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El papel del Rey en las cumbres iberoamericanas

Juan Carlos I es el único mandatario que ha asistido a todas las cumbres iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno desde que, por primera vez en la historia, en 1991, se reunieron los máximos representantes de la Comunidad Iberoamericana de Naciones en la ciudad mexicana de Guadalajara. Detrás de esta constatación objetiva se hallan sustanciales razones de fondo.

El fin de la Guerra Fría facilitó el acceso a sistemas democráticos de muchas sociedades iberoamericanas que luchaban por superar regímenes dictatoriales o autoritarios. Los inconvenientes estructurales que habían venido impidiendo tradicionalmente la articulación coherente, democrática, solidaria e igualitaria de un espacio iberoamericano desaparecieron, en términos históricos, de manera prácticamente coetánea.

Así fue posible, sin tutelas o aquiescencias, pensar y hacer efectivos marcos de vinculación multilateral orientados a la promoción de la concertación política y diplomática y a la cooperación entre los países iberoamericanos. La casi total sintonía democrática de nuestros países hacía que, ante todo, pudieran reconocerse en sus principios y valores compartidos.

Juan Carlos de Borbón, que aportaba una básica y fundamental convicción democrática, resultó ser el conductor histórico adecuado en la marcha de España hacia una democracia plena. La transición democrática española, calificada por amplios sectores académicos y sociales como modélica, comenzó a ser fuente de inspiración para los países iberoamericanos que se veían a sí mismos en similares coyunturas políticas e históricas. El Rey, jefe de Estado de una nación hermana y europea, representaba en Iberoamérica ya, antes que nada, un símbolo de compromiso democrático, de libertad, y de amistad. En más de una ocasión, su presencia sirvió de apoyo a la recuperación democrática de los países de la región.

Es en este contexto histórico que, en gran parte por iniciativa del Rey y con su impulso y apoyo, se pone en marcha el proyecto de articular sobre la base de las afinidades históricas, lingüísticas, culturales, de crecientes intereses económicos y flujos migratorios, y a partir de los principios irrenunciables del Estado de Derecho, una Comunidad Iberoamericana de Naciones. Un espacio en el que tuvieran cabida los países de lenguas española y portuguesa de América y Europa, y que encontraría su máxima expresión política y diplomática multilateral en la Conferencia Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que, desde 1991, viene reuniéndose con periodicidad anual.

La Comunidad Iberoamericana, articulada en torno a un sistema de cumbres y de múltiples esquemas de cooperación y concertación, responde a una voluntad de composición actualizada de un espacio político que, enraizado en un pasado compartido, aspira a devenir una auténtica comunidad lingüística y cultural, con absoluto respeto a las variadas identidades nacionales y sus respectivas diversidades.

Ha sido afortunado que una de las personalidades fundamentales que han impulsado la articulación democrática y solidaria de tal espacio haya sido don Juan Carlos. La Corona de España ha pasado a ser, de este modo, una institución iberoamericana. Por su parte, el príncipe de Asturias lleva años adentrándose en el conocimiento profundo de la realidad de nuestros 22 países, asiste a las tomas de posesión de los presidentes iberoamericanos, y toma contacto en cada ocasión posible con la realidad y las aspiraciones de nuestra región.

La dimensión iberoamericana, en sus múltiples aspectos, constituye un pilar esencial de la proyección internacional de nuestros países, de su propio ser histórico y nacional. Hace dos años, en 2005, coincidiendo precisamente con el trigésimo aniversario de la proclamación del rey Juan Carlos, la Cumbre Iberoamericana de Salamanca, que puso en marcha la Secretaría General Iberoamericana, marcó un momento de renovación para el impulso de una Comunidad Iberoamericana cohesionada y presente en el mundo.

Un año después, los máximos mandatarios se dieron cita nuevamente, esta vez en Montevideo (Uruguay), para, en el contexto de la XVI Cumbre Iberoamericana y entre diversos asuntos, abordar los difíciles problemas de las migraciones y el desarrollo. Una vez más, las cumbres demostraron servir para la mejor concertación política y diplomática entre nuestras sociedades.

De las 16 cumbres iberoamericanas a las que he asistido conservo abundantes y entrañables recuerdos de cómo los reyes de España, con su cordial actitud, simpatía, profesionalidad y firme voluntad de que las cosas salgan adelante, han colaborado en el avance de este concepto de solidaridad, igualdad y desarrollo que es el proyecto iberoamericano.

A primeros de noviembre tendrá lugar en Santiago de Chile la decimoséptima cumbre, dedicada a la cohesión social, tratada ésta en sus múltiples dimensiones: educación, reforma fiscal, políticas sociales o promoción de las comunidades indígenas y afrodescendientes. Son éstos temas y políticas de proximidad a los ciudadanos que nos procuran un futuro mejor como individuos y como pueblos.

El Rey, como "buque insignia de la Comunidad Iberoamericana", en expresión del ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, prestará, un año más, un servicio de entrega, apoyo y confianza a la Comunidad Iberoamericana de Naciones, de la que España es parte.

Es de justicia expresarle nuestro reconocimiento y gratitud por esta tarea ilusionada.

Enrique V. Iglesias es secretario general iberoamericano.

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