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Columna
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El panda y el madroño

El oso panda se salvó de la extinción mimetizándose con una criatura de Disney, disfrazándose de peluche orondo y retozón, un sueño de mascota fotogénica y herbívora a la que la República Popular de China saca una rentable plusvalía económica y diplomática. Bingxing (Estrella de Hielo) y Hua Zuiba (Boca Coloreada) fueron recibidos como auténticos embajadores a su llegada a Madrid, con rueda de prensa en el Pabellón de Estado, limusinas para el séquito y escolta de Policía Municipal que les acompañó a su nueva y moderna sede, climatizada y acondicionada, dos habitáculos con tejados de pagoda, cada uno con su jardín privado delimitado por una valla de imitación a bambú, y su piscina, total 1.100 metros cuadrados de parcela con vistas a la Casa de Campo y a poca distancia del monumento al patriarca Chu-Lin (Tesoro entre los Bambúes), pionero de la estirpe de pandas europeos, nacido en cautividad y entronizado como animal totémico en una monumental y pedestre estatua de bronce.

'Bingxing' (Estrella de Hielo) y 'Hua Zuiba' (Boca Coloreada) fueron recibidos como embajadores
150 pastores nómadas de 36 países encauzaban la pacífica comitiva de ovejas apabulladas y estresadas

Perezosos y glotones, los ejemplares de Ailuropoda melanoleuca no eran un buen ejemplo para los activos y sobrios ciudadanos chinos, más equiparables en las fábulas del marxismo-leninismo con las laboriosas y productivas abejas o con las disciplinadas y sumisas hormigas. La visión comercial no contaba entre las virtudes patrióticas y constructivas del maoísmo pero se impuso, manu militari, en el pragmatismo de sus sucesores que han combinado lo peor de los dos mundos, la estricta y rígida disciplina política del comunismo totalitario, con el "todo vale y ahí te pudras" del capitalismo liberal. En este nuevo contexto, el oso panda representaría la imagen de los nuevos ricos de la nueva China, orondos y satisfechos de sí mismos, multimillonarios mimados y loados en la hipócrita y bifronte república.

Chu-Lin, el patriarca, fue el fruto de la unión de Shao Shao y Chang Chang dos pandas regalados por las autoridades chinas a los Reyes de España en 1978, delicado y diplomático obsequio en tiempos de transición y de normalización de relaciones. La llegada de los dos nuevos y exóticos inquilinos a su morada del Zoo madrileño ha servido de pausa y de tregua en la ajetreada brega política madrileña, Gallardón (Estrella de Hielo) y Esperanza (Boca Coloreada), o viceversa, se mantendrán en sus respectivas parcelas, sin romperse ni mancharse mutuamente, para mejor servir a su líder, Mariano Rajoy (Tesoro entre los Bambúes), Chu-Lin entre los chulines del PP, castigador y estructurador ungido por aclamación.

El oso y el bambú son iconos en la ciudad de la osa y del madroño, especies ambas extinguidas, lo que no desmerece, ni refuta, la reivindicación de sexo, osa y no oso, planteada por colectivos feministas y avalada incluso por la heráldica, las estrellas de la constelación de la Osa Mayor (¿o Menor?) estuvieron presentes mucho tiempo en el escudo de la Villa, escudo en el que en épocas pretéritas campeara un dragón, sierpe fantástica que apareció labrada en piedra en una puerta de la ciudad y que cronistas fabuladores, pagados de sí mismos y subvencionados por el erario público, adjudicaron, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, al héroe tebano Epaminondas, azote de los lacedemonios y compañero de fechorías de Pelópidas. Aún no se habían instalado y aclimatado en sus sofisticadas madrigueras los fabulosos pandas cuando un millar de ovejas nativas y celosas tomaron pacíficamente al asalto los enclaves más céntricos de la ciudad. Cibeles, Alcalá y la Puerta del Sol registraron el incierto paso de un millar de ovejas, "negras de Colmenar" y "rubias de El Molar", sobre el asfalto hostil y el adoquín resbaladizo. Se trataba, un año más, de reivindicar el uso de las cañadas de la antigua y resistente trashumancia, obstaculizadas y segadas por la proliferación del vallado y del ladrillo. Un total 150 pastores nómadas de 36 países encauzaban la pacífica comitiva de ovejas apabulladas y estresadas, entre vehículos, bolardos y peatones inusualmente amables, ovejas embotelladas que balaban con grandes bocinazos tratando de abrirse paso en la maraña, corderos atrapados y simbólicos, rebaño de borregos heráldicos y expiatorios dignos de figurar en el escudo de la urbe apocalíptica.

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