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Rodrigo Sandoval: “La agenda migratoria del Gobierno de Boric habría sido de todo el gusto de la derecha”

El exjefe de Extranjería y Migraciones de la segunda Administración de Bachelet afirma que el progresismo chileno ha cometido el error de endurecer su discurso migratorio. Habla de una “profunda decepción” con las políticas actuales

Rodrigo Sandoval Ducoing
Rodrigo Sandoval Ducoing, abogado y experto en migraciones, el 18 de febrero en Santiago.Cristobal Venegas
Maolis Castro

Las ideas de Rodrigo Sandoval Ducoing (Talcahuano, 51 años) no son como las que se escuchan reiteradamente en el debate público chileno sobre la migración. Este abogado, exjefe del Departamento de Extranjería y Migración en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) –cargo al que renunció luego de tres años, en julio de 2017– y docente de la Universidad de Chile considera que el país sudamericano está carente de una política pública que le permita afrontar los desafíos de una creciente población extranjera y que, en cambio, se priorizaron agendas que limitan la acción del Estado a solo controles y fiscalizaciones fronterizas que no han ofrecido mayores resultados.

La migración creció de 1,4 millones en 2020 a 1,9 millones –la mayoría venezolanos– en 2023, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), representando el 10% de toda la población en esta nación. Con el pujante aumento de la cifra también se han endurecido las posturas políticas desde distintos sectores –incluyendo a la izquierda oficialista–, al punto de que desde el Gobierno de Gabriel Boric se promueve un proyecto de ley misceláneo de migraciones que busca ampliar las causales de expulsión y revocar visados a personas que incurran de modo reiterado en infracciones ciudadanas, como ruidos molestos. Pero, en pleno año electoral, también en el Ejecutivo plantean limitar la participación de extranjeros en votaciones.

Sandoval –exmilitante DC– lo atribuye a una incomprensión del fenómeno migratorio y una ausencia de políticas para su abordaje. “En países con un modelo sustentado en la explotación intensiva de recursos naturales, con bajo valor agregado, pierde sentido una política enfocada exclusivamente a privilegiar una migración altamente calificada, es decir, trabajadores con formación avanzada en áreas estratégicas como ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas, innovación y emprendimiento, como sí lo tendría en un modelo de desarrollo basado en el conocimiento”, dice en una conversación en un café del municipio santiaguino de Providencia durante una calurosa tarde de febrero.

Pregunta. ¿Qué ha cambiado en política migratoria en Chile desde que usted dejó el cargo de jefe de Extranjería y Migración en 2017?

Respuesta. Lo que ha cambiado no es la política migratoria—porque no la hay—, sino la forma en que la migración ha pasado a ser abordada desde una perspectiva exclusivamente securitista [discurso basado en que los migrantes son una amenaza para la seguridad]. En vez de desarrollar una gobernanza migratoria efectiva, el Estado ha reducido su acción a controles y fiscalizaciones de dudosa eficacia, ignorando que buena parte de los extranjeros que hoy llegan serán, más temprano que tarde, chilenos.

Cada vez se hace menos para que su incorporación a la sociedad chilena vaya más allá de lo jurídico y represente un verdadero sentido de pertenencia. Si el Estado trata a los migrantes como un riesgo, no podemos esperar que estos o sus descendientes desarrollen un compromiso real con la sociedad chilena, lo que significa que a mediano plazo, tendremos chilenos con menos razones para sentirse compatriotas que otros. Las fracturas en la cohesión social que esto genera serán una de las grandes cuentas pendientes que se pasará a la actual generación gobernante.

P. ¿Qué piensa del proyecto de ley de migración miscelánea que se discute en el Congreso?

R. Se trata de un proyecto que, como casi toda la agenda migratoria de este Gobierno, responde más a la presión de una oposición obtusa que a una visión estratégica de largo plazo. La iniciativa sigue centrada en los mecanismos de ingreso y expulsión, los mismos dos aspectos en los que se ha concentrado la política migratoria en los últimos años sin lograr ningún cambio estructural. Mientras tanto, los aspectos que tocan la integración —que es clave para la cohesión social— sigue siendo tratada de manera marginal o con propuestas regresivas que establecen criterios aberrantes de priorización en el acceso a servicios.

Es un proyecto con fundamentos técnicos débiles y objetivos difusos, que terminó convirtiéndose en una arena donde distintos sectores políticos compiten por demostrar quién encarna con más rudeza la frustración y la rabia de sectores de la ciudadanía hacia la migración.

Migrantes hacen fila para el proceso de enrolamiento informado por el Registro Civil chileno, el 16 de diciembre pasado en Santiago.
Migrantes hacen fila para el proceso de enrolamiento informado por el Registro Civil chileno, el 16 de diciembre pasado en Santiago. AILEN DÍAZ (EFE)

P. Gabriel Boric pasó de dar la bienvenida a la migración cuando era diputado a respaldar este tipo de medidas. ¿A qué atribuye ese giro?

