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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Zamorana, si te vengo a rondar

La puerta es la que imaginas en un domicilio situado en los bajos de una casa. Pero, al otro lado, un grupo de hombres y mujeres de edad madura están cantando en torno a un piano, a cuyos vigorosos acordes se desata una de las romanzas de El cantar del arriero. Esta pintoresca zarzuela -del maestro Díaz Giles- cuenta los lances del mozo de una venta zamorana, un grupo de arrieros y una zagala. Ya han cantado El día de tu santo tiene grandeza. Ahora, las graves voces del coro de hombres anuncian la llegada de los arrieros: "De Peña Negra vengo para Sanabria, galopan mis caballos por la empinada". Es el ensayo, como cada martes y jueves, aquí, en la asociación de teatro La Antorcha, del Poble Sec.

He llegado a tiempo para cenar, en el pequeño comedor que tienen habilitado al fondo de la sala. Uno de los socios se encarga de cocinar y nos ofrece un menú reconfortante. Después de los cafés, los 15 cantantes de hoy han pasado a la sala. Frente a ellos, el director musical y su piano han dado la entrada. Y a su lado, el profesor de música, libreto en mano, ha enfatizado el tempo con los dedos índice y pulgar. Detrás, adornando la escalera que lleva al almacén, viejos carteles de El niño judío y de Los ladrones somos gente honrada, de Jardiel Poncela.

De vuelta al comedor, Toni Sanz -escenógrafo y cocinero- me cuenta que representan regularmente un amplio repertorio de comedias y zarzuelas, de forma totalmente amateur, pagando su cuota de socio y viniendo dos días a la semana a ensayar. Aficionados, pero con mucha dedicación, con vestuario de Peris Hermanos y orquesta, ambos de alquiler. Tanto esfuerzo para realizar una larga temporada de funciones, que se inicia en septiembre y termina con el concierto lírico que ofrecen cada año, con motivo de la fiesta mayor del barrio, a mediados de julio.

Mientras hablamos han vuelto, poco a poco, sus compañeros. Y al final, con algún que otro desacorde, me van contando su historia a coro. La Antorcha fue fundada en 1949 para dar salida a la necesidad de distracciones que se vivía en la posguerra. Primero tuvo local en las calles Radas y Murillo, y, tras un afortunado negocio con una licencia de bingo, en un piso de propiedad de la calle de Manso. Hasta que, hará unos 12 años, un vecino -muy poco melómano- les acabó obligando a mudarse a su presente ubicación, en la calle de Margarit. Con altibajos de todo tipo, esta entidad ha subido a un mismo escenario a tres generaciones de asociados. Han montado unas 200 zarzuelas diferentes, 70 de ellas en catalán. Y alguno de sus cantantes ha llegado a profesionalizarse, como el bajo (en sentido musical, entiéndase) Stefano Palatchi. Pero esta larga trayectoria no se ha traducido en una atención muy sentida de las instituciones. Faltan teatros que programen y soluciones para los escapes de agua y los problemas en el techo que sufre su sede.

Se quejan con resignación, mientras me muestran fotografías de grupo, pedazos de escenografía, buena voluntad y unas ganas envidiables de no dejar morir esta modesta asociación. De momento, desde hace unos tres años, La Antorcha forma parte de la Coordinadora de Compañías de Zarzuela de Barcelona, organizadora del concierto que en la plaza de Sant Agustí -durante la Mercè de 2006- reunió a miembros de todas las compañías, interpretando fragmentos de las zarzuelas más conocidas. Con ese apunte esperanzador me voy calle abajo, canturreando aquello de arriero no te pares en mesón de mesonera, que es menos aventurado sufrir la tormenta fuera; romanza que no viene al caso, pero está de buen ver.

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