Fe ruinosa
Compruebo en las últimas semanas que el circo necrofílico, el buitreo hepático acerca de los ardores sexuales y los enigmas vendibles de los muertos han perdido esplendor. Las televisiones han descubierto que los debates a sangre y fuego sobre cuestiones tan fatigosamente trascendentes como la memoria histórica, o sobre las sagradas sentencias de los jueces en un proceso del que los únicos que no podrán sacar provecho son los muertos, pueden despertar tanto morbo en la amada clientela como la clandestina politoxicomanía de una fallecida emperatriz del famoseo o los orgasmos secretos y los temblores adúlteros de un legendario matador de miuras.
Reconozco que existe espectáculo en la humana agresividad y la inaplazable violencia dialéctica con la que se ajustan cuentas pendientes, mentiras desmontadas, la abrasiva e irreconciliable interpretación de la realidad que mantienen las dos Españas. Y resulta entre patética y grotesca la huida hacia adelante de una de ellas, la obligatoriedad de seguir tirándose el cínico rollo cuando los estratégicos y marcados naipes se desploman. Si la lucidez o el sentido de la supervivencia consiguen imponerse entre los que creían con rebuscada fe en la alianza de encapuchados gudaris y fanatizados hijos de Alá para lograr el escalofrío colectivo de los opresores en una maldita mañana de marzo, sospecho que esa decaída media España va a mermar alarmantemente, que a lo mejor deciden recuperar la cordura y admitir que la otra media no tiene cuernos y rabo, que Numancia puede tener aroma literario, pero que acabó en ruinas.
En Informe semanal, los hijos de un asesinado el 11-M se lamentan de ese eufemismo surrealista que condena a los verdugos a ilusorios millares de años carcelarios, cuando hasta los habitantes del limbo saben que en 10 años puedes encontrarte en la calle la mirada de ese monstruo que jodió tu vida. Piden que ni unos ni otros intenten pillar votos utilizando al muerto. Lo tienen crudo.
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