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Columna
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El ocaso republicano

No sé si George W. Bush, como los monarcas absolutos antiguos o los dictadores modernos, dará cuenta "ante Dios y ante la historia" de su mandato como 43º presidente de Estados Unidos. Pero sí tendrá que hacerlo ante los votantes de su partido, abocado, sondeo tras sondeo, a cosechar uno de los peores resultados electorales de su historia en las presidenciales del próximo año desde que Abraham Lincoln consolidara al Grand Old Party (GOP) republicano como formación política tras su elección a la presidencia en 1860. Nunca el partido de Lincoln, William McKinley, Teddy Roosevelt, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, reconocido por propios y extraños como el gran partido nacional, se había encontrado tan distante de los sentimientos del ciudadano medio americano como en los tiempos actuales. Un distanciamiento que se produce, no principal y exclusivamente por la guerra de Irak -convertida por muchos fuera de Estados Unidos más que en un objeto de crítica razonable y merecida en una patología digna de estudio-, sino por el abandono de los principios fundamentales que habían inspirado al GOP desde su fundación: equilibrio fiscal; Gobierno federal, sólo el imprescindible; reducción de impuestos generalizada y no sólo para los más pudientes; total respeto a las libertades individuales garantizadas, como en ningún otro país del mundo por la Constitución, y, por último, confinamiento de la religión a la conciencia de cada uno.

El mundo de los negocios se distancia cada vez más de las políticas de Bush

Pues bien, la actual Administración ha hecho exactamente todo lo contrario en sus siete años de mandato. El presupuesto federal, que Bush heredó de Clinton con un superávit de 240.000 millones de dólares, arroja en la actualidad un déficit de 160.000 millones; nunca el Gobierno de la nación se había expandido tanto como ahora, como tampoco el individuo se había sentido nunca tan inerme frente a la vigilancia verdaderamente orwelliana de las autoridades y, finalmente, nunca se había pretendido, como ahora, incorporar a la agenda política temas religiosos y sociales, que, aunque compartidos por una gran mayoría de votantes republicanos, siempre se habían considerado como parte de las creencias individuales y no parte de un programa político. No es, pues, de extrañar que el republicano pragmático y tradicional se haya ido apartando de un partido que, en la actualidad, muchos consideran secuestrado por unos fundamentalistas religiosos totalmente ajenos a la tradición liberal e individualista del GOP. Es evidente que en Estados importantes y decisorios para las presidenciales, como, por ejemplo, Ohio y Michigan, donde la crisis de los grandes del sector automovilístico afecta al empleo de la casi totalidad de la población, convertir el aborto y el matrimonio homosexual o, incluso, Irak en el eje de la campaña electoral, como pretenden algunos aspirantes a la nominación republicana, no inspira precisamente un entusiasmo indescriptible entre los votantes.

Y dos razones más para el ocaso republicano. La primera, la carencia de un candidato incontestable entre los aspirantes a la nominación, que sea lo suficientemente transversal, por utilizar la cursilería del momento, no sólo para afianzar los votos propios, sino para atraer votantes del bando contrario, como hizo Reagan en 1980 con el movimiento Democrats for Reagan. La segunda, que incluso el mundo de los negocios se distancia, cada vez más, de las políticas de la Administración, precisamente por las causas apuntadas anteriormente, como desequilibrio fiscal, bajadas de impuestos sin control de gastos, etcétera. Una reciente encuesta de The Wall Street Journal indica que sólo el 37% de los directivos de empresas y profesionales se muestran propicios a votar republicano el próximo año y otro sondeo de The Economist realizado en octubre revela que la cifra de personas con ingresos superiores a los 150.000 dólares anuales dispuestas a apostar por el partido de Bush es el 44%. El presidente Calvin Coolidge solía decir que "el principal negocio del pueblo americano es el negocio". Mal pinta para el partido del Elefante si los hombres de negocios comienzan a retirarle su apoyo. Sinclair Lewis, el primer Nobel americano, escribió una novela magistral, Main Street (Calle Mayor), en la que detallaba la vida del americano medio en torno a la Calle Mayor de su localidad. Por eso, el semanario británico recomienda a los republicanos que se ocupen más de "impuestos, sanidad y comercio", en lugar de "Dios, homosexuales y armas". Intenten, dice a los republicanos, prestar más atención "a la Calle Mayor y no a la Calle de la Iglesia". Porque, tal y como están los sondeos a día de hoy, los republicanos podrían perder no sólo la Casa Blanca, sino que además se arriesgan a no recuperar ninguna de las dos Cámaras del Congreso.

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