El cartelista de las estrellas
José Luis González de Viñaspre pintó los anuncios de las películas de éxito en la Vitoria de los años cincuenta
El año se cierra para José Luis González de Viñaspre (Vitoria, 1929) con el reconocimiento a su trabajo como cartelista de cine, un oficio que hoy parece prehistórico, pero que hace 50 años resultaba fundamental en la promoción de las películas de estreno. El Artium ha recuperado su tarea con un apartado específico en la exposición retrospectiva sobre el celuloide en el franquismo Los Gamarra van al cine, al mismo tiempo que el taller que abrió el pintor y rotulista en 1957 celebra su medio siglo, ahora con su hijo y su nuera María Núñez al frente.
El autor de aquellos gigantescos retratos de Lauren Bacall, Sofía Loren o Charlton Heston que lucían en las fachadas de las salas procede de una familia de músicos, aunque, de muy niño, ya mostró a sus padres que estaba decidido a dedicar su vida al dibujo y la pintura. En la Vitoria de aquellos años el objetivo de todo aquel que despuntaba en esta práctica artística era la fábrica de naipes Heraclio Fournier, donde decenas de hombres y mujeres se empleaban en el diseño de barajas. "Yo quería entrar allí como fuera, aun empleado en otra ocupación, con el fin de ir ascendiendo hasta el puesto de dibujante", recuerda.
"Para mi generación el cine ha sido sobre todo una referencia de figuras míticas"
"En muchos años, nadie se interesó por los carteles que guardaba"
De formación autodidacta, tuvo que pasar obligatoriamente por la Escuela de Artes y Oficios, superando los distintos niveles con éxito, pero al final no consiguió entrar en la fábrica de cartas. "Entonces, con veinte años, entré a trabajar en una empresa gráfica, propiedad de la familia del escritor Ignacio Aldecoa, pero lo hice en cierto modo engañado: me habían dicho que iba a dibujar y lo que me tocó fue preparar colores para pintores de brocha gorda", rememora este hombre de figura menuda y vitalidad desbordante a sus 78 años.
El engaño no hizo mella en el ánimo de González de Viñaspre, empeñado en dedicarse a la creación gráfica, y se pasó a otra firma, Mendoza. Por fin se enderezaba la trayectoria de aquel joven, ya que le encargaron la realización de dibujos para vallas publicitarias de hasta 15 metros de largo. Allí forjó su capacidad para trasladar a grandes dimensiones lo que podía ser una imagen de no más de 30 centímetros de alto. "Aquellos grandes paneles ya están prohibidos o se han sustituido por planchas cubiertas con papel impreso. Entonces, los anuncios de brandy Terry o de ruedas Firestone eran para toda la vida", dice.
En esta tesitura, la gerencia del Teatro Amaya de Vitoria le ofrece el encargo de pintar los carteles de las películas que se estrenaban semanalmente en la sala. "La idea me sedujo desde el principio, quizás porque para los de nuestra generación el cine ha sido sobre todo una referencia de figuras míticas y a mí me tocaba pintar sus rostros a mi tamaño", comenta, divertido. Y también se convirtió en un interesante sobresueldo: mil pesetas al mes por cuatro carteles.
Eso sí, "no es igual pintar una botella, o una rueda, que a Sara Montiel o Clark Gable", aclara el rotulista, que pronuncia en castellano los nombres de las grandes estrellas del cine, como era habitual en aquellos años cincuenta y sesenta en los que las reprodujo.
Su destreza le permitió resolver con acierto aquellos grandes retratos al temple, labor artesanal, en la que él mismo elaboraba los colores, que luego llevaba, sin boceto previo, a grandes planchas de formica, que se reciclaban, salvo en el caso que fueran del gusto del pintor. Por fortuna para los cinéfilos de hoy.
Aquellos trabajos artesanales por fin se empiezan a reivindicar. "Durante muchos años, nadie se interesó por los carteles que guardaba en el almacén. Hasta que llegó una pareja que se dedicaba a la compraventa de antigüedades que adquirió a fuerza de insistir a la Loren, Heston y Gable; y, mira, ahora se ven en el Artium", concluye.
Trabajo con prisas y a destajo
"Siempre trabajaba con prisas. Me llamaban a las siete de la tarde para que el cartel estuviese disponible al mediodía siguiente", recuerda José Luis González de Viñaspre. En el taller, tuvo hasta 14 ayudantes, aunque siempre era él quien se encargaba de los retratos, que realizaba a partir de escasa información. "En los primeros tiempos la empresa no contaba con la publicidad de la película y tenía que echar mano de ilustraciones de revistas", aclara.
Viñaspre se quedaba algunas pinturas con las que estaba satisfecho. Unas veces, recortaba esos fragmentos, silueteando la figura, y otras guardaba el panel entero donde estaba la imagen que le agradaba, como la de Sara Montiel vestida de vedette para El último cuplé que se exhibe estos días en el Artium. En ese retrato se puede comprobar cómo hizo una traducción fiel de la imagen de la actriz que proporcionaba uno de los programas de mano de promoción.
El primer título que recreó con sus temples fue La reina de África con Lauren Bacall y Humphrey Bogart, pero luego hubo muchas más. En el recuerdo, El Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren, con toda la fachada del Amaya decorada de motivos sobre la película. De quienes esta más orgulloso es de Richard Burton y Elisabeth Taylor cuando les pintó como protagonistas de Cleopatra.
Para entonces, se había establecido por su cuenta y los carteles le servían para hacer publicidad de su propio negocio, Rotulos Viñaspre. "El gerente del Amaya no me subió los honorarios, y eso que tenía la sala llena, así que entendí que debía buscar una compensación". El señuelo tuvo éxito: cafeterías y tabernas contaron con su mano para decorar la pared trasera de la barra.
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