Alierta se hace valer en Bolsa
El presidente de Telefónica ve por fin respaldada su gestión en los mercados sorteando escollos financieros y políticos
Telefónica está de moda en Bolsa. La gestión de su presidente, César Alierta, se ha visto por fin respaldada por los mercados. Tras siete años de mandato ha logrado colocar a Telefónica como la empresa española de mayor valor bursátil. Su gestión eficaz y su prudente modo de conducirse en el ámbito del poder político le ha permitido sobrevivir en el cargo y aupar a Telefónica entre los líderes mundiales de las telecomunicaciones.
Las previsiones se centran en alcanzar un beneficio de 11.000 millones en 2010 gracias a una espectacular generación de caja
En el patio nacional ha barrido al Santander, rivaliza con Nokia por el tercer puesto del EuroStoxx y es la cuarta operadora mundial
Pasa a la página 6César Alierta y su equipo venían preparando desde hace tiempo un golpe de efecto para ganarse el favor de los mercados. Lo tenían todo muy estudiado, hasta el edificio. Eligieron el The O2 de Londres, una espectacular obra del arquitecto Richard Rogers que pasa por ser la mayor estructura de techo único del mundo. El jueves estaban convocados allí 400 analistas de todo el mundo para asistir a la VI Conferencia de Inversores de la compañía.
Se esperaban buenas noticias que justificaran la reunión. Pero ni los más optimistas aventuraban que Alierta fuese a adelantar en un año el compromiso de pagar un dividendo de un euro por acción, duplicando así el abonado en 2005. O que iba a prometer un beneficio neto de 11.000 millones para 2010.
Euforia
Menos previsible aún era la reacción eufórica de los mercados. La acción se disparó el jueves un 6,99%, la mayor subida en un solo día desde agosto de 2002, y pulverizó la barrera de los 20 euros por título. El viernes, con la Bolsa a medio gas por la fiesta de la Hispanidad, se presagiaba una ligera corrección. Pero las matildes (nombre popular con el que se conocen los títulos de la operadora cuando era pública) volvieron a darse un atracón y, pértiga en mano, se saltaron el listón de los 21 euros.
Los móviles de los directivos de Telefónica, recién llegados de Londres, no han parado de sonar durante el fin de semana. Las felicitaciones vienen de próceres financieros y políticos. Y en la calle suena el clamor de una hinchada de 1,7 millones de accionistas que no paran de frotarse las manos y de pedir a gritos: "Alierta, a los altares".
Las peticiones de canonización se justifican en que el empresario maño ha logrado que Telefónica se convierta en la primera compañía española que vale más de 100.000 millones de euros. Pero llegar hasta ahí no le ha resultado fácil. En los siete años que lleva al frente de la multinacional ha tenido que hacer frente a dos obstáculos, a cada cuál más peliagudo: el bursátil, por el mal comportamiento de la cotización; y el político, por las tensiones surgidas en las antiguas compañías públicas tras el cambio de Gobierno en 2004 y la llegada de Rodríguez Zapatero.
Alierta tiene en la Bolsa su espina más dolorosa. Su antecesor, el polémico Juan Villalonga, que llegó al cargo gracias al favor personal del presidente Aznar, se aprovechó de la inercia de la burbuja tecnológica para llevar la acción a máximos. Eran los tiempos en que Terra, la filial de internet hoy desaparecida, valía más que el BBVA. Villalonga prometió dar valor al accionista y su primera medida fue eliminar el dividendo. Su teoría de que ese dinero daba mejores réditos si se invertía en adquisiciones faraónicas, como el portal Lycos o Endemol, el imperio mediático (Vía Digital, Antena 3, Recoletos, Onda Cero), al final resultó ruinosa. Cuando se pinchó la burbuja, todo ese castillo de naipes se derrumbó. Los títulos se desplomaron y los accionistas ni siquiera tenían el consuelo del dividendo.
A Alierta le tocó lidiar esa herencia andrajosa cuando tomó las riendas del grupo, en julio de 2000. Su estilo fue justamente el opuesto al de su antecesor. Nada de apariciones públicas (es el único presidente de una multinacional del sector que no comparece ante los medios el día de presentación de resultados). Nada de pagar fortunas por negocios virtuales cuyo único activo es tener un futuro prometedor. Compras sí, pero de negocios consolidados, como la británica O2 o las filiales latinoamericanas de BellSouth. Y adelgazar el organigrama y concentrarse en el negocio propio: Telefónica a tus teléfonos.
Con estas premisas, la compañía comenzó a remontar y, tras presentar las mayores pérdidas de su historia en 2002, tomó la senda del beneficio. Nadie cuestionaba la gestión de Alierta, salvo los mercados. Repuso el dividendo y propuso un ambicioso programa de recompra de acciones propias (7.000 millones de euros). Pero la Bolsa le siguió dando la espalda. Frente a un Ibex eufórico, con subida por encima del 15%, Telefónica tenía una rentabilidad negativa. Las broncas en las juntas de accionistas eran su mayor quebradero de cabeza.
Por eso el festín bursátil que se está dando ahora Telefónica ha supuesto el verdadero espaldarazo a la política de Alierta. En el patio nacional ha barrido al Santander, y ya vale un 20% más que el banco de Emilio Botín; en el europeo, rivaliza con Nokia por el tercer puesto del selectivo EuroStoxx 50; y a escala mundial, ha superado a Verizon en el cuarto puesto de las telefónicas con mayor valor, tan sólo superada por China Mobile, AT&T y Vodafone.
