Las cosas, por su nombre
Rusia ha creado una bomba que mata, pero no contamina. No me extraña. Vivimos en un mundo en el que hay yogures dulces que no llevan azúcar. La fruta viene embotellada, así no hay que pelarla. En las guerras no hay muertos civiles, sólo daños colaterales. Los coches ahora son ecológicos, pero siguen quemando petróleo. Las grandes promotoras, sostenibles. Las eléctricas, también. Tenemos derecho a una vivienda, pero muchos no pueden acceder a ella. A los padres se les da dinero por tener niños, lo necesiten o no. Si mueren cientos de civiles por una crisis en el Congo, lo que nos preocupa es que no haya coltán para nuestros móviles. No conocemos al vecino de al lado, pero chateamos con desconocidos a miles de kilómetros de distancia. Los atentados son graves o no, según la nacionalidad de las víctimas. Los ciegos son ahora deficientes visuales, pero siguen teniendo que hacer eslalon de obstáculos por las aceras. Los psicólogos, orientadores en los institutos, donde los alumnos están más perdidos que nunca. ¿Volveremos algún día a llamar a las cosas por su nombre.
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