Galería de antimodernos e irracionales
El filósofo argentino Juan José Sebrelli (1930) propone en El olvido de la razón un vistazo retrospectivo a algunos de los personajes e iconos de la filosofía contemporánea europea para llamar la atención sobre su irracionalismo y antimodernidad. Los representantes más conspicuos de la denominada "posmodernidad" -alemanes y franceses, sobre todo- tendieron a alejarse de los ideales humanistas, universalistas y racionales típicos de la Ilustración para propalar teorías a menudo imbuidas del más hondo oscurantismo, despreciadoras del progreso humano, descreídas de la ética y el buen actuar responsable de los individuos, pesimistas a ultranza y favorables a ominosos determinismos.
EL OLVIDO DE LA RAZÓN. Un recorrido crítico por la filosofía contemporánea
Juan José Sebrelli
Debate. Barcelona, 2007
438 páginas. 20,90 euros
Arthur Schopenhauer, con su descubrimiento de la voluntad irracional como dominadora del mundo y la razón cual instrumento esclavo y secundario en el ser humano, y Nietzsche, con su relativismo moral y el esteticismo, la inexistencia de la verdad objetiva y las quimeras sobre el superhombre, fueron los iniciadores de corrientes de pensamiento dominantes en el siglo XX y que han tenido variados adeptos. También Dostoievski y Freud, a pesar de no ser filósofos, fueron esenciales en la propagación del antirracionalismo; así, el ruso, con sus novelas metafísicas, cautivó con argumentos sobre el sinsentido de la vida y el nihilismo, mientras que el padre del psicoanálisis, aunque animado por intenciones científicas y racionales en apariencia, fundó una extensa escuela de acólitos, charlatanes y seudocientíficos cuyos desvaríos llegan a nuestros días. Por ellos el psicoanálisis ha terminado siendo cualquier cosa menos una terapia de curación y sí una peligrosa lanzadera de patrañas. Sebrelli arremete contra sus más conspicuos representantes, desde el iluminado Jung hasta el estrambótico Lacan, sin olvidarse de la ambigua Anna Freud ni de su amiga la princesa Marie Bonaparte, enemigas acérrimas de la liberación de la mujer.
Con contundencia desmitifi
ca Sebrelli la filosofía de Heidegger -en realidad, su idiolecto enrevesado dice poca cosa de sustancia- y profundiza en sus evidentes conexiones con el nazismo: el pensador del olvido del ser fue un nazi teórico, desencantado al no haber tenido más protagonismo en la construcción del Reich ideal. La filosofía de Heidegger, sepultada en Alemania tras la guerra, fue rescatada por el esnobismo intelectual francés en los cincuenta. Y tras Heidegger o a la par que él llegaron los estructuralistas franceses: el antropólogo y etnólogo Lévi-Strauss inició la moda de denostar la civilización occidental: todo es malo y está podrido en Occidente; a cambio, deben preservarse otras culturas vírgenes de las que tanto aprender; se trata de sociedades primitivas sin historia, "colectivos" sin sujeto, con sus mitos y símbolos poetizadores de la realidad, tan válidos como nuestros más celebrados sistemas de pensamiento. De Strauss proviene asimismo la idea posmoderna de la negación de la evolución histórica, según la cual carece de sentido el hecho de que cada generación trabaje y prepare el futuro de las venideras: "Me es indiferente que el hombre mejore o no", afirmaba. Antihumanismo, antiuniversalismo, pesimismo cultural, relativismo moral, todo ello generado por el denominado "estructuralismo", alcanzará estadios inauditos con el "posestructuralismo" de Georges Bataille. Éste, defensor de Sade como transgresor y liberador de instintos, se dejó fascinar por las figuras de Hitler y Mussolini, por asesinos y locos; y, junto al surrealista André Breton, proclamó que la locura clínica no era "enfermedad" sino un modo de rebelión del individuo contra la sociedad represora. Deleuze, Althusser, Derrida, la French Theory colándose en las universidades norteamericanas y la obsesión por lo "políticamente correcto" y el multiculturalismo como consecuencias son objeto asimismo de la aversión de Sebrelli; lo mismo que la endiablada obra de Lacan y su vida de gurú cínico, propugnando a gritos que se enviase a sus pacientes al asilo pues su psicoanálisis no curaba. También hay un apartado muy crítico dedicado a Michael Foucault, el acusador de que la Ilustración reprime y que la locura es una forma de plenitud.
Todos estos pensadores, seudoescritores semidementes, fueron figuras sacralizadas a lo largo del siglo XX que contaron con fanáticos seguidores. Sebrelli nos los muestra hoy como antaño lo haría un orgulloso director de circo con su cabina de los horrores: el lector los mira deprisa, con vergüenza y preguntándose: "¿Será verdad todo esto?". No es extraño que ante semejante galería de monstruos, el pasado y el presente muestren tintes intelectuales tan caóticos.
Ya el sagaz Heinrich Heine
anotó un pensamiento profético: "Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico pueden destruir toda una civilización". El pensamiento, la filosofía dominante en una época determinada nunca son inocentes ni ajenos a los avatares políticos; ¿será capaz nuestro tiempo de retornar a una manera de pensar certera y adecuada a las exigencias de nuestra sociedad? Sebrelli dedica unas cuantas páginas al final de su libro a insuflar esperanza en este sentido: hay otros pensadores de verdad "alternativos" con respecto a los propugnadores de sinrazón; son quienes aún no han descreído de los ideales por los que se afanaba la Ilustración: libertad, autonomía, igualdad, fe en el progreso y en el futuro de una Humanidad que será capaz de vivir en paz algún día y no precisamente gracias a su dependencia de utopías ni ideologías que voceen la "salvación".
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