AL: democracia con extrema desigualdad
Los cambios económicos se suceden en algunos países de América Latina (AL). Los costarricenses votaron ayer en un referéndum inédito en la región, con pronóstico dividido, sobre si quieren un tratado de libre comercio con EE UU, lo que sugiere que los antecedentes no han dado beneficios nítidos para las poblaciones, como se esperaba del librecambismo teórico. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, nada más ganar las elecciones para formar una Asamblea Constituyente, ha tomado una medida revolucionaria: el Estado se quedará con el 99% de las ganancias por los ingresos extraordinarios que las empresas petroleras perciben de las subidas en el precio del crudo, lo que afecta no sólo a los resultados de esas compañías, sino a la seguridad jurídica de los contratos. Correa sigue la estela de Hugo Chávez y Evo Morales.
Hace unos meses, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, reveló una conversación con el presidente venezolano, en la que Chávez le dijo: "Yo no soy la causa, sino la consecuencia" [de lo que está pasando]. Cualquier análisis que se haga ha de tener en cuenta tres realidades geopolíticas, que se dan al mismo tiempo en la zona: democracia, pobreza y extrema desigualdad. Con la excepción de Cuba, las reglas e instituciones son ahora básicamente similares a las del resto de las democracias (sin discutir en este momento los aspectos relacionados con su calidad); sólo los países agrupados en la OCDE comparten este rasgo. Se trata de un avance histórico en una región martirizada por los golpes de Estado militares.
La segunda realidad es lacerante: en 15 de los países de la zona, más del 25% de su población vive bajo la línea de la pobreza y en siete de ellos, más de la mitad de los ciudadanos está en esas condiciones. Aunque en los últimos años se ha reducido el porcentaje de quienes son extremadamente pobres, ese ritmo desciende con demasiada lentitud como para hacer visibles sus consecuencias sobre el bienestar de la gente. En todos los sondeos aparece un porcentaje muy alto de ciudadanos que prefieren un régimen político que asegure su economía, aunque éste no sea una democracia.
La tercera realidad es la más escandalosa. AL es la zona más desigual del planeta, y ello ocurre no porque los pobres sean más pobres que los de otros lugares, sino porque los ricos son más ricos (y ostentosos) que en ninguna otra parte, lo que da prioridad a las políticas relacionadas con la distribución de la renta y la riqueza, y la necesidad de reformas fiscales que hagan pagar impuestos a quienes más tienen. En ese caldo de cultivo se enmarcan las medidas tomadas por los presidentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador, muy populares entre sus poblaciones más allá de los efectos finales que obtengan en la solución de la pobreza y la extrema desigualdad.
Estos asuntos son los que debatirán dentro de pocas semanas los jefes de Estado y de Gobierno, reunidos en Santiago de Chile en una Cumbre Iberoamericana más, dedicada monográficamente a la cohesión social de la región. Veamos algunos indicadores recientes, sacados de un informe elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que compara datos de los años 2004 y 1990: la esperanza de vida al nacer llegaba en 2004 a los 73 años (68 años en 1990); la tasa de mortalidad infantil (número de menores de un año fallecidos por cada mil nacimientos) había descendido a 25 desde 42; el acceso al agua potable llegó al 89,3% desde el 82,6%; el acceso a la educación primaria alcanzaba al 93,3% de los niños frente al 86,8%; el acceso a la secundaria se situaba ese año en el 64,1% frente al 30%. En 2006 quedaban 205 millones de pobres en la región, 79 millones de los cuales estaban, además, en la indigencia.
Lo significativo de estas formas de medición social son las tendencias y su velocidad de transformación. Es un error considerar estática la situación de América Latina, como a menudo se hace.
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