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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Caperucita y el lobo, claro

Mercè Ibarz

Este es un cuento extraño, sin protagonistas claros. Sí, a primera vista, se trata de Caperucita y el lobo. Son de una cursilería pasmosa. Están sobre el pedestal de una fuente de agua potable, muy apreciada por los inmigrantes y los turistas, en el paseo de Sant Joan, cerca de la calle de Rosselló. Nadie firma la escultura (no me sorprende), que está ahí desde hace años como si nada. Como si de espaldas a la fábrica que el 13 de febrero de 1937 parecía el objetivo del cañoneo desde la playa de la Mar Bella, aunque aquello fue el comienzo de los ataques contra la población civil en Europa -sí, Barcelona tiene el número uno, por delante del mes de abril que abatió a Gernika-, lo más normal del mundo sea que tengamos a esta pareja. Caperucita y el lobo, claro. No miran a lo que fue la fábrica Elizalde, pero ahí están. Para disimular, supongo.

Llevo temporadas observando y a nadie sorprenden estos protagonistas, en pleno paseo central, junto a un parque infantil. Cuando las familias o sus canguros sacan a los niños, es normal oírles intentar concentrarles o despistarles con el cuento de la niña y el lobo, que ahí justo están. Pero, insisto, su protagonismo no es nada claro. ¿De quién fue la basta idea de ponerlos precisamente aquí? Visto desde la perspectiva de los bombardeos, resulta inquietante no sólo por su tremenda mediocridad y penosa versión del cuento infantil, sino sobre todo porque, vaya, entre la niña Caperucita y el lobo, que está detrás de ella, el artista de autos urdió una especie de manojo... de granadas de mano. ¡Lo juro! Vayan a verlo. ¿Será una escultura subversiva? Mejor dicho, ¿una parodia? Pues ya no hay subversión posible, tan sólo parodias y chanzas que una tiene que reconocer. La transparencia no tiene crédito. Pero a mí, la verdad, los elementos decorativos en el trasero de Caperucita no me parecen piñas de pino, sino bombas de mano. ¿Demasiado obvio? Vuelvo a lo mío: ¿quién protagoniza este cuento?

Cuando la escultura (digamos) se colocó ahí ya se habían alzado los singulares bloques de pisos-que cuentan con calles interiores-en la manzana de Bailén-Còrsega-Rosselló-paseo de Sant Joan, que mediados los años sesenta sustituyeron a la fábrica Elizalde de material militar. La casa del mismo nombre que ahora es un centro municipal, en la calle de València, cerca de aquí, no fue la fábrica bombardeada por las tropas italianas del buque Eugenio di Savoia en 1937, un cañoneo, en realidad. La fábrica estaba aquí, detrás de donde están ahora Caperucita y el lobo. Pero, atención: tras el impacto de los cañones, que dejó aterrorizados a la ciudad y sus dirigentes, se vio que la fábrica Elizalde estaba del todo intacta. No había sido un ataque de guerra para frenar la producción militar, sino contra la gente: 18 muertos. En Europa no se estilaba lo que a partir de aquel momento sería tan frecuente, ya en todas partes: el ataque desde el cielo a la población civil. La fábrica continuó y en la posguerra hasta sirvió, según algunos investigadores, para conexiones nazis con Argentina.

Bueno, ya pasó. Este mismo año, que ha recordado los inicios de los bombardeos contra los barceloneses, ha desaparecido otra de las huellas que, hasta casi hoy mismo, se mantenían, en la fachada superior del restaurante Bilbao, en la confluencia tan sabrosa de nombre de las calles de Perill con Venus. Pintada la fachada, los impactos de los cañones del Savoia han desaparecido. Nunca nadie preguntó demasiado por ellos. Yo misma me parezco excéntrica por preguntar qué hacen Caperucita y el lobo precisamente a la vera de lo que fue la fábrica Elizalde. ¿No es un cuento extraño?

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