El circo patriótico
Cataluña, creadora de artistas, ha sido siempre defensora de la libertad y derechos de las personas. El carácter catalán (me remito a los archivos) "es realista, práctico, sensato, comprensivo, intuitivo, genialoide, y con un gran sentido común en sus actividades diarias, pero también llega a ser, en determinadas ocasiones, idealista en exceso, excéntrico sin remedio, capaz de apostarlo todo a cara o cruz, buscando ser grande y sufriendo de ser un país pequeño". La Historia es una espina clavada en una buena parte de los catalanes. De ahí que sus políticos se sientan cargados de una misión excelsa -salvar el pueblo catalán-, forjada, en muchos casos, por un sentimiento colectivo y contagioso que deriva, como ahora, y por parte de un sector minoritario del gobierno, en un nacionalismo excluyente que cree tener en su país a un gran enemigo hereditario, al punto de no poder seguir viviendo ni existiendo sin este enemigo en casa, real o imaginario.
Para el catalán, la lengua catalana forma parte de la continuidad de un país que es hoy en día un país de países. En esta pluralidad consiste la gran fortuna de la Cataluña de los últimos años. Por razones históricas de todos conocidas, este país "de acogida" ha sabido enriquecer su cultura esencial, su lengua propia, con la lengua castellana que siempre se ha hablado en Cataluña, especialmente, en Barcelona; ciudad que mantiene su bilingüismo como una de las grandes riquezas que la caracteriza. Donde no se habla un catalán perfecto ni tampoco un castellano inmaculado. Las dos lenguas son felizmente impuras. Conviven. Se casan o aparean. O bien se divorcian para procrear de nuevo.
No es este el parecer de los políticos que, en la actualidad, gobiernan Cataluña. Por un afán de cerrazón, mantenimiento de poder oficial y pureza identitaria, han decidido utilizar la lengua como bandera única de su ideología. Cuando de todos es sabido que en Cataluña hay escritores en castellano muy buenos, algunos de sus gobernantes y palanganeros resolvieron anunciar contra viento y marea que solo merecían asistir a la Feria del Libro de Frankfurt autores catalanes catalanoescribientes. Eliminando de este convite general, a los escritores catalanes castellanoescribientes, a los que niegan la pertenencia a una cultura específica.
Se está dando un comportamiento nuevo en la sociedad gubernamental catalana, muy distinto de la riqueza genuina de las generaciones catalanistas anteriores que favorecían el intercambio de literaturas y celebraban el bilingüismo como forma de convivencia. ¿En qué idioma escriben o escribimos estos escritores sin tierra, que nos presentan como castellanos en Cataluña y catalanes en todas partes? En la misma lengua que, casualmente, muchos presidentes y diputados de la Cataluña actual hablan en su entorno familiar. Un castellano naturalmente periférico.
Signo de estos tiempos de pestes nacionalistas es que la ideología domine la lengua hasta convertirla en instrumento de credo, tal y como el lingüista Victor Klemperer observó en su vigente y muy recomendable libro La lengua del Tercer Reich. ¿En una Europa por fin libre y abierta hay que dudar aún de que Kafka fuera un escritor checo que, casualmente, escribía en alemán? ¿No fueron estas mismas palabras las que impuso Stalin en los países soviéticos? ¿Y cómo se atreve Praga a vivir de su genial escritor "extranjero"?
Volviendo a Klemperer, que en el comienzo lento hacia la guerra del exterminio fue apartado de su cátedra y le impidieron el acceso a todas las bibliotecas públicas, conviene recordar que "cuando el poder se apodera del discurso, su lenguaje impregna el lenguaje del ciudadano y se extiende a todo con una naturalidad asombrosa, como si fuera lo esperado y lo evidente". En el caso catalán o español, este sutil proceso hace que no llame atención alguna que escritores catalanes, castellano-escribientes hayan sido tenuemente marginados de sus puestos de trabajo en la Universidad catalana. Proceso igualmente vivido, acaso de modo más evidente, en la comunidad vasca. A lo que se añade la manipulación patente de libros de texto, reglamentos universitarios y demás documentación burocrática o empresarial.
Si por un lado los ciudadanos son los receptores directos de los usos lingüísticos de los políticos, por otro, en su utilización de la lengua se reflejan los privilegios y opresiones que ella reparte. El lenguaje ha intoxicado a los habitantes y más allá del grado de españolismo o catalanidad que uno posea, la lengua protegida se va interiorizando y conquistando conciencias de quienes va encontrando al punto de paralizar a quienes piensan en contra.
Así, la expresión famosa es catalán quien vive y trabaja en Cataluña, altera su sentido válido y, en principio, positivo por otro negativo: dando a entender que no es catalán quien no escriba o hable el idioma que debe hablarse en Cataluña. Y, por tanto, merece quedar excluido de los medios radiofónicos como el caso de persecución lingüística recientemente ocurrido a la escritora uruguaya-catalana Cristina Peri Rossi. Ejemplo en el que la inmediata reacción de un sector de ciudadanos está consiguiendo reencauzar a buen término.
En los medios nacionalistas, expresiones y palabras se inventan o se modifican para su uso provechoso, haciendo caer en el olvido o desaparición la anterior situación que le daba verdadero sentido. Por la misma regla de tres, el nacionalismo español utiliza términos como patria, patriotismo, ciudadanía, nación, sentimiento nacional, soberanía. O expresiones cómo: vamos a ganar para devolver España a los españoles. (Entre paréntesis, como si sólo fueran españoles los que actúan y piensan como Rajoy. O sólo fueran catalanes los que piensan y actúan como desea Carod Rovira). El peor efecto de este lenguaje es suscitar a las personas un estado de ánimo propicio para el cumplimiento de sus programas. A fin de catalanizar, si cabe aún más el idioma, utilizan el léxico familiar más rural. Hasta Pompeu Fabra se levantaría de la tumba al oírlos. Por no decir, todos los escritores de la Renaixença. Y los más cercanos del Novecentismo catalán (Carner, Riba y un largo etc). Absurdamente creen que esta vulgarización impuesta de la lengua catalana la hace más estatal y más auténtica.
Sin duda, la forma popular de hablar les sirve como marca identitaria y señal de que uno está en el lugar adecuado. En la única opción permitida. En lugar de decir la palabra España (menuda maldición) hacen toda clase de circunloquios para referirse al país, llamándolo Estado español, catalán o peninsular. Como también el caso grandioso de un periodista que hace unos días, para comentar la despedida de un torero en una sonada corrida en Barcelona, decía: "César Rincón se despide de Europa".
O, también, aquel informativo televisivo: "Llueve en todo el Estado español".
Así las cosas, quienes los españolistas acusan de catalanistas, y los catalanistas acusan de españolistas son los más próximos a tener razón.
Nuria Amat es escritora.
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