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Columna
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Paralelos

Enrique Gil Calvo

Vaya semanita ésta. El miércoles pasado se aprobó el texto de la llamada ley de la memoria histórica, que se debatirá pasado mañana en la comisión constitucional del Congreso. El viernes 12, día de la fiesta nacional, antes llamado de la hispanidad o de la raza, se produjo la banderada o el banderazo del PP, esgrimido contra Zapatero para celebrar la "crisis nacional", tal como la definió Aznar. Y mañana en La Moncloa el presidente español recibirá al lehendakari vasco para que éste le presente formalmente su ultimátum sobre la autodeterminación. Una vez más, Zapatero se debate entre la espada y la pared, sometido al fuego cruzado de dos nacionalismos viscerales que se excluyen mutuamente. Pero más allá de la quizá casual coincidencia de fechas, en el próximo encuentro entre Zapatero e Ibarretxe se deja traslucir un cierto paralelo entre sus posiciones respectivas, que les lleva a adoptar como imagen de marca no la figura de sólo ante el peligro ni tampoco la de víctima inocente, pero sí la equidistante de la tercera vía.

En el caso de Zapatero, así ha ocurrido, una vez más, con el tortuoso vía crucis seguido en la tramitación parlamentaria de la ley de memoria histórica. Quizás escarmentado por las experiencias previas o prevenido en contra por el veto de sus socios de izquierda, el caso es que nunca hizo intentos serios para comprometer al PP en las negociaciones como primer partido de la oposición. Pero como tampoco quería que la propaganda de la derecha radical lo satanizase como guerracivilista y contrario al espíritu de la Transición (que fue lo que finalmente terminó por suceder), intentó por todos los medios edulcorar la futura ley, a fin de que no tuviera consecuencias jurídicas que pudieran definirse como rupturistas o revolucionarias. Algo que fue rechazado lógicamente por la izquierda republicana, empeñada con toda razón en reparar judicialmente a las víctimas del franquismo.

De modo que finalmente la ley está quedando un poco en agua de borrajas: es un quiero y no puedo que condena políticamente pero no anula legalmente las sentencias franquistas. O sea, la tercera vía, a medio camino entre la derecha vencedora y la izquierda vencida. De ahí que ERC se haya abstenido y el PP haya votado en contra. Es lo mismo que sucedió con la reforma del nuevo Estatuto catalán: un ejercicio de funambulismo por la cuerda floja con equilibro inestable entre los dos extremos opuestos, para que parezca que se ocupa el centro equidistante o el fiel de la balanza en un juicio salomónico.

Y salvadas todas las distancias que separan ambos casos, que son de signo políticamente opuesto pues nada tiene que ver la autodeterminación inconstitucional con la reparación de los crímenes de guerra, lo cierto es que algo parecido está ocurriendo con la posición elegida por Ibarretxe al plantear el ultimátum de su "consulta popular". También él afirma ocupar una tercera vía (el punto medio equidistante o el fiel de la balanza de la justicia) entre el españolismo constitucional del PP y el PSE y el independentismo violento de ETA y Batasuna. Una posición ésta que además le permite reivindicar como propio el espacio político del centro moderado, lo que no deja de ser una falacia con evidentes fines electorales. Pero al hacerlo así, olvida Ibarretxe lo que le recordó el líder de su partido Josu Jon Imaz antes de dimitir: el cambio de las reglas de juego sólo puede hacerse por consenso transversal, lo que debe incluir tanto al PSE como al PP.

Pues bien, esta lección de Imaz sobre el necesario consenso transversal también se puede aplicar en paralelo al caso de la ley de la memoria histórica, entre otros varios análogos como el de las reformas constitucionales o estatutarias. La equidistancia de la tercera vía no basta, pues resulta excluyente. Para cambiar legítimamente las reglas de juego hay que incluir a todas las formaciones representativas por consenso transversal. Y el PP lo es, pues representa a cerca de nueve millones de españoles. Una ley de la memoria que no les incluya carecerá de suficiente legitimidad política y no será bien respetada.

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