Un trío de dos
Al capitán Choderlos de Laclos, inventor del obús, le hubiera complacido escuchar a Blanca Portillo y Asier Etxeandia declarándose la guerra a voz en grito en este espectáculo de Tomaz Pandur. Choderlos abrazó las armas buscando la gloria, pero apenas tuvo ocasiones de pisar el frente. La inacción le llevó a la literatura. Su novela Las amistades peligrosas, manual de educación sentimental donde retrata los rituales de seducción y libertinaje de la aristocracia en los años anteriores a la Revolución Francesa, ha sido llevada al cine y al teatro en varias ocasiones. Heiner Müller la refundió en Cuarteto, un tour de force para dos intérpretes del que en España hemos visto montajes de los teatros de la Ribera, Lliure, Attis y de la Esquirla.
Barroco
De Darko Lukic y Tomaz Pandur. Traducción: Álvaro García Meseguer. Con Blanca Portillo, Asier Etxeandia y Chema León. Coreografía: Nacho Duato. Escenografía: Numen. Vestuario: Angelina Atlagic. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Madrid. Centro Cultural de la Villa. Del 13 de septiembre al 21 de octubre.
Barroco, de Darko Lukic y Tomaz Pandur, es un extenso cara a cara entre la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, atrapados fuera del tiempo. Son Sísifo acarreando su amor hasta la cima, para despeñarlo convertido en odio, y vuelta a empezar. Llevan dos siglos y medio hiriéndose, y están desechos, atrapados en lo que parece un garaje y es un búnker, después de una explosión nuclear. Ahí los colocó Heiner Müller, y ahí los reencontramos, en esta versión de la suya.
El encanto de Portillo
Blanca Portillo tiene encanto haga lo que haga. Es una Merteuil genuina, de una sensualidad fría y pavorosa, la estrella de la función. Se mueve mejor que bien en un registro que ya había manejado en algunos momentos en La hija del aire. Asier Etxeandia da un Valmont muy joven, demasiado quizá, con una planta y una voz envidiables. No les ayuda una amplificación sonora innecesaria: atenúa los matices, y, en la noche del estreno, entró tarde en un par de ocasiones. El montaje de Tomaz Pandur está a caballo entre los parámetros del teatro público alemán actual y los del este de Europa, donde se ha desarrollado la mayor parte de su trabajo: luz gélida, gesto y movimiento expresionista muy bien coreografiados por Nacho Duato; escenografía corpórea móvil, que viene a ser casi un personaje más...
Barroco entra por los ojos. Está muy bien vestido: tiene más hábito que cuerpo. Su punto débil es la dramaturgia: no resiste comparación con la de Müller, acerada y con unos cambios de rol vertiginosos. Lukic y Pandur rebajan el calado de aquella e incorporan un narrador que imprime distancia y redunda. Se entendería todo sin su concurso. Con todo, Barroco va a jugar entre el público joven un papel divulgativo del teatro que se está haciendo en Europa y que aquí no acaba de llegar. Es un trabajo manierista, con resonancias de otros muchos modos y quehaceres. La prolongada ovación del público estrenista premió, sobre todo, la labor de los intérpretes, que acabaron descendiendo al patio de butacas, entre sus admiradores.
Babelia
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