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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El pulso escrito

Manuel Rico

A veces, la poesía construye un espacio de intersección en el que la naturaleza se relaciona con lo imaginario a través de la palabra. Un espacio con sentido, aunque a veces se aleje de la lógica convencional y en otras se acerque a ella. Y con emoción: estética y sentimental. Es lo que se advierte en la obra de Luis Suñén (Madrid, 1951), cuya larga y concentrada trayectoria -cinco libros en más de 25 años-, es una muestra de coherencia, de fidelidad a unas claves que ya estaban en sus primeros poemas. En El que oye llover, su poesía reunida, nos ofrece el fruto de esa trayectoria, iniciada con El lugar del aire (1981), y concluida, provisionalmente, con Las manchas de la luna (1998-2006), inédito e incluido en la recopilación.

EL QUE OYE LLOVER. 1978-2006

Luis Suñén

Dilema. Madrid, 2007

253 páginas. 15,60 euros

En la estela de lo que en la década de los ochenta se vino a denominar conceptualismo (Sánchez Robayna, Cataño, Eugenio Padorno, el Valente último), Suñén practica una lírica despojada, sostenida en el verso corto, que juega con la tensión de lo imprevisto y en apariencia irracional, de dicción a veces entrecortada, en permanente juego con el silencio y con la música (con sus ecos). Es una poesía de objetos, de imágenes en fuga, de destellos, de estados de ánimo, de miradas ("sólo miente el ojo / cuando quiere") volcada en una indagación que oscila entre lo existencial ("Fuera de ti, que eres / el horror / no hay salvación") y la búsqueda de sentido mediante tanteos o aproximaciones de lenguaje que desvelan la existencia como desnuda perduración del ser frente al tiempo histórico: "Que vuelvan dos palabras: / sólo ser. Como la luz / a un mar en calma". Es lo que, en el prólogo, Esperanza López Parada denomina "procesos de especulación y análisis". Ese análisis de la poesía de Suñén es válido, sobre todo, para sus tres primeros libros (El lugar del aire, Mundo y sí y El ojo de Dios). Lo es menos cuando nos acercamos a Vida de poeta (1998) y cuando leemos Las manchas de la luna. En una y otros se advierte, incluso en los mementos menos racionales, una poesía más emotiva, más próxima a las lindes de lo cotidiano, alimentada por la conciencia de las pérdidas y por la indagación en experiencias reconocibles. Poemas como Camden, Lo que dice la tarde o Drama doméstico (una evocación del final del verano), de Vida de poeta, o Futuro probable, Poesía sois vosotros o Años, de su último poemario, son muestras de esa pulsión en la que la tendencia al hermetismo pierde terreno en favor de una lírica más humanizada. Se trata de una evolución también formal: la dicción se suaviza, gana en ritmo (ecos de Claudio Rodríguez: "¿Dónde / el vuelo, quien me lleva / hacia el mundo, qué / me para y me empuja?") incluso en los poemas más breves y el sujeto medita, con cierto escepticismo, sobre los efectos del tiempo, sobre el sentido de la existencia y sobre los días perdidos. De esa evolución dan cuenta unos versos del poema My fauvorite things: "El arte a veces se equivoca / y toca el corazón / con mano dulce".

El que oye llover muestra a un poeta semioculto que comenzó a escribir en la línea más esencialista de la reacción que, en la década de los ochenta, se produjo frente a los excesos culturalistas de los novísimos, cuya obra ha crecido con mesura y sin alardes y que, de manera sutil y sin perder su vocación indagatoria, ha derivado hacia un lírica más emocionada y próxima.

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