de mi familia y todas esas cosas, un lujo que me ofrece lo mejor cuando puedo dirigir. Es como cuando sales de copas buscando la chica de tus sueños. Si eres un tipo sensible y abierto, quizá encuentres a alguien cada cinco años de quien te enamores. Pasa lo mismo cuando buscas una historia que te haga sentir algo. No es tan fácil enamorarte, pero si ocurre, la entrega es completa", afirma conservando su sonrisa. La historia de amor con Into the wild ha sido muy lenta a la hora de consumarse, diez años desde que leyó el libro de Jon Krakauer centrado en la vida (y muerte) de Christopher McCandless, el joven de 22 años que tras concluir sus estudios en 1990 donó todo su dinero a la ONG Oxfam y emprendió un viaje de dos años por Estados Unidos perdiéndose durante 115 días entre la naturaleza y la soledad de Alaska, donde acabó muriendo de inanición. Un libro que desde su publicación en 1996 se ha convertido en referencia espiritual de muchos otros jóvenes que, como McCandless (que cambió su nombre por el de Alexander Supertramp), buscan en la naturaleza algo mejor que lo que les ofrece la sociedad de consumo. Penn admite que devoró el volumen con total pasión en dos días: "No creo que me parezca a McCandless más que cualquier otro. Pero sí que reconozco que lo que me atrajo fue esa celebración universal de la aventura. Los hay que sólo sueñan con algo así; otros lo viven. Pero la necesidad que nos mueve es la misma, esa inquietud que nos hace salir de nuestra zona de confort, de lo conocido, para buscar nuevos retos. Porque el enemigo es la apatía. Da igual que sea espiritual, política, personal o pública. La apatía es nuestro gran enemigo".

Si Penn tardó una década en llevar la vida de McCandless a la pantalla no fue precisamente por apatía. Desde que leyó el libro pensó en Leonardo DiCaprio y Marlon Brando como protagonistas y pidió no sólo los derechos, sino la bendición de la familia. Pero cuando parecía todo firmado, la madre del aventurero fallecido soñó que la película no debía rodarse. El actor supo esperar, fiel a la historia que le había enamorado. Hasta que finalmente recibió la aprobación y se lanzó a la aventura con Emile Hirsch como protagonista. Cada vez más relajado en la conversación, reconoce que tiene 47 años y no se va a embarcar durante ocho meses en una película si no es para vivir una aventura: "Es lo que amo de la realización, que puedes escoger lo que más te interesa, lo que está más en línea con tu corazón, las preguntas que te quieres hacer sobre la vida, sobre ti mismo, sobre el mundo. Y si tienes la suerte de conseguir el dinero, permanecerás conectado con esa historia, con esa experiencia de una manera que no habrías sentido de otro modo. Es lo que llamo un verdadero proceso creativo".

'Into the Wild' no es la primera película, sino la cuarta de Penn como director. Pero sí es, sin lugar a dudas, la mejor. Ensalzada de manera unánime por la crítica estadounidense, los observadores de Hollywood la dan como candidata fija al Oscar. Además es, pese a la muerte anunciada de su protagonista, la más optimista. "Te muestra que en la realidad no se trata de estar solo, sino de compartir tu felicidad, algo que aprendes a lo largo de tu vida y que si no lo descubres es una tragedia", aclara este hombre que suele despedir un aire de ermitaño. De hecho, su filmografía como director es más bien sombría; The indian runner, The crossing guard y The pledge son títulos con calidad, pero rodeados de una seriedad que a veces abruma. Su carrera como actor también se mantiene en la misma línea, una perfecta muestra de su obsesión por la soledad, esa búsqueda de un precario equilibrio entre su deseo de conectar con el mundo y eludirlo a la vez. Volviendo a ocultar su boca con la mano, Penn defiende la soledad "como forma de conseguir una fortaleza que te ayude a ser". "Siempre voy de un extremo a otro del arco, pero es el mismo yo todo el tiempo, la misma persona que hace las películas. Con sueños terribles y que dan miedo. Por eso hago películas, para recrearlos".

En la escuela ya le llamaban Gary Cooper por lo poco que se comunicaba con los demás. Y Woody Allen se quejó durante el rodaje de Sweet & Lowdown de que su actor no era muy "accesible". "Es difícil llegar a él y notas que en cualquier momento puede estallar", dijo como cualidad positiva tras trabajar con él. "Es compañero, amigo y alguien a quien admiro, aunque no siempre es fácil seguir en contacto", comenta del actor Benicio del Toro, que ha trabajado con él en dos películas. Alejandro González Iñárritu, que le dirigió en 21 gramos, añade: "Estoy orgulloso de su amistad, aunque le guste apuntar a su director con un extintor de incendios". Por mucho que el actor diga, incluso sus más allegados no le recuerdan precisamente como un bromista. Clint Eastwood, que le dirigió en Mystic River, le define como "uno de esos intérpretes tan consistentes que siempre esperamos lo mejor de ellos. Lo damos por sentado y por eso a veces los pasamos por alto".

No es tan fácil pasar por alto a Penn. Nacido en un hogar artístico, hijo de Leo Penn, actor, director y en la lista negra durante la caza de brujas del macartismo, y de la actriz Eileen Ryan, mamó el gusanillo de la interpretación desde muy joven, con trabajos en televisión. El joven Penn se convirtió en una estrella casi desde su llegada al cine con Taps y en especial con el surfero siempre emporrado de Jeff Spicoli en Fast times at ridgemont high (1982), uno de los pocos papeles con humor de su carrera.

Con el tiempo, y a pesar de la fama alcanzada, es de las pocas estrellas que no forman parte de la industria. Su casa, en la que vive con su esposa, la también actriz Robin Wright Penn, y sus dos hijos, queda al norte del condado de Marin, en San Francisco, lejos de lo que se conoce como Hollywood; allí buscó refugio después de que su familia fuera víctima de un atraco (del que salieron ilesos) en Los Ángeles. Para admiración de unos y crítica de muchos más, se negó a asistir a la ceremonia de los Oscar tres de las cuatro veces que fue candidato, compareciendo sólo la noche de su victoria, que estaba bastante cantada. Penn apuesta por los territorios más escabrosos. Lo recuerda Iñárritu: "Sigue rompiendo las reglas y los moldes, como ha hecho durante muchos años". ¿Timidez o arrogancia? "Yo creo que es más un problema de vergüenza, pero también un deseo de no limitar lo que es nuestra profesión a una celebración", responde incómodo con el tema. Aun así, se muestra esta vez más dispuesto que nunca a compartir, y defender, su último trabajo entre la prensa y la industria, sus mortales enemigos en otras ocasiones. ¿Acaso Penn ha madurado? Se ríe. "Esta película me preocupa por todo lo que significa y pienso que es una cinta que necesita…, que necesita a la prensa", dice con cierto dolor. "Porque no es algo que la gente vaya a salir corriendo a ver". P

El estreno de 'Into the wild' en España está previsto para el 25 de enero.

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