La nueva bomba de Putin

Ante la cercanía de "acontecimientos políticos significativos", el presidente ruso, Vladímir Putin, cambió ayer de primer ministro para nombrar a Víktor Zubkov, hasta ayer jefe del servicio de control financiero federal en lugar de Mijaíl Fradkov. No significa que ninguno de ellos aspire a ser candidato a las elecciones presidenciales en marzo -a las que Putin no puede presentarse por impedimento constitucional de un tercer mandado consecutivo-, pero sí que puede estar desarrollándose una lucha de poder en el Kremlin para situarse. Esos sí, todos los candidatables coinciden, a cada cual con más vehemencia, en un discurso antioccidental de Putin desde su participación en la Conferencia de Múnich en febrero pasado.

A diferencia de la guerra fría, Putin carece de mensaje ideológico. Se trata puramente de intereses y poder. Es en este contexto en el que se sitúa la explosión ayer de una nueva bomba rusa termobárica de vacío con tanto poder destructivo como una nuclear, sólo que sin radiaciones, y cuatro veces superior a la que EE UU dispone y llamó la "madre de todas las bombas". El mensaje es claramente propagandístico, en línea con el regreso al aire de los bombarderos estratégicos y otras medidas militares tomadas para protestar contra la ampliación de la OTAN y el despliegue del sistema antimisiles americano a sus puertas.

Rusia es una potencia militar que puede crecer. Pero, a pesar de la importancia que ha tomado su gas y petróleo, difícilmente puede aspirar a ser la superpotencia que fue la Unión Soviética durante la guerra fría. Ni tiene las armas, ni el territorio, ni siquiera la población que de seguir las actuales tendencias podría perder 40 millones y pasar a menos de 100 para mediados de siglo.