¿Qué esconde un tipo raro?
Seguro que en más de una ocasión ha pensado: ¡Pero qué rara es esta persona! Y si se trata de un adolescente: ¡Ay, cosas de la edad! Ignoramos que a menudo la gente insoportable o que nos causa sufrimiento suele actuar sin controlar sus actos. Posible diagnóstico: trastorno de la personalidad.
¿Cómo distinguir un problema pasajero de otro de salud mental? Éste es el quid de la cuestión que el psiquiatra José Carlos Fuertes Rocañín se plantea en ¿Qué me pasa, doctor? (Debolsillo, 2007).
Según este autor, la enfermedad mental sigue siendo una gran incomprendida: "Sufrimos el dolor del comportamiento injusto del otro porque ignoramos que tiene algún trastorno de la personalidad? Y sigue estando estigmatizada. Por eso a veces banalizamos ciertas conductas y psiquiatrizamos otras". Una de las primeras características de estas enfermedades, añade, es la pérdida de la propia libertad: el ser humano no lleva el timón de su comportamiento. No puede elegir ni decidir por sí mismo, sino en función de "esas rarezas, manías, excentricidades, actitudes socialmente mal vistas?". Las rodeamos así de tabúes, prejuicios, temores y a menudo las condenamos a la incomprensión.
El 40% de las consultas de atención primaria está relacionado con algún proceso mental, según datos de la Unión Europea. Sólo el 5% se deriva al especialista. "Esto significa", explica el psiquiatra, "que muchos problemas están infradiagnosticados, que otros ni se sospechan y, naturalmente, no están tratados".
A veces, procesos tan graves como la esquizofrenia debutan con cambios bruscos de humor, suspicacia, aislamiento, tendencia a hablar a solas, cierto abandono en el aseo personal, ataques de ira? Son actitudes raras, que alteran las relaciones con los demás y generan un gran sufrimiento en el afectado. Pueden transcurrir dos años hasta que el paciente es llevado a consulta. Otro tanto sucede con determinados comportamientos en la difícil etapa de la adolescencia atribuibles a "cosas de la edad", así como considerar "imposibles, complicados e indómitos" a niños hipercinéticos "que no paran y resultan impertinentes". Con el trastorno obsesivo-compulsivo, el paciente, entre otros síntomas, es esclavo de numerosos rituales: lavarse repetidamente las manos, comprobar varias veces si ha cerrado la llave del gas, llevar sus propios cubiertos a un restaurante?
"También está", añade el doctor Fuertes Rocañín, "lo que llamamos patología dual, como ciertas psicosis o paranoias que son causa o consecuencia del consumo de drogas. En las paranoias aparecen trastornos delirantes, como celos o sentimientos de grandeza. Sus expresiones son desproporcionadas e incoherentes, pero reales para quienes las viven. La persona con celotipia ve motivos de celos en cualquier comportamiento de su pareja, y puede llegar a adoptar conductas peligrosas y violentas". Las neurosis se manifiestan con un estado permanente de ansiedad, tristeza, tensión, anticipación al futuro y sufrimiento intenso por cosas que no van a suceder.
Otra cosa es la falta de felicidad. Algo que no ha de confundirse con patología mental: "Una persona puede estar muy triste y tener la autoestima por los suelos si le están haciendo mobbing en el trabajo o si su pareja la ha abandonado. Este sufrimiento es normal. Como lo es el duelo tras la muerte de un ser querido. Eso no quiere decir que tengamos que buscar en la psiquiatría la solución a nuestros problemas que nos hacen infelices y nos causan dolor".
¿Dónde está entonces ese umbral que delimita lo normal y/o pasajero de lo patológico que requiere ayuda médica? No es nada fácil. De ahí que numerosas personas con problemas mentales, como la depresión, sufran en silencio. El especialista advierte de que, siempre que se pueda, hay que analizar la situación con serenidad y buscando las causas de ese malestar. Un problema humano, vital, no tiene por qué convertirse en un problema psiquiátrico.
No obstante, si en lo más profundo los humanos somos "pura química", y las emociones, como por extensión el placer y el dolor, se sustentan en unos circuitos neuroquímicos, tal vez encontremos cierta ayuda de la mano de profesionales, especialmente si el sufrimiento se perpetúa y altera notablemente el ritmo de una vida normal.
"La psicoterapia llevada por buenos profesionales, como psicólogos clínicos o psiquiatras, obra milagros", explica el autor de ¿Qué me pasa, doctor? "No significa que solucione nuestros problemas y responda al porqué de todas nuestras inquietudes. Pero nos ayuda a ver los problemas en su verdadera magnitud y a saber hacerles frente".
Este experto considera además que, en muchos casos, los psicofármacos pueden ayudar a restablecer esas pequeñas o grandes alteraciones neuroquímicas para sentirnos más fuertes y menos vulnerables. Además tienen un gran efecto sobre la normalización de los ritmos vitales alterados, especialmente en relación con los hábitos de alimentación y del sueño-vigilia.
El bálsamo para el dolor
Cuando la infelicidad no nos deja vivir 'sine die', incluso aunque existan causas objetivas externas, tal vez sea necesario acudir al médico para que nos ayude con fármacos suaves a conciliar el sueño, a controlar la fragilidad emocional, a que nos afecten menos las cosas e incluso a sentirnos más fuertes ante el problema real que nos causa tanto dolor, según el doctor Fuertes Rocañín. "En algunos casos", añade, "puede ser muy eficaz la ayuda mediante psicoterapia de un psicólogo clínico. Puede ayudarnos aportando recursos y herramientas que nosotros ignoramos o no sabemos ver".
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