Por eso, tras el Investor Day de Londres, analistas y bancos de inversión se han apresurado a entronizarlo como el héroe del sector. "Consideramos que en general todas las visiones planteadas en las diferentes áreas de negocio de la operadora han sido positivas en nuestras estimaciones", dice en su informe Banesto Bolsa.
Citigroup se ha creído las nuevas previsiones financieras para los próximos tres años anunciadas el jueves, y recomienda comprar acciones porque estima que la multinacional aún tiene un 20% de recorrido hasta los 130.000 millones de euros. Morgan Stanley reconoce que ha vuelto a poner a Telefónica en el top de la industria "solamente un mes después de haber perdido ese privilegio".
Previsiones realistas
Esas previsiones se basan en alcanzar un beneficio espectacular de 11.000 millones de euros en 2010, casi el doble que los conseguidos en 2006, gracias a una poderosa generación de caja (60.000 millones de flujo de caja operativo en cuatro años) y unas inversiones moderadas, de menos de 33.000 millones en el citado trienio.
Como dice el informe de Santander, unas previsiones "optimistas pero no irreales". "No nos han sorprendido las previsiones ni el incremento del dividendo, pero la fuerte confianza mostrada por la compañía en su capacidad operativa y en alcanzar sus objetivos a largo plazo han sido correctamente por los mercados", añade.
Con estos mimbres, todo parece indicar que 2007 será el año de Telefónica en Bolsa. Ya en 2006 todas las variables que reflejan la rentabilidad para el accionista evolucionaron positivamente: la acción cerró a 16,12 euros, con una revalorización del 26,8%, y el dividendo ascendió a 0,55 euros por acción. Unos ratios que ya se han visto superados en 2007, cuando aún quedan dos meses y medio para concluir el año. La acción está a 21,54; con una subida en lo que va de año del 33,6%, y el dividendo que se repartirá a cuenta de los resultados de 2007 va a ser de 0,75 euros por título. Con todo ello, la rentabilidad total para el accionista, que en 2006 se situó en el 31,16%, se verá ampliamente superada en este año, y más aún en 2008, con el pago del citado dividendo de un euro, que le supondrá a la compañía un desembolso de 4.700 millones.
Pero Alierta no sólo ha tenido que luchar en el terreno bursátil. También ha batallado en el encarnizado mundo de las influencias con el poder, un terreno de nadie pero del que todos -políticos, asesores, valedores y arribistas con apariencia de empresarios- quieren sacar partido. Cuando José María Aznar venció en las elecciones de 1996 puso a hombres de su confianza al frente de las principales empresas para pilotar los procesos de privatización. El problema surgió cuando, una vez completadas las privatizaciones, muchos optaron por quedarse en sus cargos, o fueron relevados por directivos afines al Gobierno.
Así que, cuando José Luis Rodríguez Zapatero ganó las elecciones de marzo de 2004, se produjo un maremoto en casi todas las empresas privatizadas. El registro de visitas de la Oficina Económica de la Presidencia, regentada por el entonces todopoderoso Miguel Sebastián, tenía más pendiente a los presidentes de las compañías que los balances de sus empresas.
El Gobierno comenzó a colocar sus peones en las empresas con capital público, como Luis Atienza (REE) o Petra Mateos (Hispasat). Y luego entró en las cocinas de las privatizadas. Una de las primeras víctimas fue Alfonso Cortina, el presidente de Repsol. Luego llegarían el intento de asalto al BBVA de Francisco González, con Juan Abelló y Luis del Rivero como muñidores, y el de Endesa, para derribar a Francisco Pizarro.
En ese escenario, todo apuntaba a que Alierta no continuaría al frente de Telefónica. Los confidenciales y los tertulianos rivalizaban en poner fecha a su dimisión y el nombre de su sucesor, en el que casi todos coincidían: Amparo Moraleda, la presidenta de IBM. El peor momento para Alierta fue el 5 de julio de 2005. Zapatero presentó en el Palacio de la Moncloa Ingenio 2010, el programa estrella de Investigación (I+D+i) del Gobierno. A la cita habían sido convocados todos los presidentes de las grandes compañías, y no faltó ninguno. Al término de su discurso, Zapatero tomó del brazo a Moraleda y recorrió una exposición montada en los jardines del palacio. El gesto fue interpretado como que Alierta tenía los días contados.
Dos años después, Moraleda sigue en IBM y Alierta en Telefónica. El presidente ha sabido acallar las ansias de cambio de los visitadores de La Moncloa con hábiles maniobras, como la creación de un Consejo de Catalunya, o nombramientos como el del ex ministro Narcís Serra como vicepresidente de la filial chilena, la constitución de consejos autonómicos y el apoyo financiero o publicitario a todo tipo de proyectos institucionales. Y lo ha hecho sin llamar la atención, sin reclamaciones estridentes al Gobierno, sin ni siquiera pedirle que le eche una mano para que le quite la multa de 152 millones impuesta por la Comisión Europea. La prudencia en ese terreno pantanoso le ha salvado de los idus de marzo monclovitas que acabaron con Cortina o Pizarro, mientras que el paso firme que ha empleado en la moqueta de los despachos donde se cierran los negocios le han aupado como empresario de moda.
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