Brook en frasco pequeño
¿Qué sucedería si Cristo regresase a la Tierra? En El gran inquisidor, relato filosófico que el descreído Iván Karamázov cuenta a su filantrópico hermano Alexéi, un jerarca de la Iglesia manda detener al hijo de Dios, reaparecido en la España del siglo XVI, porque ve en él un peligro: "Todo tu poder lo transmitiste al Papa", le espeta. "No vuelvas a molestarnos".
Este capítulo de Los hermanos Karamázov, puesto en escena por Peter Brook, resume el pensamiento de Dostoievski con todas sus contradicciones. El escritor anhelaba un cambio social radical, pero era escéptico. "El hombre no sabe administrar su libre albedrío, es injusto y acaba inclinándose ante quien le da de comer", viene a decirle el inquisidor a Cristo. "Mejor hubiera sido que te hubieras puesto al frente de la humanidad. Como no lo hiciste, te hemos suplantado". Y la impostura llega hasta el punto de que la Iglesia, prosigue el protagonista, ya no está con Dios, sino con el diablo, que supo ser más realista: su reino sí es de este mundo.
EL GRAN INQUISIDOR
De Fiódor Dostoievski. Adaptación: Marie-Hélène Estienne. Intérpretes: Bruce Myers y Joachim Zuber. Iluminación: Philippe Vialate. Dirección: Peter Brook. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 4 de noviembre.
El relato de Dostoievski, fielmente resumido por la dramaturga Marie-Hélène Estienne, tiene una vena actualísima y profética, sobre todo cuando habla del hombre necesitado de que le conduzcan siempre. Da igual quién: un dictador, un milagrero, un comercial... Sin embargo, cobra mayor fuerza en el contexto de la novela, tras la discusión en la que se enzarzan los dos hermanos, que sirve para calentar motores.
El montaje de Brook dura 50 minutos y cabe en una maleta. En escena no hay más que una tarima gris, con dos taburetes. El joven Joachim Zuber se sienta en el más bajo, mientras el veterano Bruce Myers se adueña del estrado: vestido de negro, encarna a Iván y al inquisidor que le canta a Cristo / Aléxei las verdades del barquero. Zuber, inmóvil, transmite paz y acaba desarmando a su captor sólo con un beso.
Myers es un actor de presencia que, en algún momento, subraya con movimientos lo que está diciendo. Me gusta más cuanto más quieto está. La puesta en escena es limpia y matemática. Da cuerpo a la narración, sin enriquecerla. Éste es el único espectáculo de entre la decena que he visto de Brook que no añade algo sustantivo a una lectura atenta del texto.
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