La novelista que nunca está sola
Almudena Grandes trabaja en penumbra y atiende a los consejos de Galdós y Aub rodeada de libros
Cuando Almudena Grandes se sienta a escribir nunca está sola. Por mucho que una autora busque el aislamiento justo o una casa huérfana de ruidos en esas mañanas en que todos se van, jamás está sola. No porque su gato Negrín, que lleva el nombre de un referente fuerte en el compromiso político de la novelista, entre y salga del pequeño despacho donde trabaja y se tumbe en el sillón en el que ella lee, sino porque la fuerza que despiden los objetos en la habitación lo puebla todo de miradas, custodias mudas y recuerdos.
Almudena Grandes escribe en penumbra, junto a una enorme biblioteca en la que mandan los volúmenes de Historia de España del siglo XX. Por los resquicios de esa crónica trágica pegada a la pared con final más o menos feliz asoman las fotos de sus tres hijos y de Luis García Montero, su hombre, enmarcado también en una página del periódico donde aparecen los dos el día en que se vieron por primera vez. Además, por ahí andan sus hermanos y amigos junto a la fuerza que le dan unas milicianas extremeñas que le regaló el poeta Ángel González. Enfrente, junto a la ventana, la observa un retrato de Don Benito, como le llama ella: "Con Cervantes, nuestro novelista más grande", dice. Si alguien hiciera una cacofonía en la habitación, se confundirían los argumentos de sus novelas leídos en alto cuando remata las frases y los consejos que salen de las obras completas de Galdós y Max Aub. Almudena Grandes les presenta constantemente sus respetos y ellos la bendicen desde el más allá como a una de las hijas más robustas de la narrativa hispánica. Sobre la mesa, no muy amplia pero recia, reposan el ordenador, los cuadernos de trabajo, un cenicero poblado con unos cuantos Ducados que los caramelos guardados en un cajón no han conseguido arredrar y una bandera republicana. "La coloqué aquí encima cuando empecé a preparar El corazón helado y me parece que no la voy a quitar", asegura. El influjo de esa novela descomunal sobre la cicatriz supurante de la guerra no la ha abandonado y justo ahora trabaja en un guión que rodará su amiga Azucena Rodríguez, la rubia, centrado en uno de sus episodios.
Detrás, como una guardia pretoriana, su colección de gordas la protege de todos los males. Sólo esas 80 mujeres orondas, de todos los colores y razas, saben lo que ha tirado a la papelera. No lo contarán aunque dan ganas de preguntárselo. No soltarían prenda. Guardan celosamente el secreto.
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