Isozaki + Miralles = Palafolls
Leo en la prensa que se acaba de inaugurar una biblioteca pública diseñada por el célebre, y recientemente desaparecido, arquitecto catalán Enric Miralles... Y la biblioteca está en Palafolls. ¡Ya ha vuelto a armarla, Valentí!... Valentí Agustí, alcalde de Palafolls (Maresme), director del psiquiátrico de Calella y vecino de Barcelona, médico imaginativo y rabelesiano, con muchos intereses culturales y una tupida red de amigos y conocidos, ha dotado a ese pueblo con un polideportivo diseñado por Arata Isozaki y con otros equipamientos lúdicos y culturales también firmados por arquitectos estupendos, como un centro de arte y mediateca, una escuela de música y danza y unos pisos de protección social.
Creo que le presentaron a Isozaki en el restaurante japonés de la calle de Còrcega, que Valentí frecuenta desde siempre. Charlaron. Aquella noche el japonés estaba algo tristón porque el Ayuntamiento de Barcelona acababa de encargarle el Palau Sant Jordi de Montjuïc, y él había dibujado un edificio elegantísimo, pero los cálculos de los ingenieros detectaban dificultades técnicas insalvables para un edificio de tan grandes dimensiones. ¡Se veía obligado a renunciar a la elegante cubierta de doble curvatura!
-En Palafolls puede usted construirlo más pequeño y exactamente tal como usted lo ha ideado -le propuso el alcalde.
A Isozaki le pareció bien la idea, siempre y cuando Valentí se aviniese a compartir con él un pez globo, plato peligrosísimo, pues si no se cocina con muchísimo cuidado el pez segrega un veneno letal.
Sobrevivieron a la peligrosa delicia gastronómica, y ahora Palafolls cuenta con un polideportivo magnífico de Isozaki, que, como luego la biblioteca de Miralles y otros edificios singulares, se fue levantando al albur de los presupuestos municipales, y tardó unos años en completarse. Ahí están, tutti in fior.
No es extraño que Valentí Agustí (¡me gusta ese nombre, y cuadra con su sonrisa contagiosa!) haya vuelto a ganar por mayoría absoluta en las elecciones municipales del pasado mes de mayo, como viene haciendo en cada convocatoria desde hace 24 años. Es un hombre imaginativo y emprendedor. En alas de un optimismo inexplicable, él se lanza; a veces sus planes acaban en fiasco, pero forja otros y consigue resultados asombrosos.
La primera vez que oí su voz fue por la radio, con motivo del "escándalo de las farolas": aquellas farolas, entonces de diseño vanguardista, que el alcalde de Madrid Juan Barranco intentaba colocar en la plaza del Sol y calles adyacentes, encontraron tan enconada oposición en parte de la prensa y del vecindario que no le quedó más remedio que renunciar al proyecto y volver a las viejas farolas isabelinas. Lo estaba anunciando por la radio cuando recibió la llamada telefónica de Agustí: si a Madrid no le gustaban las farolas, Palafolls se ofrecía a comprárselas al Ayuntamiento -eso sí, tendría que ser a precio de amigos, de alcalde a alcalde-, puesto que en Palafolls el diseño moderno encantaba y precisamente había que renovar el alumbrado público.
-Pero oiga- objetaba el alcalde Barranco, algo desorientado y confuso-. Ese pueblo suyo... eeeh... Palafols... ¿de cuántos habitantes estamos hablando? Porque tenga en cuenta que son 500 farolas...
-Hombre, no necesitamos tantas, pero...
El pueblo tenía entonces 2.000 habitantes. Ahora son 8.500.
Al cabo de pocos años tuve el placer de conocerle en persona, cuando se presentó en Praga, justo después de la Revolución de Terciopelo, con el propósito de adquirir un autobús Skoda para cubrir el trayecto entre Palafolls y la playa... Entonces la Volkswagen aún no había comprado la marca checoslovaca y aquellos vehículos recios y fiables costaban cuatro duros. La compra del autobús iba a ser una contribución del pueblo de Palafolls al desarrollo de la incipiente democracia checoslovaca; y no una contribución insignificante, pues viendo el buen funcionamiento del autobús, miles de pueblos españoles seguirían el ejemplo.
Para abreviar los enojosos e interminables trámites burocráticos, Valentí solicitó audiencia del flamante presidente de la República, Vaclav Havel. Y mientras esperaba la respuesta del Castillo, me comentaba que había que bautizar el autobús, darle un nombre sugestivo; se le había ocurrido ponerle el título de alguna novela de Kundera, que estaba tan de moda. A Havel le resultaría simpático, ¿no? ¡Y a los vecinos del pueblo les encantaría ir a la playa en La insoportable levedad del ser.
Le informé de que Havel y Kundera "no se estaban amigos", así que sería mejor buscar otro nombre, mejor el título de alguna pieza teatral del mismo Havel. De esta manera, el éxito estaba garantizado. Tenía dónde escoger: La audiencia, Fiesta en el jardín, Largo desolato...
-¡Largo desolato! ¡Largo desolato! ¡Así se va a llamar el autobús!
Tenía la intención de conducirlo personalmente desde Praga a Palafolls. Y conociendo sus ideas izquierdistas y solidarias, sé que por el camino iría recogiendo a cuanto autoestopista se encontrase, y el autobús llegaría a Palafolls lleno de bote en bote...
Creo que el negocio no prosperó, pero aun así le imagino al volante de Largo desolato, el autobús lleno de excursionistas, autoestopistas, vagabundos... Francia abajo, camino hacia aquí.
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