Larga caminata universitaria
Se hace camino al andar, decía Antonio Machado. En los meses finales de una legislatura es oportuno realizar balance de lo hecho, y soñar sobre lo que se puede hacer a continuación. De los cuatro años que ahora concluyen, sobre la educación superior se recordará que nuestro país ha empezado a andar por la senda europeizante. Tras la corrección del mal rumbo que tomó la universidad en los tiempos de Aznar, quien incluso tildó a colectivos universitarios de progres trasnochados, la renovación de la oferta educativa acaso sea la primera piedra del nuevo edificio.
Bien resueltos por el Gobierno algunos de los interrogantes que se planteaban sobre la duración de las carreras o la eliminación de un catálogo oficial uniforme de titulaciones, el horizonte parece despejado para que las universidades puedan disponer de un margen de maniobra mayor a la hora de organizar sus enseñanzas. El próximo año se iniciará un proceso lleno de interés y, quizás, de dificultad. Las instituciones tendrán mayor autonomía en sus decisiones sobre los contenidos y la orientación de sus enseñanzas, con la pérdida de la comodidad que hasta ahora comportaba que casi todo estuviese regulado.
¿Es el momento actual el punto de llegada o es el punto de partida de un proceso de cambio mucho más profundo? La ordenación de los estudios en los niveles de grado y máster es un gran paso, pero no es el único; sólo el primero, para que no se frustren las expectativas creadas.
En una reciente Comunicación, la Comisión Europea analiza el contenido de una posible "agenda de modernización" para las universidades. Las ideas de mayor autonomía y responsabilidad priman. Nuevos sistemas de gobierno, superación de la rigidez legislativa, interdisciplinariedad, movilidad..., emergen como valores prioritarios para un nuevo ciclo de las universidades en Europa, y, por tanto, en España. También sugiere que se eliminen las barreras burocráticas, administrativas y económicas que impiden a las universidades aprovechar todo su enorme potencial humano e intelectual.
Sin embargo, si las reflexiones se limitan a recomendaciones genéricas o bellas palabras alejadas de la realidad, poca utilidad tienen. Por el contrario, si se analizan problemas próximos, crónicos, necesitados de solución desde hace tiempo, se encontrarán razones para plantar cara a las dificultades que comporta darle impulso a la cuestión universitaria. No es difícil hallar asuntos sobre los que debería ocuparse ya la política universitaria, y no posponerlos sine díe. Valgan, a modo de ejemplo, los dos que siguen.
En los últimos cursos se ha producido una reducción, aunque sea lenta, del número de alumnos universitarios, de 1.570.588 inscritos en el año escolar 1997-1998 ha pasado a 1.381.749 en el presente curso. Esta circunstancia no se ha aprovechado para efectuar una redistribución de los recursos humanos y materiales, encaminada a la excelencia educativa y al funcionamiento eficiente. Por el contrario, el número de profesores se ha incrementado en 23.174 en ese mismo lapso de tiempo, mientras que en las plantillas universitarias no ha aumentado la proporción de personal no docente: uno por cada dos docentes. Faltan más profesionales de alta cualificación -bibliotecarios, técnicos de laboratorio, documentalistas y especialistas con formación superior- que podrían participar en tareas de apoyo a la docencia y facilitar el cambio de las metodologías educativas y el aprendizaje activo.
La vida académica se articula de manera altamente participativa y democrática. No podía ser de otra forma en unas universidades que como las españolas estuvieron en la vanguardia de la lucha por la recuperación de las libertades, y llenas de vivencias en los campus sobre todo en los años sesenta y setenta. Ello hace que los procesos de toma de decisión, en muchas ocasiones, sean lentos y que la búsqueda del compromiso entre los colectivos prime sobre la eficiencia en el servicio público de la educación superior, tan crucial para el progreso de la sociedad. El sufragio universal que incorporó la Ley Orgánica de Universidades en 2001 alejó, aún más, el sistema de gobierno de las universidades españolas de las holandesas, alemanas o británicas.
Éstos y otros problemas condicionan el buen hacer de las universidades españolas. No hay otra receta para tal tipo de males que extender en las próximas legislaturas la acción reformadora a nuevos ámbitos de la vida académica y el modo de funcionamiento de los campus. No hay otra opción si España aspira a que sus universidades progresen y su comparación internacional evolucione favorablemente.
La revisión del gobierno de las universidades, la implantación de un sistema eficiente de garantía de calidad, la motivación y formación del profesorado o las estrategias de internacionalización, mediante alianzas con los agentes socioproductivos y la incentivación de las redes que fomenten la participación de las instituciones en proyectos de investigación trasnacionales, serán algunas de las cuestiones capitales en un nuevo ciclo de la política universitaria que, en breve, debe comenzar.
La reforma del gobierno universitario debe ser a la vez atrevida y prudente. Atrevida, porque no tenga ningún tema tabú, incluido el sistema de elección de sus dirigentes idóneos. Prudente, porque se base en las experiencias más satisfactorias de países europeos con larga tradición democrática y cuyos sistemas de educación superior funcionan bien a juicio de sus ciudadanos. La reforma debería incluir una reconversión drástica de los Consejos Sociales, de sus competencias y sus modos de actuación, para que contribuyan a la creación de alianzas con los principales actores socioeconómicos de su entorno.
La evaluación de la calidad educativa se halla a la mitad de su camino. Se han puesto los cimientos pero el edificio está sin terminar. La coordinación entre las Agencias creadas por las Comunidades Autónomas y la Agencia Nacional no surgirá de modo espontáneo. También debe crearse un sistema de indicadores de eficiencia del quehacer universitario, claro y entendible por los ciudadanos. En 1996 Jacques Delors coordinó un delicioso libro que llevaba por título La educación encierra un tesoro. Algo más de diez años después, pocos dudan de que las universidades encierran el mayor tesoro de Europa. Claro que, para encontrarlo, aún queda por delante una larga caminata.
Francisco Michavila es catedrático y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.
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