El desgobierno belga
Tras seis meses sin Ejecutivo, el país se enfrenta a su mayor crisis política
El escaparate de una céntrica y lujosísima chocolatería de Bruselas lucía ayer una hilera de trufas que dibujaban un número: 175. Son los días que Bélgica, un país partido en dos por una frontera lingüística, lleva sin Gobierno. Las aspiraciones de mayor autogobierno del rico norte flamenco y la negativa a ceder competencias federales del desindustrializado sur francófono han impedido en los últimos casi seis meses la formación de un nuevo Gobierno tras las elecciones del pasado junio.
La dimisión el sábado pasado del encargado de formar Gobierno, el líder democristiano flamenco Yves Leterme, ganador de los comicios, ha sumido al país en una crisis sin precedentes en la que las voces de partición del territorio suenan con insistencia.
Las ediciones digitales de la prensa belga no daban ayer por muerta aún la coalición de partidos -democristianos y liberales flamencos junto con liberales y democristianos valones- encargada de formar Gobierno, como tampoco lo hicieron la mayoría de los políticos que acudieron a los debates televisados de las mañanas de los domingos. Nadie se atrevía, sin embargo, a aventurar cómo saldrá Bélgica de una crisis que ha desprestigiado a una clase política incapaz de dar con unas reglas de convivencia para el país, la llamada reforma del Estado.
Entre las complejas opciones que barajaron ayer los políticos y analistas figuran la formación de un Gobierno de unidad nacional, fórmula inédita en Bélgica desde fin de la II Guerra Mundial, o la celebración de nuevas elecciones, en las que saldrían reforzados los nacionalistas flamencos, lo que complicaría aún más un compromiso nacional, según coinciden los expertos. Mientras, la confusión es total a la espera de que el rey Alberto II encargue a otro político formar Gobierno después de que Leterme tirara la toalla. El liberal francófono Didier Reynders podría ser el elegido.
A pesar de que la partición del país ya no es tabú y de que los nacionalistas flamencos -coaligados con el partido de Leterme y la extrema derecha del Vlaams Belang- hablan de ello con naturalidad, la mayoría de los analistas descartan la escisión de Flandes, al menos en el futuro próximo.
Divorcio o convivencia
Si no hay divorcio, tendrá que haber convivencia, y hasta ahora, Leterme, el hombre elegido para lograr el consenso, no lo ha conseguido. "He pedido al rey que me libere de mi misión de formar Gobierno. En los últimos meses he hecho todo lo posible por llevar esta misión a buen puerto", dijo.
Pero no todos los partidos consideran que Leterme haya hecho todo lo posible. Desde el bando francófono le acusan de haberse convertido en rehén de sus socios del N-VA. Y la prensa -sobre todo la francófona- le acusa de haber sido incapaz de pasar de ser el presidente de Flandes a mirar por los intereses de todos los belgas. Las matemáticas indican que no puede haber Gobierno sin contar con la presencia del partido de Leterme y de los nacionalistas flamencos. Desde el bando flamenco se acusa a los democristianos francófonos de no transigir ni un milímetro en los deseos flamencos de más competencias en salud, empleo, fiscalidad y atención a la infancia. La negativa reiterada le ha costado a Joëlle Milquet, al frente de la democracia cristiana valona, el apelativo de Madame no.
Las acusaciones cruzadas entre políticos se han convertido en una suerte de orgía política, que el artista Lucas Racasse ha dejado plasmada en un mural que rebosa sexo explícito y en el que los rostros de los protagonistas de la bacanal han sido sustituidos por los de los políticos de la coalición de Gobierno. La obra forma parte de una exposición colectiva de arte contemporáneo que se expone estos días en Bruselas y que anima al visitante a reflexionar sobre el significado de la bandera y la frontera lingüística.
Esta muestra es sólo una del puñado de iniciativas ciudadanas que florecen desde hace semanas y que reflejan una fractura entre la clase política y los votantes.
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