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Crítica:EL CANON CATALÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un Montaigne del Ampurdán

Andrés Trapiello

El quadern gris (El cuaderno gris) es un libro misterioso. Claro que algunos puede que ni siquiera lo consideren un libro, tratándose de un diario. Los diarios tienen mala prensa. Hace tan sólo un par de semanas, Eduardo Mendoza escribía en este mismo periódico a propósito de los libreros y la inestimable ayuda que pueden prestar con sus consejos al lector desavisado para que éste no caiga "en las arenas movedizas de la novela histórica, o sea engullido por la boa de la literatura del yo o picado por la tarántula del esperpento disfrazado de nazi para todo". Creo sinceramente que Mendoza estaba siendo muy generoso colocando a los que se dedican a hablar de sí mismos entre la delincuencia literaria de los codigodavincianos y de los... La verdad es que no logra uno adivinar quién está detrás de "la tarántula del esperpento disfrazado de nazi para todo", pero no suena nada bien. Su generosidad es no obstante, y en mi opinión, un tanto espumosa y sin contraste porque esa clase de libros en los que un escritor habla de sí mismo ni siquiera suelen llegar a las librerías. Y, para decirlo todo de una vez, tampoco sabemos qué puñetas (la expresión es planiana) quiere decir eso de "literatura del yo". "Yo soy la materia de mi libro", leemos en el prólogo de los Ensayos de Montaigne. ¿Son, pues, esos ensayos "literatura del yo"? Montaigne es, por cierto, el único escritor del que se habla sin ninguna reserva en este El quadern gris.

3EL QUADERN GRIS

Josep Pla

La primera edición apareció con el sello de Destino en 1956, en cuyo catálogo también se encuentra la traducción castellana. El gerundense Josep Pla (Palafrugell, 1897-Mas Pla de Llofriu, 1981) es uno de los patriarcas más controvertidos (y citados) de las letras catalanas. Gracias al marcaje de su editor y amigo Josep Vergés, su obra completa ocupa la friolera de 45 volúmenes, consagrados en su mayoría a la prosa periodística, las memorias y una visión personalísima del ensayo.

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Pero El quadern gris es interesante también por las cuestiones morales que plantea, al margen de su llamativa calidad literaria. Veamos. Se publicó por primera vez en 1966 como pórtico de sus obras completas, cuando Pla era un sexagenario. Buscó para ello un libro del que nadie hasta entonces había oído hablar. Estaba inédito. Se trataba de un diario de los años 1918 y 1919, cuando el escritor contaba veinte. Se publicó, claro, en catalán y causó sensación y entusiasmo, pero no indescriptibles. Diez años después apareció en castellano en una gran traducción de Dionisio Ridruejo y su mujer Gloria de Ros. La indiferencia con la que se recibió en esa ocasión fue sin embargo perfectamente descriptible: se vieron ejemplares de esa edición en todas las librerías hasta mediados de los ochenta (como quien dice ayer), para desesperación de los libreros que lejos de disuadir a los compradores trataban de que se los llevasen para quitárselos de encima.

El rapto de entusiasmo que levantó aquella lectura en quienes teníamos más o menos la misma edad que Pla cuando se suponía que éste lo escribió, sólo fue proporcional a la perplejidad, el deslumbramiento y la envidia: ¿cómo era posible que un muchacho de veinte años hubiese escrito una obra de aquella milagrosa sencillez? Era además un libro de nada, quiero decir, de la vida corriente y gris de Palafrugell, Llofriu y Barcelona. En cuanto a su autor no sólo alternaba con las señoritas de los burdeles, sino que era capaz de citar a Dante en su lengua original, y aun al mismo conde de Gobineau, hecho este último que parecía de un insuperable y exquisito esnobismo, casi wildeano. Cierto que su maestría para encontrar el adjetivo adecuado era insuperable ("quesos insípidos y adocenados"), pero a los libros no les hacen los adjetivos.

Algún tiempo después se supo que todo había sido una mixtificación de Pla, interesado en que la primera piedra del mausoleo que son unas obras completas fuese berroqueña, a prueba de siglos, pero al mismo tiempo, airosa y transitable, una mezcla de cimiento y de puerta, de pirámide y de arco de triunfo. Y había fabricado esa formidable biblia ampurdanesa saltándose de modo poco considerado todos los pactos autobiográficos y demás ordenanzas de la BRDR (Brigada Represiva de Diaristas Réprobos). No era más que el libro de un viejo que había vivido y viajado por medio mundo y conocido de cerca dos guerras mundiales y una civil, disfrazado con sus antiguas levitas juveniles. Cuando se conoció la impostura, barruntada ya en vida de Pla, se armó un pequeño revuelo, incomprensible e inútil, porque esa verdad tampoco explica ni la naturaleza del quadern ni su excelencia.

¿Y por qué es tan bueno? En

parte por su argumento, al alcance de cualquiera. Pocos vienen a este mundo para ser protagonistas de La cartuja de Parma o Guerra y paz, pero todos llevamos encima nuestro cuaderno gris particular. ¿Con qué argumento? Cualquier vida, si no es absurda, tiene uno. El de este libro es la vida del autor y la de unos cuantos amigos, conocidos y saludados suyos, así como un considerable número de estampas minuciosas, de paisajes locales y guisos de la región. Nada extraordinario. Lo insólito es el tono humorístico y fino de Pla, su retranca, y esa prosa envolvente y persuasiva que parece nueva, un híbrido de Baroja y Azorín, con una pizca de Xènius y de seny. Su comienzo no puede ser más barojiano: "Decido empezar este diario. Escribiré lo justo para pasar el rato". Al final nadie escribe setecientas páginas para pasar el rato, pero siempre es más tolerable afectar naturalidad, y más simpático, que lo contrario, que la solemnidad en cualquiera de sus versiones. Incluso cuando dice: "No estoy bien en ninguna parte, voy por el mundo como una sombra errante". Tenía al escribir eso, ya digo, veinte años, y apenas había salido de su pueblo, pero todo hombre tiene derecho a una metáfora, y por otra parte Pla no llegó a estar lo que se dice mal en ningún sitio, porque tampoco le pidió demasiado a la vida. Ni a los lectores, que cuando quieren darse cuenta han sido engullidos por la boa de las pequeñas historias de un hombre que probablemente fue un impostor también cuando declaraba que estaba de vuelta ya de todo. Si uno se toma las molestias que él se toma para hablar de un niu con patatas, tripas de bacalao, un pichón y alioli, es porque espera de esta vida proposiciones muy ventajosas.

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