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LA CRÓNICA
Columna
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El escaparate de los libros libres

El austriaco Gustav Meyrink, autor de El Golem, dijo en su momento: lo mío es algo muy parecido a la locura, pero es justo lo contrario. El arte y la literatura tienen estas cosas. Y si no, que se lo pregunten a Josep Cot y Ramón Planes que -desde 1975- conducen una de las librerías de referencia de esta ciudad. La popular Documenta, que todavía conserva el aroma de cuando los lectores -muerto el franquismo- entraban aquí buscando títulos antaño prohibidos. A lo largo de estos años, el trato enciclopédico y campechano de sus dueños ha nutrido los fondos de armario de varias generaciones de aficionados a la lectura. No obstante, lo que muchos no sabrán es que su escaparate -que se asoma a la calle del Cardenal Cassanyes- es el laboratorio de un viejo conocido del arte local.

El aparador de Documenta ha sido uno de sus reclamos más inmediatos que, ya en la década de 1980, se convirtió en una de esas paradas obligadas en todo paseo por el barrio del Pi. Pero su actual composición se debe a Eduard Alonso (Barcelona, 1968), antiguo alumno de La Llotja con formación teatral que -a partir de 1991- se encargó de la realización de un escaparate nuevo al mes. De aquellos años, Eduard recuerda uno dedicado a su madre, que constaba de dos retratos de sevillana, a la manera de folclóricos custodios de sendos cubos de plástico con lunares, llenos de tierra. Y sobre ella, clavadas, dos peinetas y un manchurrón de sangre que, en pocos días, se llenó de insectos y fue sustituido por anilina. Preguntado al respecto, Eduard me explica que la verdad no se puede explicar de verdad, hay que explicarla de mentiras. Así, mientras medito sobre esta paradoja, me describe otro de sus aparadores, realizado para el cambio de milenio del año 2000. Se trataba de una silla recubierta de papel de aluminio, flanqueada por dos grandes cirios y sobre la que colgaba -de unos cables- una escuadra de madera, cual ojo de Dios, imaginada como un bodegón onírico en torno a las semejanzas entre tecnología y religión; entre silla eléctrica y trono celestial, para entendernos.

El nombre de Eduard Alonso les sonará como miembro de Las Catalítikas. Era aquel grupo pionero y preolímpico de cabaret punk que -en 1989 y junto a Joan de Mallorca- revolucionó la escena barcelonesa con sus playbacks descacharrantes. Esta fórmula, la repetiría en Las Chanclettes o junto a Montse Parero en la obra de Feelips. Aquella etapa le hará entender que tú eres el tungsteno de la bombilla, pero no eres la luz. Pasados los narcisistas noventa, en 2004 se integró en el grupo LUVE, en uno de cuyos conciertos igual se lo han topado. Pero volvamos a sus escaparates, barrocos e inquietantes, en los que Eduard se siente como si volviera a abrir el inmenso armario ropero de mis padres, lleno de espejos. Y en cuyo interior se expresa como si estuviese en una galería de arte en plena calle, abierta a quien quiera mirar.

Actualmente, expone una serie -la tercera- concebida al hilo de una exposición del Georges Pompidou de París, sobre un proyecto nunca realizado de Jean-Luc Godard. Alonso transformó este proyecto en nueve aparadores, engendrados a partir de un folleto encontrado en la calle. El papelito, que anunciaba un curso de autoayuda, contenía consejos como: deja de juzgarte, deja de criticarte, etcétera... Idea que gustó demasiado al vándalo que, hace unas semanas, rompió el cristal y se llevó varios de los ejemplares expuestos, aunque Cot comentaba que, en parte, no le desagradaba pensar que les habían atracado para robar libros. Es algo muy parecido a la locura, pero justo lo contrario, ¿no?

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