¡Ay torito guapo!
Desde el porrón hasta la clásica sevillana, 10 artistas eligen el 'souvenir' español más 'kitsch'
Un clásico: la botella de las casas colgadas de Cuenca. O la del Tío Pepe. O el toro. Un viaje por el diseño desquiciado de lo 'typical spanish'.
Están ahí fuera. En calles y ciudades, en los centros comerciales y en los museos. Muchos han crecido bajo su atenta mirada. Otros los han admirado con desconfianza y recelo. Y algunos han puesto el grito en el cielo clamando: ¡qué horterada! "¿Quién no se ha criado con una botella de Tío Pepe sobre el mantel de ganchillo de la tele?", plantea la actriz palentina Elena Anaya, una de los 10 artistas que han elegido el souvenir que les quita el hipo, les tuerce el gesto o les lleva a ladear la cabeza en un arranque de nostalgia.
Holografías de la Sagrada Familia, torres Agbar y reproducciones en láser sobre metacrilato (los souvenirs de última generación) compiten con la boina, el botijo o las castañuelas. "Son los tecnosouvenirs", informa el arquitecto Juli Capella. Los recuerdos se uniforman, son la parafernalia del consumo del turista. Y los modernos cachivaches se fabrican en Asia. Se acabaron los tiempos en los que el turista francés se llevaba a casa una exótica fregona, invento españolísimo, como recuerdo. "En ningún otro país existen bizarrerías casposas como el licor Hijoputa", opina el escritor catalán Kiko Amat. Un brebaje gijonés cuya etiqueta reza: "¡Qué buenu ye! Espíritu afrodisiaco". Aunque siempre hay quien saca rédito al patrimonio iconográfico: "Cuelgo las llaves de un tablón de madera y cuerpo de guitarra", confiesa el catalán Andreu Buenafuente. Funcionales o inútiles, los objetos tradicionales responden a una tipología. Están las reproducciones de monumentos o de envases como el porrón. Un icono que levanta pasiones. "¡Es tan... typical spanish!", exclama el artista alemán afincado en Barcelona Boris Hoppek, creador de los peluches de la campaña del Opel Corsa. Mención aparte merecen símbolos como las parejas de bailarines en arcilla. "Mis padres me regalaban siempre una en los viajes. ¡Siento tanta morriña al verlos!", explica la fotógrafa madrileña Ouka Lele. Algunos, como Jordi Labanda, prefieren comerse la memoria. "Me quedo con la ensaimada mallorquina. Por su forma en espiral y su color dorado".
Como todos los souvenirs, los españoles ironizan sobre la identidad y la acercan al consumidor. "El ideal sería empaquetar la Alhambra y llevársela a casa con fuentes y todo", apunta Capella. "Los souvenirs son símbolos que eternizan un ambiente y satisfacen al viajero", apunta Fernando Estévez, profesor de antropología en la Universidad de La Laguna. Y justo en ese ejercicio de abstracción se encontraba el conquense Tomás Ortega cuando le visitó la inspiración hace 40 años. "Estaba contemplando un florero con un bajorrelieve de las casas colgadas y se me ocurrió el diseño de la botella". El responsable de Bodegas La Jara, productora del aguardiente resolí, desconoce que su obra de cerámica tenga una larga lista de adeptos. "No pude resistirme", confiesa la actriz madrileña Nathalie Poza. "Estaba de gira por la ciudad hace dos semanas y compré unas cuantas". "No se me ocurre mejor diseño", concede el cómico albaceteño Joaquín Reyes, que admite su debilidad por las cámaras de diapositivas con forma de televisión y por una purera repujada de Ibiza. "Era de mi suegra. Por avatares de la vida acabó en una mesilla junto a un muñeco de Michael Jackson que traje de Nueva York".
Kitsch o cañí son adjetivos asociados a estos regalos típicos. "El emblema friki español es la muñeca de la sevillana", opina el líder de El Canto del Loco, Dani Martín. "Son diseño", rebate Capella, "porque alguien se ha devanado los sesos para concebirlos". La botella de Tío Pepe, nacida en 1935 con su traje corto y gorro cordobés, ha inspirado a artistas como Picasso o Arroyo. O el mítico toro de Osborne, diseñado hace 50 años por la Agencia Azor. Una imagen que 50 artistas revisaron hace dos semanas en el Museo Thyssen-Bornesmiza. "Su silueta es sencilla, fuerte y atractiva", dice el graffitero madrileño Suso 33, defensor del toro en todas sus versiones: de plástico, con banderillas o en un porrón de moscatel.
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