Las variaciones Portabella
Detrás de la narrativa fragmentaria y elíptica de El silencio antes de Bach, película regida por una lógica más musical que discursiva, pervive una vocación de heterodoxia de largo recorrido: productor con un radar especialmente afinado para detectar lo nuevo (Los golfos, El desastre de Annual) o lo insular (El cochecito, Viridiana, Tren de sombras), Pere Portabella, como miembro o satélite de la Escuela de Barcelona, fue uno de los cineastas que, a finales de los sesenta, vislumbraron un cine español posible (o imposible), alejado de los lastres de lo descriptivo y con una vocación de modernidad enfrentada a ese resbaladizo concepto de lo mesetario que manejaban algunos de sus compañeros de generación. Pasados 17 años de su último largometraje -Puente de Varsovia-, Portabella protagoniza algo bastante parecido a un regreso triunfal: El silencio antes de Bach no sólo no entra en contradicción con la poética libérrima de su filmografía anterior, sino que también logra erigirse en paradigma de legibilidad en los márgenes de la convención, un trabajo capaz de establecer un acto comunicativo único e intransferible con cada uno de sus espectadores.
EL SILENCIO ANTES DE BACH
Dirección: Pere Portabella.
Intérpretes: Christian Brembeck, Alex
Brendemühl, Féodor Atkine, Daniel Ligorio, Georgina Cardona.
Género: musical. España, 2007.
Duración: 102 minutos.
Detrás del filme pervive una evocación de heterodoxia
Resulta casi impertinente el intento de analizar una película como El silencio antes de Bach, trabajo donde el director parece jugar al frontón con el público, abogando por el discurso abierto, atomizado: lanza ideas provocadoras o capaces de estimular la reflexión posterior, se detiene en remansos poéticos de fuerza casi hipnótica, abre la puerta a la digresión, cruza caminos cuando lo cree conveniente..., todo ello en un sugerido diálogo estructural con la música de Bach, punto de encuentro entre el rigor técnico y la inefabilidad del genio.
La fragilidad de la idea de Europa, la incapacidad de asumir la convivencia del horror y la belleza, el poder redentor del arte y el diálogo entre sensibilidades parejas a través del tiempo son algunos de los temas de esta suerte de cubo de Rubik cinematográfico. Portabella alcanza su mayor poder de sugerencia en algunos momentos no narrativos, como la danza de la pianola que abre la película o ese viaje musical en vagón de metro. Al conjunto se le puede reprochar cierta naturaleza de inyección en vena de alta cultura y que la participación del músico Carles Santos en el guión no traslade al proyecto algo del humor lunático de su espectáculo La pantera imperial, su particular tributo a Bach.
Babelia
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