R. Yo voté por Boric en segunda vuelta. Y no fue un voto por descarte, sino por convicción. Pero hoy mi estado de ánimo es el de una profunda decepción. Me hace cuestionar mi pasado, porque veo a muchos que pensé que compartían conmigo conceptos y miradas que parecían auténticas y que ahora han abandonado sin miramientos. Me hace dudar del presente, porque el progresismo oficialista ha terminado validando discursos y políticas que instalan consensos populistas y regresivos de los que va a ser muy difícil despercudirse más adelante. Y me hace temer por el futuro, porque cada vez siento más difícil sostener una mirada integral y sostenible sobre la migración sin ser catalogado como ingenuo o fuera de la realidad.

P. ¿Cómo se lo explica?

R. El progresismo chileno ha cometido el error de pensar que endurecer su discurso migratorio lo legitimará ante sectores más conservadores. Lo que no entiende es que, al hacerlo, está cediendo terreno en el debate de fondo, renunciando a su capacidad de ofrecer una alternativa real y, lo que es más grave, frivolizando al progresismo como una respuesta a los problemas actuales. Ser de izquierda en los años que vienen, gracias a las concesiones y retrocesos de este Gobierno, va a ser tan difícil de defender como lo fue ser de derecha en los 90, cuando el estigma de haber adherido a la dictadura deslegitimaba a priori a quienes hablaban desde ese sector.

Para los que aún creemos en la justicia social, la igualdad y la solidaridad como conceptos fundamentales de nuestra posición política, la duda es si existirá un espacio desde el dónde participar en la discusión pública, ahora que lo que llamábamos izquierda las usó solo como recurso para llegar a un poder donde se ha vuelto torpe, reactiva y temerosa, adaptándose al marco discursivo impuesto por la derecha en lugar de disputarlo.

P. ¿Qué logran con eso?

R. El progresismo ha cometido el error de creer que endurecer su posición migratoria le permitirá recuperar credibilidad ante ciertos sectores de la sociedad. Pero en el fondo, lo único que logra es legitimar el relato de la derecha y reforzar la idea de que la migración es un problema que solo puede abordarse con represión.

P. Y a su juicio, ¿su agenda migratoria actualmente es más severa que las implementadas en gobiernos anteriores en Chile?

R. Creo no equivocarme si afirmo que la agenda migratoria de este Gobierno habría sido de todo el gusto de las administraciones de derecha, como la de Piñera. Desde 2014 la migración comenzó a ser objeto de una atención mayor por parte de la opinión pública, lo que significó una demanda de respuestas y propuestas que la política se vio forzada a satisfacer.

Esa irrupción tardía encontró al Gobierno con una legislación que no había sufrido ninguna modificación relevante desde 1975, con una institucionalidad que provenía del mismo año, una infraestructura precaria ya colapsada por la incapacidad de absorber el crecimiento de las solicitudes de permisos migratorios. A ello debe sumarse la ausencia de un desarrollo de la información y el conocimiento necesarios para una adecuada gestión de esta nueva realidad. Por lo mismo, en el tratamiento que la actual Administración ha dado a la cuestión migratoria lo que vemos es el despliegue de sus posibilidades a partir de lo que eran sus convicciones.

P. ¿Cúales son los grandes desafíos ausentes del debate y que, a su juicio, son urgentes?

R. Veo con preocupación que el debate público está centrado en evitar que ocurra una migración que ya ocurrió. La gestión de las fronteras y de las expulsiones es una tarea importante, pero las inversiones y reformas en esas áreas ya empiezan a mostrar un rendimiento final decreciente en su eficacia y un agotamiento de las ideas y argumentos.

En cambio, hay una serie de desafíos que aún no son abordados y guardan relación con el cómo la sociedad chilena, en sus distintos niveles y sectores, se prepara para un futuro que ya está acá, en el que la presencia de personas de distintos orígenes son parte de la sociedad. Uno de esos espacios de mejora es, por ejemplo, la universidad. Hasta ahora, ha habido un importante rol en el estudio y comprensión de la migración como realidad, así como no es novedad su misión de generar conocimiento, influir en las políticas públicas y contribuir a la transformación social desde una perspectiva crítica.

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Sobre la firma

Maolis Castro
Es periodista de EL PAÍS en Chile desde 2024, antes estuvo en el medio económico Bloomberg Línea. Trabajó para EL PAÍS desde Venezuela entre 2016 y 2019. También estuvo en el portal de periodismo de investigación Armando.info y El Nacional. Ha colaborado para medios como Pulso (Chile), The Wall Street Journal y ABC (España).
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