Ladrillos rotos

Astroc y Llanera son dos torres gemelas cuyo derrumbe económico remacha el fin de la aceleración urbanística valenciana. Su caída es la persiana que echa el cierre a un modo de hacer negocios que fue de cero a cien sin pausas y que contagió a muchas economías familiares, cuyos bolsillos ahora empiezan a resentirse. El ciclo pasó como una exhalación, como si se tratara de tiempo geológico, sin embargo, en apenas unos años ha transformado sustancialmente, para bien y para mal, buena parte de la mentalidad de la sociedad valenciana. El territorio adquirió rango de recurso y, por tanto, se volvió escaso, consumible y codiciable, pero también más apreciado como patrimonio. Nos modificó el vocabulario y dio lugar a una nueva casta que ha tenido mayor capacidad de influencia que las oligarquías en su momento de esplendor. Y en esa aventura trepidante, que arruinó no pocos paisajes y convulsionó a las cajas de ahorros, algunos concejales y alcaldes rectos viajaron hasta el lado oscuro en BMW y se quedaron colgados de la cola del cometa para siempre. Sin embargo, la aceleración urbanística también tuvo otros efectos no tan negativos sobre la economía, puesto que se produjo en un momento en el que los sectores tradicionales empezaron a manifestar síntomas de agotamiento a causa de la globalización del mercado y la irrupción de productos asiáticos. Entonces, la promoción de viviendas no sólo amortiguó la caída que se estaba produciendo sino que espoleó a todos los sectores que arrastra esa locomotora y generalizó sus rentas entre la población. Esa locura también fue un síntoma de vitalidad de una sociedad en un momento de dificultades (otras no lo tuvieron y lo copiaron con posterioridad), así como una profunda lección de adaptabilidad social, que propició radicales cambios de oficio. El problema es que muchos industriales de los sectores denominados maduros, lejos de reinvertir los beneficios logrados a través del ladrillo en otros sectores emergentes y en investigación y desarrollo, se entregaron por completo a la adquisición de solares y al rentismo, cegando las posibilidades de continuidad de las empresas. El tejido industrial se ha resentido más si cabe en todos estos años, poniendo en grave riesgo el equilibrio de la diversidad económica que ha sustentado la vida de los valencianos en el último siglo. Ahora, la caída de la actividad de la construcción sitúa de nuevo a la economía valenciana ante su propio drama y convierte en más acuciantes sus retos.
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