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Columna
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Virus

Sábado 1 de diciembre, Día Mundial contra el SIDA. No sobran las mayúsculas, porque faltan, fallan, los mecanismos de prevención y detección precoz de la enfermedad, bíblica, por apocalíptica, plaga que, con ligereza impropia de las responsabilidades que les competen, ignoran o minimizan las autodenominadas autoridades sanitarias de la Comunidad de Madrid, por poner un ejemplo, un mal ejemplo.

Sábado 1 de diciembre. En la calle de Fuencarral, al mediodía, instalan su tinglado los voluntarios de Madrid Positivo, una asociación pionera y ejemplar en la prevención, detección y tratamiento del VIH. Otra vez, no sobran las mayúsculas, porque las enfermedades también tienen sus periodos de éxito, sus momentos de fama y, con ellos, sus tópicos y sus estigmas. No se ha superado aún aquella falacia, alentada y difundida, desde todas las cavernas fundamentalistas, que veía en la enfermedad un castigo divino a los "malos" comportamientos, azote de toxicómanos y de homosexuales. Hoy, cuando el 50% de las nuevas infecciones se generan a partir de relaciones heterosexuales, el tema del sida parece muchas veces relegado en los medios a las crónicas africanas o tercermundistas, como si las abrumadoras cifras de la pandemia ajena pudieran difuminar las propias e ignorar los datos de ONUSIDA que sitúan a España como uno de los países occidentales con una mayor prevalencia de la enfermedad. Según el informe 2007 de dicha organización, la cifra de europeos que viven con VIH/sida se ha duplicado en los últimos seis años. ¡Viven! Porque la investigación médica y la farmacopea, la información y la prevención han avanzado, en beneficio, sobre todo, de los ciudadanos de los países privilegiados y con poder adquisitivo, los tratamientos eficaces son caros y la difusión de genéricos, más asequibles, aún es motivo de polémica entre los grandes laboratorios, las grandes empresas no tienen corazón, sino beneficios.

La homofobia, la xenofobia y la 'zetafobia', con Z de Zapatero, se manifiestan en la calle

En la calle de Fuencarral, frontera de Chueca, Malasaña y la Gran Vía, barrios de "riesgo", los de Madrid Positivo realizan hoy, de forma gratuita y anónima, una prueba del sida que ofrece resultados en 20 minutos, frente a los varios días de la prueba convencional.

Por la calle de Fuencarral, emporio de la moda juvenil menos convencional, transita hoy, bajo el tibio sol de otoño, una multitud alegre y confiada; hay colas para hacerse la prueba y una banda de entusiastas percusionistas convoca a los paseantes. El médico Jorge Gutiérrez, presidente de Madrid Positivo y El Gran Wyoming, presidente honorario, médico en excedencia y eximio showman, toman la palabra en los micrófonos a pie de calle y, con ellos, Teresa Robledo, secretaria general del Plan Nacional contra el Sida, y el concejal socialista Pedro Zerolo.

El Día Mundial contra el SIDA no tiene mucho que celebrar, su reflejo en la mayoría de los medios de comunicación ha sido escaso y protocolario; pero hoy, en la calle de Fuencarral, se respira el optimismo de la solidaridad y no se olvida la rabia de la denuncia. La salud es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos, especialmente en las de los políticos de la Comunidad de Madrid que ignoran los retos de una epidemia tan mal vista y tan mal mirada. Uno de cada tres infectados por VIH no lo sabe, cantan las cifras de Madrid Positivo; en Madrid, el 30% de los afectados desconoce su situación.

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Los virus de la homofobia, la xenofobia, la hidrofobia y la zetafobia, con Z de Zapatero, se manifiestan más a menudo en las calles de Madrid y parece que persiguen a Pedro Zerolo. Unos días después de la jornada contra el sida, en un acto presuntamente unitario contra otro virus, el del terrorismo, estos perversos microorganismos, portadores de contravalores eternos, más virulentos que nunca, increparon y agredieron al concejal socialista y a sus acompañantes que no compañeros, convulsos y frenéticos, babearon sus bilis y profirieron sus viscosas consignas, arropados y enrabietados por los airados profetas, cantamañanas y portavoces desaforados de las ondas apostólicas y de una mayoría que se dice moral y que dejó de ser silenciosa para vociferar sus injurias y conjurar sus frustraciones.

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