_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apocalipsis a la carta

Un Apocalipsis invita a vivir. Lo decía el anglista y poeta Bernd Dietz en un libro editado a finales del siglo pasado. El tiempo ha transcurrido, se han sucedido los Apocalipsis y el poeta sigue estando en donde estaba, es decir, en lo cierto. Necesitamos la próxima catástrofe como necesitamos el agua embotellada que bebemos o el aire putrefacto que inhalamos con regularidad. Los desastres anunciados animan (sobre todo) a sus anunciadores. Entretanto, entre Apocalipsis y Apocalipsis, ejercemos nuestra segunda profesión (que es tal vez la primera, esto es, el turismo compulsivo) aprovechando alguno de los puentes del jacarandoso calendario festivo celtibérico. Los profetas del desastre hacen puente, lo han hecho, siempre lo hacen. Estos primeros días de diciembre, gracias al puente de la Inmaculada, los profetas han bajado del púlpito y han tomado el avión. Las soflamas han cesado por unos cuantos días. Todos hemos sentido un gran alivio. Los vaticinadores del Apocalipsis han hecho puente en esta España rota, que al parecer no debe estar tan mal, tan craquelada o tan intransitable como ellos mismos juran un día sí y al siguiente también (a excepción de los puentes y festivos).

Uno pensaba que la educación tiene bastante más que ver con una carrera de fondo

Por su parte, los hermeneutas de la Euskadi o de la Euskalerria convulsa también han hecho puente en este país que sólo ellos entienden. El caso es que unos y otros han volado, dando muy mal ejemplo a la ciudadanía que tienen o pretenden tener en estado de alerta.

Porque a los ciudadanos, como dice Bernd Dietz, esto de los Apocalipsis, más que nada, nos invita a vivir. Lo que nos preocupa y nos amustia es la subida de la leche y del pan y no el destino de las patrias, ni la última decisión del Tribunal Supremo, ni siquiera el dichoso Informe PISA, convertido estos días en serpiente o culebrón de invierno. Hacía falta un nuevo Apocalipsis, el de la educación, y el informe de la OCDE ha llegado como un anticipado regalo de Navidad. Llanto y crujir de dientes en algunos papeles y pantallas, aunque todo parece indicar que la cosa no da para mucho, ni en España ni en el país campeón del informe: Finlandia.

En Euskadi el informe, con ese examen realizado mayoritariamente en castellano con objeto de mejorar los resultados, ha dado al menos para corroborar la inconsecuencia del Gobierno vasco y su torticería proverbial en estos asuntos. En cuanto a los fineses, no gastan mucho más que los españoles en educación (16.000 dólares por alumno frente a 14.000) y, por contra, sus profesores están peor pagados (un 10 % menos) que los nuestros. De modo que no todo es cuestión de dinero. Los malos resultados obtenidos por España a nivel general han excitado a algunos afiliados al desastre. Uno pensaba que la educación tiene bastante más que ver con una carrera de fondo que con la prueba de cien metros lisos, pero uno puede estar equivocado. Uno pensaba, de la misma manera, que desde Sainz Rodríguez y su Plan de Bachillerato no se había hilado demasiado fino en las aulas españolas, o sea, que la cuestión viene de muy atrás, mucho antes de que todos gravitáramos en la nueva galaxia Marconi.

De acuerdo: la educación es un desastre. Todo es un gran desastre. Pero nadie en su sano juicio desearía volver al año en que el ministro Sainz Rodríguez diseñó su magnífico plan de Bachillerato. Me lo dijo hace años un profesor querido y respetado: "Desengáñese, cualquier tiempo pasado fue peor". Tenía razón Manuel Tuñón de Lara, lo mismo que Bernd Dietz.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_