El juego de las diferencias
Las instantáneas familiares tienen gracia, y parte de la gracia está en la relativa espontaneidad de la imagen captada por la pupila mecánica, la gracia salta del relativo desorden, de las asimetrías, de las torpezas de composición, envuelve como halo las figuras familiares, y la imagen tiene un valor incalculable -para los retratados y para quienes les miran, pasados los años- como sombras de instantes arrebatadas al flujo del tiempo y cuajadas en fetiche bidimensional. Cuando la foto retrata a un muerto y es la única imagen física que queda de él su valor se multiplica para los deudos... Lo que ha hecho el fotógrafo argentino Gustavo Germano en su -por muchos conceptos extraordinaria- exposición de la Casa América es exactamente lo contrario y lo complementario de esas fotos de álbum familiar espontáneas y sin mayores pretensiones: cada foto ha sido estudiada, fríamente calculada y deliberada, para hacer compañía y subrayar el contraste con otra, a la que acompaña. Esa deliberación y artificiosidad agregan una nueva capa de inquietud a la exposición. Estas parejas de fotos parecen una variante tétrica de esos irritantes dibujos de Laplace, "encuentre las siete diferencias": había dos mujeres, ahora sólo hay una. Sonreían y eran jóvenes, es mayor y no sonríe. Había flores en el jarrón, el jarrón está vacío. Había sobre la mesa un juego de llaves, no está. En el espejo se reflejaban dos cabezas, ahora sólo una...
Encuadradas en los mismos decorados que las antiguas instantáneas familiares, lo que las nuevas fotos vienen a subrayar y contornear y denunciar no es la imagen de una persona, sino su ausencia; no su silueta, sino el hueco que ocupaban; no su vida, sino la que no han vivido. El escenario es el mismo; los personajes -los supervivientes- también, y además se han colocado en la misma pose. El descuidado buen humor de la ocasión en que se tomó una imagen una mañana de primavera de hace 30 años ahora se ha convertido en un momento de una gravedad solemne. Entre uno y otro instante ha sucedido una desgracia impeorable, y eso es lo que muestran estas parejas de fotos: la desgracia que pasó entre ellas, la irrupción fuera de cámara de los comandos de la dictadura, el secuestro, la "desaparición"... y, además, 30 años... Son fotos turbadoras, inapelables y, porque representan el tiempo y lo que durante todo ese tiempo no ha sido, literalmente inefables: o sea, que no se pueden explicar con palabras; ni es lícito hacer literatura alrededor, pero algo más habrá que decir... Por ejemplo, sobre el autor: Gustavo Germano, que hoy tiene 43 años, trabajaba como fotógrafo en Análisis, un semanario provincial de Paraná, Entrerríos, combativa y brava, en la época del patilludo (Menem es nombre que no se pronuncia, porque es gafe)... A principios de 2001, pocos meses antes del corralito, cansado del eterno retorno de lo idéntico en su país, en cuyo clima enrarecido se percibían ya los efluvios de la nueva catástrofe, emigró a Barcelona, donde reside desde entonces, con su mujer y sus dos hijos, y donde se gana la vida como fotógrafo en eventos industriales, comerciales.
Desde el año 97, cuando rodó un vídeo documental sobre los militantes de las asociaciones estudiantiles de las escuelas secundarias, de los cuales unos acabaron presos; otros, "exiliados en el armario", es decir, prudentemente retirados hacia la vida interior, y otros, "desaparecidos", entre ellos su propio hermano, Gustavo venía pensando en que en realidad lo que le hubiera gustado de su hermano hubiera sido verlo envejecer, y empezó a forjarse la idea de cómo contar esto a través de la fotografía.
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