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Columna
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González, el optimista

Desde hace unos meses, el presidente de la CEV, José Vicente González, viene abogando por la necesidad de avanzar hacia un modelo de desarrollo más equilibrado en la Comunidad Valenciana, en el que la industria y los servicios avanzados adquieran un mayor peso en el conjunto de nuestro entramado productivo. En reiteradas declaraciones y comparecencias públicas el líder de la patronal suele mostrase inequívoco a la hora de reclamar del mundo empresarial un esfuerzo adicional en asuntos tales como la formación del capital humano, la incorporación de nuevas tecnologías o la innovación en general, factores todos ellos imprescindibles para mejorar los bajos niveles de productividad existentes en nuestra industria manufacturera, una de las principales causas de nuestra estructural debilidad en los mercados internacionales.

No debería sorprendernos. Por mucha inercia que tenga nuestro modelo productivo y por muchas resistencias que haya a los cambios, todos observamos, incluidos los propios empresarios, lo que está pasando ahí fuera. Y lo que está pasando básicamente es que el desarrollo económico, el de verdad, depende cada vez más de la intensidad de materia gris por metro cuadrado disponible en un territorio que de las toneladas de hormigón per cápita (en lo que somos, sin duda, líderes mundiales).

Lo realmente novedoso del caso, sin embargo, es que por fin alguno de los dirigentes de la organización empresarial autóctona (y no sólo los líderes sectoriales) extienda su discurso programático a otros asuntos que no sean las infraestructuras físicas o el agua. No es que esto último no sea importante, que lo es. Lo que ocurre es que nunca debió ser lo único importante; ni antes ni ahora.

Claro que esa monocorde reivindicación de infraestructuras, consagrada en la cumbre de Orihuela, allá por 1987, ha tenido siempre ventajas colaterales indudables. La principal de ellas: que fijaba la responsabilidad de los problemas estructurales de nuestra industria en variables externas, imposibles de controlar desde dentro.

Un enfoque que muy pronto se mostró de enorme utilidad también para nuestros dirigentes políticos autonómicos, quienes descubrieron en la reivindicación permanente (de infraestructuras, y de lo que sea) el nudo gordiano de su gestión. Hasta el punto de que son capaces de reclamar, año tras año, ingentes sumas al Gobierno central mientras ellos se dedican a rebajar todo tipo de impuestos para contentar al ciudadano. Tontos, desde luego, no son.

Es por eso por lo que creo que lo único que desafina en el discurso de González es esa apelación, tan loable como inútil, que realiza a la complicidad de la Administración autonómica para recorrer el camino. Quizá el líder de la patronal no se da cuenta de que si la Generalitat se centrara ahora, ¡a estas alturas de la globalización!, en esas cosas tan modernas de la innovación, el capital humano o las nuevas tecnologías, pudiera dar la impresión de que las dificultades de fondo por los que atraviesa nuestra industria, han sido, en gran medida, a causa de su imprevisión manifiesta.

O sí se da cuenta, que es lo que yo creo, y entonces su demanda de consenso sólo encuentra explicación en la parte más anecdótica de su discurso. Aquella en la que declara su exótica condición de optimista convencido.

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