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Columna
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Contagio

Enrique Gil Calvo

La recta final de la legislatura se está calentando a ojos vistas. Para invadir la agenda política, el Gobierno está poniendo sobre el tapete una cascada de medidas sociales adoptadas de improviso y con cierto desaliño que parecen tan imprudentes como precipitadas: cheque-natal, reciclaje ampliado del plan de alquiler de la anterior ministra de la Vivienda, universalización de las guarderías, y así sucesivamente hasta el próximo marzo, pues a este paso ni se sabe lo que todavía nos espera. Un espasmódico plan de choque que parece falto de suficiente evaluación previa, por lo que inmediatamente ha sido tachado de maniobra electoralista. Tanto es así que podría sospecharse una deliberada intención, por parte del Gobierno, de lanzar sus globos sonda con premeditada chapucería con el propósito de crear polémica, a fin de ocupar el escenario mediático durante días y días.

Pero esta fiebre preelectoral no afecta sólo al Gobierno, pues a sus rivales también les está subiendo la temperatura hasta rozar el delirio. Así ocurre en los escenarios catalán y vasco, donde esta semana hubo debate de política general, dando ocasión a los líderes nacionalistas a extremar el soberanismo de sus reclamaciones con un horizonte a futuro identificado con el referéndum de autodeterminación, eufemísticamente llamado "consulta popular". Carod lo anuncia para el tricentenario de la caída de Cataluña, Mas lo reclama para cuando el Tribunal Constitucional pode o ampute el reformado Estatut y el lehendakari Ibarretxe lo esgrime como amenaza para forzar al Gobierno central a negociar un pacto político de normalización a fecha fija.

¿Por qué se contagia ahora la fiebre preelectoral? Según tiene por costumbre, el Partido Popular le echa todas las culpas a Zapatero, al que achaca una extrema debilidad de la que se aprovechan los nacionalistas para apretarle las tuercas todo lo que puedan antes de que pierda el poder. Por eso esta recta final de precampaña proporcionaría la última oportunidad para ampliar el autogobierno en clave confederal antes del retorno del PP. Pero si esta hipótesis del ahora o nunca tiene visos de realidad no es tanto por la debilidad de Zapatero como por la irreconciliable división que separa al PSOE y el PP, proporcionando la mejor ocasión al soberanismo para sacar tajada política.

¿Pero se trata sólo de fiebre preelectoral? Es verdad que todos se están poniendo muy nerviosos, pues las expectativas demoscópicas les anuncian una fuerte hemorragia de votos vía abstención. De ahí esa serie de luchas internas que se están abriendo en las distintas formaciones: segunda guerra del fútbol digital dentro del PSOE, pelea en el PP por la sucesión de Rajoy entre Aguirre y Ruiz-Gallardón con Rato al fondo, mutua dimisión pactada entre Imaz y Egibar en el PNV, divorcio a la catalana entre Artur Mas y Duran Lleida, nuevo cuestionamiento de Llamazares al frente de la izquierda desunida... Todo esto es verdad, pero aún hay algo más, pues lo que se está contagiando no es sólo el nerviosismo preelectoral sino la estrategia de la polarización, que tanto éxito le ha dado al sector radical del PP para cohesionar a sus bases electorales y fidelizar su voto inmunizándolas contra la abstención.

Una polarización que hasta ahora sólo buscaba la derecha española, pero que a partir de ahora también van a esgrimir contra el Gobierno central las derechas nacionalistas, PNV y CiU, a fin de movilizar a sus bases electorales para evitar tanto su potencial abstención, ya constatada en las urnas (referéndum catalán, últimos comicios locales), como su posible volatilidad hacia el voto útil, que podría desplazarse hacia el PSOE por temor al PP. Así lo expresó Artur Mas en el debate catalán de política general, cuando declaró caducada la línea divisoria entre derecha e izquierda y proclamó como único eje de debate la confrontación con el Estado central, a partir de la polarización entre catalanistas y sucursalistas. Y eso es también lo que implica el ultimátum de Ibarretxe para forzar al Gobierno a pactar, a fin de polarizar al electorado vasco para fijar y fidelizar el voto de sus bases.

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