El nombre de su diputado
Usted lo ignora, me atrevo a creer, al igual que, menos de un año después de las elecciones al Parlament de Cataluña, ya habrá olvidado quiénes ocuparon los lugares tercero y cuarto en las listas de los partidos representados en él. Mas no se culpe, pues incluso si usted se cuenta entre el 53% de votantes que emitieron un voto válido y no en blanco, lo hizo por una candidatura provincial y no por ningún candidato de su barrio, pueblo o comarca.
Si usted desea entrevistarse con alguno de nuestros representantes, puede telefonear al Parlament, 93 304 65 00, pedir que le pongan con la secretaría del diputado o diputada a quien quiera ver y le atenderán muy cortésmente. Sin embargo, y a diferencia de lo que sucede con el padre de todos los Parlamentos, el británico, en el nuestro no es corriente que sus diputados publiquen en su página web un día y hora de cada semana para atender al público en su circunscripción. He hecho la prueba con cinco diputados de cada país -el primero cuyo apellido empieza por la letra A, el primero que lo hace por la B y así sucesivamente hasta la E- y el resultado es como sigue: en Cataluña, únicamente uno de los cinco, Ramon Espadaler i Parcerisas, ofrece una dirección y un número de teléfono de Vic -felicidades- aunque no anuncia día fijo para visitas. El resto se remite al número general del Parlament.
Como circunscripción electoral, la veguería es una solución truncada
Entre los británicos, en cambio, tres de los cinco diputados ofrecen una dirección en su distrito y un día fijo semanal para recibir a su electorado (Dianne Abbot, Vincent Cable y Alistair Darling), aunque los otros dos (Richard Bacon y Angela Eagle) exigen concertar el encuentro, como aquí.
La diferencia entre la actitud de los diputados catalanes y de los británicos quizá radica en que, en Gran Bretaña, se vota a candidatos para distritos electorales mucho más pequeños que en Cataluña, donde seguimos con listas bloqueadas y las cuatro provincias.
El Gobierno catalán, fundadamente preocupado, encargó un informe sobre el régimen electoral a una comisión de expertos para ver en qué podemos mejorar. Presidida por el polítólogo Josep Colomer, la comisión hizo público su trabajo antes del verano (se puede ver en www.colcpis.org). Su conclusión es, literalmente, que podemos mejorar en cincuenta cosas, por lo que me permitiré resumirlas en dos: la primera sugiere permitir el voto a listas abiertas; la segunda, pasar de las cuatro circunscripciones provinciales actuales a siete veguerías.
El voto a una lista abierta permite al elector escoger a algunos de entre los miembros de la lista que le presenta cada partido, esto es, poner una cruz en la casilla del candidato que prefiere y olvidarse del anterior o del siguiente, algo que ahora no le dejan hacer: hoy por hoy, uno vota a toda la lista en bloque, confeccionada en privado por la cúpula de cada partido, no vota o lo hace en blanco. Este sistema es nefasto y, más allá de los Pirineos, hay que irse a Europa del Este para encontrar algo semejante. En España, se introdujo durante la transición, con el objeto de reforzar a los jóvenes o renacidos partidos políticos después de una larga dictadura, pero debería haber sido modificado hace 20 años, cuando la democracia española, ya consolidada, había ingresado en todos los clubes que cuentan. Nuestra ensimismada clase política no ha estado por la labor.
Por eso mismo, ni siquiera hoy estoy nada seguro de que la propuesta de la comisión de Colomer agrade a los secretarios de organización de los partidos: tomen nota de sus declaraciones al respecto y recen para que me equivoque.
La veguería como circunscripción electoral es mejor que la provincia, pero únicamente porque esta última es muy mala: la gente sabe que es catalana, que es de su pueblo y -si se crió en una ciudad- cuál es su barrio, pero no se identifica fácilmente con una división territorial cuasiprovincial como la veguería, cuyo número y composición, además, bailan desde hace décadas. En la propuesta de la Comisión Colomer hay siete: Girona eterna, que continuaría prácticamente como está, acaso por aquello de que con la Catalunya Vella no se juega; Barcelona, con su área metropolitana, dos tercios de la población, pero con problemáticos confines por el Oeste; Central, paradójicamente poco nuclear -¿Solsona con Vic?-; Lleida, que perdería bastante en comparación con su provincia actual; Aran-Alt Pirineu, que los araneses no ven con buenos ojos y que resultaría sobrerrepresentada, por lo cual últimamente parece haberse caído del mapa; Terres de l'Ebre, también demográficamente contenida, pero con personalidad marcada, y, finalmente, Camp de Tarragona. Veremos.
En cualquier caso y vista como circunscripción electoral, la veguería es una solución truncada, a medio camino entre lo grande, que puede quedar muy lejos, y lo pequeño, que siempre es más cercano. ¿Qué hacer entonces? Quizá convendría esforzarse en buscar, dentro de cada veguería, circunscripciones más pequeñas, más próximas a la gente: si no fuera en su ciudad, ¿dónde le gustaría a usted que le atendiera su diputada?
Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho civil en la Universidad Pompeu Fabra.
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