Los cronistas del negocio

Es otro de los misterios de México, esa tierra de silencios y sobrentendidos. Hablo de la relación entre los traficantes de drogas y los artistas que cantan sus hazañas. Con una grabadora encendida, no habrá intérprete de narcorridos que reconozca el mínimo vínculo con ese negocio.

De hecho, tampoco lo hará ningún artista de cualquier otro género (sí, también españoles) que haya actuado en las fiestas privadas de capos mexicanos o colombianos. Sin embargo, hay proximidad. Ser protagonista de un corrido es señal de distinción para un narcotraficante y abundan los rumores de canciones hechas de encargo (¡y bien pagadas!). No obstante, esas amistades peligrosas no deberían servir de excusa para prohibiciones, como se hace en algunos Estados de la República. Los narcorridos cubren todo el espectro: justificación del negocio, alabanza de sus empresarios, crítica de sus terribles actuaciones, crónica imparcial.

De cualquier modo, sus autores deben estar cerca de la acción para poder contar lo que, a veces, cuentan, con una claridad y una riqueza de detalles que superan a las informaciones de los periódicos. Pero no gozan de bula. En 1992, fue secuestrado y ejecutado Rosalino Sánchez, alias Chalino, rústico cantante de Sinaloa, especialista en esos "corridos de amistad" que celebran las virtudes de la gente del hampa fronteriza. Fue su pasaporte a la inmortalidad: sus discos, antes difíciles de conseguir, vendieron toneladas; surgieron docenas de imitadores, los llamados chalinitos. Chalino terminó convertido en tema de centenares de corridos, con las explicaciones más variadas sobre su asesinato. Y pudo ser una simple venganza: unas semanas antes, Chalino había tirado de pistola en un club de la California gringa, en respuesta al disparo de un espectador, con el resultado de varios heridos y al menos un muerto. Existen otras razones para el mutismo. Grupos como Los Tigres del Norte o Los Tucanes de Tijuana alegan -y tienen razón- que los narcorridos constituyen sólo una parte de su repertorio. Son estrellas de su género y no quieren quedarse lastrados por esa imagen de cantantes de la vida peligrosa. En realidad, la temática del contrabando de drogas se ha colado en todas las variedades de la música fronteriza, desde las bandas de metales a especialidades regionales como la balona de Michoacán. Inevitable: tienen un público garantizado, igual que las ficciones de policías y delincuentes que nos llegan desde Hollywood.