Euforia de orejas en Salamanca
Mucha gente pensaba que JT no haría hoy el paseíllo en La Glorieta. Los que pensaban bien achacaban sus zozobras a lo improbable de que el rey de los percances se hallase recuperado del último de ellos; en Linares, sesenta años después del que, en la misma arena, le costara la vida a Manolete. Los bienpensantes, o sea, los mal pensados, añadían al tiempo de recuperación un tiempo muerto que lo alejara de compartir cartel con Ponce desde "las cosas de Ávila". Pero ambos se equivocaban. Y JT, con la cara nívea de ensimismamiento trágico y un vestido grana, inició el paseo. Sin Ponce, recién lesionado cuando andaba sobre nubes en la temporada. Con el maestro Fundi y con Capea, hijo de maestro, y de esta tierra.
El Pilar / Fundi, José Tomás, Capea
Toros de El Pilar de pasable presencia. Mansearon, menos un primero, bravo, y el sexto, que se dejó. El Fundi: estocada y tres descabellos (saludos); estocada (dos orejas). José Tomás: Estocada -aviso- (dos orejas); estocada (oreja). El Capea: pinchazo y casi entera (silencio); estocada (dos orejas). Feria de Salamanca. Plaza de La Glorieta, 12 septiembre. Lleno de no hay billetes. Salieron todos a hombros.
JT compuso al segundo unas verónicas con la cintura, sin juego de brazos, como un giraldillo vivo y, tras una pobre vara, curvó al toro asardinado en delantales ceñidos al traje. A pasos medidos, se lo llevó con trincheras y en el centro, le llovieron naturales y derechazos buscando el sitio donde estalla la quietud. No lo encontraba y, al final, el toro, distraído y mansote, se lo echó a lo alto. Volvió JT inmutable, manoletineó entre gritos, y lo mató. En el quinto, el capote voló en la verónica y se fue calmando hasta parar el vuelo, el toro y el aire (varias palomas aleteaban quietas en lo alto). Se hizo silencio en la muleta, que empezó a mandar, compuesto el cuerpo como espiga, rematando la muñeca con trincheras. La izquierda se lo llevó entre silencios, oles y tropiezos, y en la trincherilla saltó la emoción. Ya todo fueron jaleos en el paseo de desplantes que se dio camino de la espada. Volaban 40 pájaros. Se cantaban trincheras y flores, gazapeaba el toro, y a medio encuentro, lo cazó.
El primero de Fundi fue una alhaja. Con mucho aire y natural quehacer lo llevó a los medios. Luego, distancia, muleta adelante, y el bravo animal entonó codicia con ritmo largo, mientras Prados lo toreaba, embebido y alegre, con algún enganchón y la dignidad que merecía. El cuarto fue otra cosa. Se acunaba por ambos pitones, se le metía, y el breve lidiador, sin descorazonarse, terminó por encajarle la tela; y tras la estocada por derecho, de la que salió punteado y perseguido, la aprobación fue locura.
¿Que iba a hacer Capea ante la lluvia orejil? Arrodillarse, veroniquear nervioso, acroquetarse en remates y, tras recibir al brindar un aplauso familiar, girar de perfil por donde quería el toro. Hasta que no quiso. Y el familiar aplauso mudó en regañina. En el sexto, unas tristes palmas en chicuelinas aventuraban que la corrida había terminado. No quería el paisanaje dejar así a su chico, que se desenvolvía con ímpetu y voluntad en la arena rojiza, que dio una estocada y que vio a su ponente morir bravamente. Y le regaló dos orejas. Pero los pájaros habían desaparecido. Y la tarde.
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