El Dorado
Rosario Guerrero, La Tremendita, hija de José el Tremendo, figura destacada de la última hornada de artistas flamencos cuyo sólo nombre ya da alegría, nos deslumbró la otra noche con su cante delicado y seguro. También con su simpatía, pues ha de tenerla para venirse con Salvador Gutiérrez, su guitarrista, desde Sevilla, desde su barrio de Triana, sólo para cantarles a los 70 aficionados reunidos en ese sitio del Eixample un poco desangelado, todavía poco vivido, que es la sala de actos del centro cívico Parc Sandaru, en la calle de Buenaventura Muñoz, esquina con Nápoles, donde tiene su sede la flamante Sociedad Flamenca Barcelonesa El Dorado, a la que he venido a saludar en estos párrafos.
¡Qué arte tuvo anoche Rosario la Tremendita! Sin embargo, había comenzado (con una zambra de la Paquera de Jerez) un poco vacilante e insegura, y hasta con la voz turbia, ella que tan clara la tiene; es que le estorbaba el micro caidizo, y los altavoces, que son correctos para un acto social de un centro cívico pero no para un concierto, arrojaban un sonido crepitante y empastado. Rosario se sometió a estas circunstancias durante las alegrías (están en Youtube), triritri ti ti tran, tran, tran, pero ya en seguida se cansó, apartó el micro y diciendo: "Lo mejor será que nos acerquemos y tengamos el recital más cercano", siguió a pura voz con cantes de Levante, con peteneras, con bulerías, un poco por tangos... y en homenaje a Marchena cantó también la "milonga de Juan Simón". Rosario es una cantaora de voz fina y bien afinada, delicada y rigurosa, y segura con el compás, en sintonía siempre con la guitarra, sin atravesarse con ella; controla y se mide, por eso nos hizo gracia que declarase que esa famosa milonga tenebrista (al sepulturero le toca enterrar a su propia hija, tarea que cumple como buen profesional, pero de paso entierra también su corazón partío) le costó seis años aprenderla a cantar, porque "es tan triste que cada vez que lo intentaba me echaba a llorar. Pero me encanta, y dentro del drama lo vamos a pasar lo mejor posible...".
Lo pasamos... ¿cómo íbamos a pasarlo? A Rosario le encanta esa milonga, y a mí me encanta Rosario y todo lo que cante con su voz deliciosa, su gracia juvenil y entrega, y me encanta especialmente que haya dado el concierto inaugural de El Dorado, en Barcelona, ciudad que tan desprovista está, por razones diversas en las que ahora no me detendré, de oferta en este capítulo excepcional del arte.
Esa oferta se reduce, hasta ahora, a algunos festivales y a la programación de algún local como el Jazz Sí, en la calle de Requesens, que los viernes a primera hora de la noche suele programar recitales de flamenco, y por cierto que el local se llena de público joven. Es un sitio, de todas formas, de dimensiones reducidas y no muy confortable, pero la entrada cuesta cinco euros y por allí han pasado y siguen pasando todos los que hacen flamenco en Barcelona. El tablao del Cordobés, en La Rambla, donde antes tenía sus reales un cabaret, está dirigido al turisteo, pero suele ofrecer espectáculos de calidad y de vez en cuando salta la sorpresa de que aparece sobre el tablado una figura inesperada; el otro día, por ejemplo, se dejó caer por allí Rocío Molina, fiera reconsagrada de veintipocos años, que estuvo haciendo tablao puro y duro como una bailaora más del cuadro flamenco. Para convencer a esta figura de algo así hay que tener algo que ofrecerle, desde luego.
Además de estos locales y algún otro que yo no piso desde hace ya muchos años, se celebran en Barcelona dos grandes festivales anuales, ambos durante el mes de mayo, y con una diferencia de una semana. El del Taller de Música de Ciutat Vella lleva casi 15 ediciones; el de Nou Barris es más joven, empezó su andadura en el año 2000. Por supuesto que está también el Festival de la Mina, organizado por las comunidades gitanas y estrictamente dedicado al flamenco gitano, de entrada gratuita, y el de Cajamadrid, que organiza Antonio Benamargo y se celebra desde el martes al sábado de la primera semana de abril, cuesta dos euros la entrada, no se anuncia en ningún lado, pero aun así está de bote en bote...
Están también las peñas y las tertulias flamencas del extrarradio, más que meritorias aunque a menudo algo herméticas, muchas veces formadas por viejos aficionados y buenos conocedores del valioso percal, y algunas muy activas, como la de Badalona, la de Cerdanyola, la de Manlleu...
Este panorama fragmentado del mundo intenso y plural del flamenco se enriquece ahora con las conferencias, recitales, tertulias, que ha programado para su primer trimestre de vida la Sociedad El Dorado. Hay que mencionar aquí a Carles Martí, que fue regidor de Cultura del Ayuntamiento y ayudó a que naciese la nueva entidad: en los festivales y locales que acabamos de enumerar (alguno me he dejado en el tintero) se encontraron y se fueron organizando algunos de los que serían los cincuenta socios fundadores: entre ellos, el arquitecto Pedro Barragán (padre del guitarrista del mismo nombre que esta tarde acompaña a Gema Cabellero en el centro cívico La Salut); Josep Ache, periodista en el Diario de Sabadell y director, desde hace 10 años, del festival flamenco de esa ciudad; la comisaria de arte Amanda Cuesta; el sociólogo Héctor Sin, etcétera.
Gentes de todas clases, edades, profesiones y culturas, con el entusiasmo necesario para reunir fuerzas en favor del arte: algo verdaderamente admirable y raro. Con todos ellos nos veremos muy pronto en las más felices circunstancias, para las que ya voy entrando en calor escuchando una y otra vez la rondeña del disco de Miguel Ochando, joven guitarrista de maneras clásicas y antiguas al que recibiremos en El Dorado el próximo mes...
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